«Hombre acabado» de Giovanni Papini

papiiii foto Si tuviera que elegir diez libros que al leerlos me sacudieron brutalmente uno de ellos sería, sin duda, Hombre acabado. Si de éstos tuviera que escoger uno que, de vez en cuando, se despereza dentro de mí y vuelve atormentándome, retozándose sobre mi conciencia, sería Hombre acabado. Y si más allá de estos diez, de entre todos los libros leídos, tuviera que seleccionar uno en cuyas páginas descubrí un alma sensitiva, intelectual, solitaria, introspectiva, compleja, desbocada, esperanzada, inconformista, idealista… y sobre todo, humana, ése sería otra vez, Hombre acabado de Giovanni Papini.

     Esta elección meditada y certera hace que una guarde con el escritor florentino un romance espiritual, casi místico, que permanece intacto en mi alma desde el día en que leí su primera obra. No, desde el día en que leí la primera página de su primera obra. Eso sí. Con el fervor de la joven que fui, experimenté una captación íntima, profunda. Me enamoré, platónicamente, de este escritor apasionado. Jamás había leído a nadie que escribiera con tanta pasión («¡Necesito ver mi letra gruesa, que duda, y que tiembla!»). Pronto supe que era autor del cual no iba a separarme jamás, pues la fuerza de su prosa me dejó una impronta hondísima y también el descubrimiento de su ¿cómo decirlo? … ¿mundo?. Una fuerte imantación me vinculó a él para siempre, en un idilio (intelectual) que sigue siendo hoy una especie de asedio por turbación. Pero un asedio por turbación elegido, consentido y bello.

     Un poco de su vida. Nació, vivió y murió en Florencia (1881-1956). En 1937 fue nombrado académico de Italia. Cultivó casi todos los géneros literarios: cuentos, novelas, un diario íntimo (brutal, Papini al desnudo), ensayo, poesía, etc. Puede afirmarse que su legado, desde sus libros queridamente personales —como Hombre acabado— hasta los más impersonales como La historia de la literatura italiana, es todo autobiográfico. Sus obras completas fueron editadas por Aguilar (6 tomos encuadernados en piel) y actualmente algunos sellos editoriales (Porrúa, Sirpus, Fórcola, etc.) están publicando parte de sus textos.

     Es Papini pensador ubérrimo, de una altura intelectual cósmica, pero sobre todo, es autor exquisitamente humano. Quien toca un libro suyo, toca a un hombre.

     Como crítico, fue un renovador, un subversor y un descubridor. Pasó del agnosticismo incómodo al cristianismo confeso. Por eso, la temática religiosa ocupa muchas páginas en su obra. Como hombre católico, llegó a formar parte activa de la Iglesia. Pero para decirlo bien, he de matizar que Papini no es un escritor católico, sino un católico que escribe. De hecho, sus grandes obras aparecieron después de su conversión: Historia de Cristo, Dante vivo, La escalera de Jacob, Cartas del Papa Celestino VI a los hombres o El diablo.

     Su prosa es contundente y, como su frente, embestidora. Su vida, intensísima —intelectualmente hablando— y puesta al servicio de un espíritu polémico. Siempre llamó al pan, pan y al vino, vino. Y así, claro, se corren muchos peligros. Aún a costa de parecer un funámbulo, una girándula, lanzó palabras atinadas en un juego de magnífico estilo, consiguiendo renovar el ambiente literario italiano de la época.

     Hombre acabado es una lectura esencial, clásica ya, y consagró su fama entre los mejores escritores. Por eso lo traigo.

     El libro es una reflexión íntima, que narra la penosa infancia y juventud del intelectual rebelde que fue. Es el Papini más afiebrado, convocado por su verbo intenso, quien se desfoga sobre el papel con su entonación subversiva, contándonos sus aspiraciones más heroicas y las frustraciones que más las hirieron en estos años.

     En primer lugar, su bautizo literario. Cómo y cuándo bebió del sacerdocio de los libros y cuáles fueron sus primeros desengaños en este sacramento. Bajo los pliegues de su apasionado estilo, nos invita a los pasadizos más remotos de su infierno y a los rincones más soleados del paraíso que le cobijó para forjarse como escritor. Sus náuseas de lo trivial le empujaron a la creación de un diario -Leonardo-, que se convirtió en revista. Su exquisita sensibilidad tejió los mimbres de una relación de intimidad con su amigo Julián, cerebro inquieto como él, en la que ni siquiera Papini estaba seguro de que no interviniese el corazón, de que fuese «una pura y varonil hermandad»… ay, ¡qué bello capítulo!.

     Tras estas primeras confesiones, un Papini disgustado por la vida. Un espíritu de soñador fervoroso, que se dejó envolver por el manto de la poesía, por el ropaje de la filosofía (una filosofía de acción, con la que poder cambiar los espíritus de los hombres) y por el poder milagroso del arte (capaz de renovar los terrores y de abrasar todas las tristezas). Lo suyo fue salir del dolor por la vía del pensamiento. Su alma desalentada, se asoma dolorida, consciente de que este ejercicio de confesión al lector podía herirle a él tanto como dignificarle.

