«Cine Delicias» de Javier Rey de Sola

2927382.__grande__      Hoy vengo a hablaros de un texto escrito por Javier Rey de Sola, autor vivo nacido en Madrid y afincado en Valladolid que cuenta, entre otros reconocimientos literarios, con el Premio Ateneo-Ciudad de Valladolid 1996 por su novela Vidas en el siglo. El padre de la criatura es además, autor teatral (El sospechoso, De la gaseosa al champán, entre otras obras) y de novelas como Negra conjura y Arrabal amargo.

     Cine Delicias es la segunda entrega de una trilogía denominada Entre verdugos (junto con Arrabal amargo y Amigas de infancia). Calificada por su autor como novela de cine y humor, ha reconocido en ella pinceladas autobiográficas. Yo he celebrado el texto porque se me ha antojado divertidísimo, ágil, mordaz, escrito con un estilo personalísimo, que está entre lo clásico de altas resonancias castellanas.

     Como si de un ejercicio de prestidigitación se tratara, la lectura seduce porque el autor hacer coincidir lo esperpéntico con lo solemne, el amor con el humor, lo zafio con lo decoroso. Y hay que ver lo bien que sienta tanto contraste si se posee una caligrafía vigorosa y bien cincelada. El escenario escogido es de lo más corriente y mundano: la barra de un bar, una sala de cine y la calle. Javier Rey de Sola tiene una forma de escribir que me ha conquistado. Estamos frente a un taumaturgo del lenguaje. Una no está acostumbrada a tropezar con un verbo tan ingenioso y una versatilidad tan brillante.

     Los personajes son una cuadrilla de pendejos, que pasan las tardes haciendo barrabasadas en un barrio arrabalero de no se sabe qué ciudad. El narrador es un pendenciero más y miembro de esta cuadrilla ejemplar, un tipo que se autodenomina el Aristócrata. A él le acompañan los siguientes personajes: el Tres Putas -quien se las pinta solo para oficiar tropelías-, casado con la Juliana -mujer que posee la habilidad esencial de soplar por el botijo-; el Inocencio -espejo de facineroso, regenta un kiosco de helados y más adelante, uno de castañas-, casado con una mujer de ambición, la Nardo -apócope de Enardecida-; el Hojaldres -lleva 20 camisetas, tanto en invierno como en verano- casado con la Turrones -quien mantiene a su marido lavando por las casas y su mayor deseo es que cuando él muera pongan esta tarea como leyenda en su tumba-; el Milimétrico -especialista en calcular capacidades-; don Julián -propietario del Cine Delicias-; el Preclaro -acomodador del cine Delicias-; Benito  -el guardia y padre de las Putillas– y el Melgar -regenta una asesoría de la que uno puede salir trasquilado-.

     Estos tipejos se amigan en la barra de un bar (el Amanecer) y acuden al cine Delicias a pasar la tarde, porque allí estos zascandiles pueden disfrutar sin complejos dando rienda suelta a lo que vienen siendo sus afinidades más canallas. A saber: rajar las butacas, noble deporte que acontece cuando se ponen nerviosos o sin más, les aburre la peripecia -en esto del rajamiento de butacas el Tres Putas no tiene rival-; tirar las botellas de gaseosa por el suelo haciéndolas rodar por debajo de las butacas y, para aplacar sus ardores, posar sus manos sobre la parte mollar de las damas y propinarles un buen pellizco.

     El libro ha de leerse como si fuera una sesión en el Delicias. Sentado, esperando el guiño ingenuo de la acción que nos agarre a la butaca y, si es posible, con poca luz.

     El autor, insobornablemente fiel a su designio literario, me ha hecho pasar una tarde de solaz que me ha hecho muy feliz, desnudando con su escritura soberana la imperfección del ser humano. Javier Rey de Sola escribe como Dios, sin engolar la pluma. Rompe las costuras del género, creando un mestizaje nostálgico entre el humor y el drama.

     Al cerrar la última página de este libro delicioso, observo que los destellos de su tinta ahumada se me han subido a la cabeza, como licor benigno, para teñir mis emociones con unas décimas de fiebre. Tal vez, porque tiene ecos que lo hermanan con mi querido Valle-Inclán, con mi veneradísimo Jardiel Poncela, etc. Y también con ingleses de la talla de Wodehouse, Alan Bennett o Tom Sharpe.

     La literatura nos obliga a descubrir autores que no formaban parte de nuestras vidas cuando, rompiendo con nuestras preferencias más íntimas, nos aventuramos a leer a desconocidos que, con la miopía que otorga la lejanía, juzgamos como autores menores. A mí me fascina esa magia de la lectura, que posee el hechizo de permitir adentrarnos en pasadizos que nunca hemos frecuentado y descubrir que por ellos transitan algunos tipos que, cuando los miramos de cerca, son autores que merecen estar en el olimpo de los grandes. Javier Rey de Sola, bienvenido a mi cueva.

     Buenas noches y buenas lecturas.

foto BARBAS

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