«Me llamo Lucy Barton» de Elizabeth Strout

lucy     La novela de hoy es uno de esos deslices que solemos tener los lectores cuando, al ir a comprar un libro, nos dejamos guiar por las condecoraciones de las fajas que algunos de ellos lucen como un corsé que contiene un manjar en su interior. Alentada por el magma libresco de variado linaje que ha emergido de forma briosa estos días, una tarde, mientras paseaba por una librería de mi barrio para espiar novedades, sorteando el desconcierto babélico que la abarrotaba, me dejé contagiar por este tipo de exhibicionismo.

     En Me llamo Lucy Barton quedé seducida por el espejismo de comentarios que la enaltecían en su contraportada: «posee una indudable pericia para convertir detalles íntimos en espejo de lo universal», «es una elegía sobre los seres que quisimos y siempre querremos por encima de las decepciones y las heridas». Y también este otro: «esta novela lo tiene, simplemente, todo». Sin pasar por ningún otro escrutinio la compré, la leí, y he de deciros que es un auténtico bodrio.

     Con pedaleo de principiante, la autora nos cuenta una historia patosísima. Me sumergí en ella con el ánimo dispuesto para extraerle alguna virtud, pero no he conseguido más que perder el tiempo. La novela está concebida como una sucesión de anécdotas que se traducen en una reiteración de cánticos lastimeros hacia un pasado sin retorno. Estas anécdotas no tienen principio ni fin, poseen una estructura fragmentada, rozan el tedio más absoluto y carecen del mínimo sostén creativo.

     Y qué decir del estilo. Estas páginas están muy lejos de la envergadura literaria de obras anteriores. Nada que ver con la prosa brillante, costumbrista, sencilla pero sustancial, o esa honestidad entrañable de los personajes que dieron vida a la magnífica Olive Kitteridge, por la que obtuvo el Premio Pulitzer. Aquí, Elizabeth Strout sin atreverme a decir que es una chapucera literaria, queda retratada como un apóstol de la mediocridad mejor alimentada. No sólo por abusar de ese tacto suave que adormece al lector más insomne, sino sobre todo, porque no crea nada. No crea personajes, no crea historia, no crea ambientes. Ya digo, no crea nada. Parece haber olvidado que escribir es una cosa, y otra, bien distinta, hacer literatura. Me llamo Lucy Barton me ha parecido una obra menor o, cuanto menos, escrita en un momento de fatídica debilidad.

     Para disimular mi desencanto voy a glosar levemente aquello que pueda servir a quienes, por algún motivo inconfesable, tengan intención de hincarle el diente. Primero, algo del argumento.

     En una habitación de hospital en pleno centro de Manhattan, una madre y su hija convaleciente tras una operación de apendicitis, conversan durante cinco días y cinco noches. La madre, sentada a los pies de la cama, cuenta a su hija coloridas anécdotas y otras banalidades que tienen que ver con la familia, amigos y vecinos del barrio. La hija, Lucy, cubierta por las sábanas blancas y esa ilusión retrospectiva que da la fiebre, escucha atenta y toma las riendas como narradora. Lo hace con pulcra contención, excavando los túneles del recuerdo, desenterrando un pasado que le trae pocos momentos gloriosos.

     La historia de Lucy es la historia de una vida atravesada por la soledad, de una familia humilde que conoció la pobreza extrema y de la fatigosa lucha por ser una buena hija, una buena esposa y una buena madre. Y sobre todo, por edificar un hogar con el único material que gana en solidez con los años, el afecto, tal vez porque en esto, Lucy y sus hermanos fueron los niños más pobres del mundo.

     A la madre y a la hija se les ha enquistado el tiempo en el alma. Ahora viven sacudidas por la añoranza de abrazos no recibidos y confesiones no pronunciadas, cuelan sus voces por las fracturas de la emotividad y la entronizan como condición esencial del amor. Se encuentran exultantes por haber descubierto que nunca es tarde para conquistar ese trofeo. La gélida habitación de hospital se caldea de ese júbilo compartido y, capítulo a capítulo, quienes la ocupan van desplegando el pergamino de sus miedos y las huellas de heridas que aún quedan por cicatrizar.

     Algunas de estas historias —de vecinos, amigos o conocidos— han llegado a ser medulares en la vida de sus protagonistas, pero al lector le resultan insípidas por su parquedad descriptiva. Tampoco son sucesos extraordinarios. Están pasando siempre, a todos, nunca dejan de pasar. Viejos amores confusamente recordados, cariños imposibles que huyeron igual que gráciles corzas espantadas.

     El tiempo ha dotado a sus vivencias de insospechada claridad y como sucede cuando se acierta con una graduación en unos ojos miopes, madre e hija empiezan a ver las cosas en su sitio, o mejor, el sitio de las cosas. El amor no vive de recuerdos, sino de presencias, no se conjuga en pretérito, sino en presente.

     Ebria de melancolía, los acontecimientos se narran con pocas palabras y muchos silencios. Silencios, que llegan al lector como un dolor sordo, como una letanía fúnebre, en la que, a veces, cuesta descubrir el fondo del asunto. El libro termina con la discreta mediocridad del inicio y la estela perenne del aburrimiento más soporífero.

     Es una lástima que Elizabeth Strout pudiendo haber llegado a tocar con la yema de sus dedos el alma del lector, por ese intimismo confesional que no cesa como el rayo del poeta y pudiendo haber construido una novela tierna y hasta memorable, ha hecho un pequeño pifio. Me doy por satisfecha si esta reseña sirve para agilizar el escrutinio de aquellos lectores que andáis buscando un libro para disfrutar.

     Buenas tardes y buenas lecturas.

autora

4 comentarios en “«Me llamo Lucy Barton» de Elizabeth Strout

  1. No lo has podido definir mejor.
    Como te contaba, en mi viaje a Londres fue mi acompañante de vuelo, pero hija, que poco me acompañó. Me sorprendió e incluso me enfadó tanta crítica positiva en un libro con tanto silencio que no llena nada absoluto. Creo que una relación madre-hija, o hiija-madre, incluso siendo nefasta, tiene mucha más miga que sacar que esta novela, que me ha decepcionado. Bueno, en realidad no, estaba puesta en sobreaviso de que no me iba a gustar, y efectivamente, así fue.
    Me alegro de que tu opinión coincida con la mía.
    Un abrazo.

    Le gusta a 1 persona

    • Humm…vaya, pues también me alegro yo. La prensa se deshizo en elogios, pero yo no le encontré ni una brizna de brillo. No me gusta reseñar libros que no valen la pena, por los autores. Ellos también leen nuestras opiniones. Sin embargo, decepciones tan flagrantes como ésta tienen bien merecida una crítica disuasoria.

      Me gusta

Deja un comentario