Hay libros de los que me cuesta hacer reseña porque una cree que solo se disfrutan calladamente, como un cáliz sagrado cuya ingesta exige soledad. Una teme que, al airearlos, se esfume con el venteo espontáneo de su contenido parte de su delicioso aroma.
El que hoy recomiendo trae algo de eso. Es un texto glorioso y quiero creer que entre sus lectores más dilectos lo hemos convertido ya en un libro de culto. Es glorioso porque contiene una sabiduría esencial y encuentro pocas cosas más gloriosas en esta vida. Aunque está escrito hace apenas cincuenta o sesenta años, es todo un clásico. No es de extrañar, pues, esta recomendación viniendo de una lectora que más que clásica se reconoce paleoclásica, por vivir anclada en el amor devoto a esos autores cuyo linaje les hace pertenecer a una categoría superior.
Las pequeñas virtudes es un libro pequeño que contiene unas enseñanzas morales enormes. Una puede vivir dentro de él, adormecerse y dejarse nutrir por sus palabras. Como una hierba medicinal que al digerirla despliega en mi organismo unas propiedades terapéuticas que cuidan de mí, este minúsculo librito posee la cualidad de alimentar mi espíritu con el nutriente de los preceptos más sabios.
Se presenta como una colección de breves ensayos escritos entre 1944 y 1960 y que aparecieron en diversos periódicos y revistas italianas y está próximo a ser un tratado. Por su contenido, emparento las reflexiones personales de Natalia Ginzburg con las consignas éticas de Montaigne. Aunque les separe más de cuatrocientos años ambos escritores tienen en común un mismo acercamiento a las pequeñas y grandes cosas de la vida. Se trata de un acercamiento íntimo, un acercamiento puro y pulcro. Otro lazo que les vincula fuertemente es ser escritores que se confiesan aprendices de sí mismos.
Asomarse al texto de Natalia Ginzburg es iniciar una lectura dialogante con la autora. Unas breves páginas son suficientes para descubrir la pasión de una mujer que posa la mirada sobre las cosas de la vida desde el único ángulo que permite ver bien su esencia: de cerca. Eso explica la seducción inmediata que ejerce sobre nuestra conciencia. Nos rapta en el mismo golpe de suerte con el que capta nuestra atención, y una vez producido el secuestro una se deja llevar, encantada por el hechizo, al reconocer un territorio común.
No sabría explicar bien por qué, pero la lectura de estas páginas guarda otra virtud añadida, y no es pequeña. Me otorga cierta benevolencia respecto a buena parte de mis pensamientos sobre la vida. Lo he leído unas cuantas veces. Cuando creo haberlo olvidado, cuando no sabría decir qué me enseñó y me tropiezo con alguna de mis debilidades, nace en mí el deseo de volver a tener una nueva conversación secreta con Las pequeñas virtudes. Busco un lugar apartado y una luz clara. Hago descansar el libro sobre mis manos, acaricio sus lomos, lo miro con complicidad y me aseguro de que estamos solas Natalia Ginzburg y yo. Lo abro y me abandono en sus páginas. Mi silencio deja de ser un silencio sordo porque sus palabras le dan el tono de una elocuencia enriquecedora. Hace que mis pecados se tornen más veniales. O más humanos.
Acunarse en estas páginas constituye un auténtico placer intelectual y emocional, a partes iguales. Las palabras, las frases, poseen la hondura que una puede encontrar en un bello tratado clásico. En cada ensayo hay fórmulas de vida que conducen a la virtud como senderos estoicos. Natalia Ginzburg pretende enseñarnos cómo ser felices y cómo aprender a vivir. En esta ocasión, perdida como estaba en el fragor moral de las palabras, han venido a mi mente algunas sentencias de Séneca y he creído estar volviendo a algún pasaje de las bellísimas Epístolas morales a Lucilio del cordobés.
En cuanto al estilo escogido por la italiana para sembrar tan sublimes enseñanzas hay varias fórmulas. En ocasiones, obedece al más puro estilo socrático y en sus reflexiones lanza preguntas cuyas respuestas una ya conoce. El secreto es buscar afanosamente dentro de nosotros mismos. Su prosa es muy sencilla, pero carente de la parquedad y aspereza de los estoicos. Y muy cartesiana, expone las ideas de forma clara y distinta.
Las pequeñas virtudes es una de las lecturas más vivificantes con las que me he encontrado en mi vida. Tonifica mi ánimo y me levanta humanamente, porque tiene corazón, tiene tono, tiene mirada. Una mirada instintiva y dulce, pero profunda. Una mirada que atenaza porque obliga a mirarse de cerca.
Se abra por donde se abra no tiene desperdicio, pero si tuviera que escoger algún ensayo me quedo con «Los zapatos rotos», con «Mi oficio», y sobre todo, con el último, que da título al libro y reflexiona sobre la necesidad de educar a los hijos en la virtud. Es para hacer de él un catecismo escolar.
La experiencia que tengo con este libro es similar a decir que lleva adherido en sus páginas, como un papel secante, alguna porción de vida. Al abrirlo, algo de su lenguaje se despereza, abandona la página y viene a mí. Dentro de mí queda y, con el paso de los días, germina como semilla que recibe su riego. Creo haberme explicado.
Os invito a descubrir a esta autora inmortal, a atravesar el pasadizo secreto de su escritura, a que tengáis una conversación íntima, gloriosa, entusiasta y vivificante con ella. Yo también quiero repetir, una y otra vez, este coloquio mío secreto con Natalia Ginzburg. Ella me ha enseñado una bella manera de deletrear el mundo y una buena forma de vivir en él. Cercana, bastante cercana, a lo que debe ser vivir virtuosamente.
Buenas noches y buenas lecturas.
Habrá que añadirlo a la lista. 😉 Gracias.
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Santavanesa, es una lectura estupefaciente. La recomiendo fervientemente.
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Hola Carlota!!!
Joer, cuántísimo tiempo sin pasar!!! 6 meses hace que no publico ni entro.. increíble.
Me gusta Acantilado, creo que cuida mucho a sus escritores. No he leído el que hoy traes (bueno, hoy, el día 6), pero has descrito tan bien la sensación de leer algo que da hasta pena comentar… por no romper ese lugar sagrado al que has llevado a esa lectura. TE he entendido tannn biennn.
No he leído aún tampoco el libro que me regalaste, pero lo haré.
Espero leernos pronto.
Muchos besos.
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Qué alegría saber de ti! Veo que te has contagiado. Es un gran LIBRO, sin duda. Un texto esencial. Estoy atenta a tus entradas, pero sospecho que te has tomado un respiro. Tus críticas son tan entusiastas como las mías. Un saludo y gracias por tus palabras, Esther.
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