     Como narrador posee la adjetivación exacta, pero siempre dejándose llevar por el ardor. A medida que se avanza en la lectura va apareciendo el Papini más católico, el más combativo, que persiguió llevar a cabo su aspiración más descomunal: salvar a la humanidad a través de un juicio universal. Alcanzar la perfección moral e intelectual de sí mismo y de todos los seres humanos, pero obrando desde la parte más alta, más noble y más pura del hombre: el alma. En un volcado sin censuras va contando cómo sus proyectos desmesurados le convirtieron en un hombre solitario y arisco. Y en esa pugna por conseguir su deseo excelso, infinitas insatisfacciones, profundas amarguras… al ver la turba de tontos que pueblan el mundo, al descubrir que la humanidad estaba abocada a una suerte de demencia colectiva, que la alejaba de la senda del amor.

     «Si ha de surgir algo nuevo y grande en la vida de un hombre, surgirá del espíritu; si queremos perfeccionar al hombre, es menester hacer perfecto el espíritu. Todos los valores en él residen, todas las razones de la vida externa, todos los motivos de nuestros actos. Si él cambiase de pronto, cambiaría la vida (…) Mudando el interior se muda el exterior; renovando el alma, se renueva el mundo».

     Lo cierto es que el florentino parece haber seguido, al pie de la letra, aquella norma de Kalidasa: «Cumple con gusto tu deber terrenal y llevarás bien a cabo tus propósitos divinos».

     En esta batalla sostenida entre su alma y el alma del resto de seres humanos, su corazón tremebundo y heroico, de humana grandeza, no se amilanó, pues Papini nació con la enfermedad de la grandeza:

     «Quería ser verdaderamente grande, épico, desmesurado; quería realizar algo gigantesco, inaudito, que cambiase la faz de la tierra y el corazón de los hombres».

     «Y entonces, de pronto, me rebelé. Sentí dentro de mí como un golpe de sangre, una sacudida de todo mi ser. ¡No, no, no! -gritaba dentro de mí mismo-. ¡Así no debe ser! También yo soy hombre, también yo quiero ser grande y feliz. ¿Qué creéis ser vosotros, hombres necios y mujeres bien vestidas, que pasáis a mi lado con tanta presunción? ¡Ya veréis lo que voy a hacer! ¡Quiero ser más que vosotros, más que todos, sobre todos!. Soy pequeño, pobre y feo; pero también yo tengo un alma, y este alma dará tales gritos que todos tendréis que volveros a oírme. Y entonces yo seré algo y vosotros seguiréis siendo nada».

     «Era feo y mezquino -lo sé y lo sabía también entonces-, pero bajo aquella fealdad y aquella entequez había un alma que quería saber, conocer la verdad, embeberse de luz, y bajo aquel sombrero untuoso y aquella cabeza despeinada había un cerebro que quería comprender toda idea y por doquier razonar y soñar; había una mente que ya entonces contemplaba lo que los demás no ven y que se alimentaba allí donde los más no encuentran sino vacío y desolación (…). Sin embargo, no me lamento de aquella miseria ni me avergüenzo de las humillaciones pasadas. La facilidad de la vida me habría hecho, tal vez, más cobarde, menos apasionado y al fin, más pobre. La amargura contínua de quien no tiene y no puede tener me ha alejado de los demás y ha constreñido mi espíritu con el laminador del dolor, que le ha hecho más pulido, más afilado y más digno.»

     Hombre acabado es una lectura vivificante y agotadora. Una sale rendida por su intensidad. Papini se encuentra, como esa porción exquisita del diario íntimo de Baudelaire, al desnudo frente a su propia alma. Es un libro al que regreso con frecuencia, que abro al azar y leo cualquier página, sin buscar un orden, desentendiéndome de la trama porque su trama es el espíritu del que están hechos los hombres verdaderos, nobles… superiores.

     Después de un inmenso sufrimiento, de ir perdiendo la visión, el movimiento y el habla, mi amado Giovanni Papini, ese ogro de la literatura universal que no aceptó el mundo, el escritor superior, rindió su alma a Dios en su Florencia natal el 8 de julio de 1956. Confiemos en que Dios le habrá concedido, además, la infinita paz de su misericordia.

      Buenas noches y buenas lecturas.

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4 comentarios en “«Hombre acabado» de Giovanni Papini

    • Es brutal, Esther. Te aconsejaría una disposición cómplice, encontrar un momento de templanza, para dejar que te llegue a tocar… sin rasgar demasiado. Yo aún no he conseguido esa temperatura de tibieza espiritual. A mí me atraviesa de un modo inmisericorde. Me sacude. Un saludo, Esther.

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