«Tierra de campos» de David Trueba

Tru     Acabo de terminar «Tierra de campos», la última novela del escritor y director David Trueba (Madrid, 1969) y me ha resultado una lectura aburrida y espesa. No puedo decir que sea una mala novela porque respeta las reglas básicas del género, no está mal construida, pero no posee el vigor narrativo de otras obras del autor.

     Hay un dicho castellano que dice que si una cosa está bien como está, mejor dejarla. Trueba maneja bien el humor ácido, el tono agridulce, los frescos diálogos y la prosa espontánea —lo hizo en «Abierto toda la noche», en «Cuatro amigos» y en «Saber perder»—.  No sé para qué se mete ahora en terrenos que exceden estos lindes.

     En Tierra de campos el madrileño mantiene la tríada clásica de los excesos, presente en sus novelas anteriores (amor, sexo y rock and roll), pero se olvida de los frescos diálogos —de los diálogos, en general— y esto de caminar sin la muleta del diálogo no se le da bien. Ha querido obsequiarnos con una pirueta narrativa, de estructura zigzagueante, que no le ha salido redonda.

     La historia cuenta la vida de Dani Mosca, un joven músico que decide subirse al coche junto al cadáver de su padre y recorrer la península hasta llegar a Garrafal de Campos, el pueblo donde éste nació para enterrarlo. El viaje fúnebre por las tierras de España no trae nuevas aventuras al chico, sino que hará parada en momentos que marcaron su adolescencia.

     Nadie sabe —Trueba parece que tampoco— si es bueno o malo esto de detenerse, volver la vista atrás y echar unas fotografías al pasado. Con ojos medio nostálgicos, medio resignados, el calendario del tiempo es el que va diciendo si aquello que ha ido quemando merece la pena (o no) ser visto con los ojos de ahora.

     He de decir que a mí Tierra de campos, por el asunto, me ha recordado mucho a Mientras agonizo (1930), la fantástica novela de Faulkner (1897-1962). Cómo iba a ser de otra manera, si las dos narran el traslado de un cadáver hasta el lugar donde ha de ser enterrado. Bien mirado, hubiese preferido no encontrar similitudes, pues leída bajo la sombra de Faulkner apenas la he disfrutado.

     Mientras agonizo me impactó como un balazo en el ojo por su extraordinaria creación de personajes, por su carga existencialista y por ese ruido incesante de la sierra que construye el ataúd, retumbando en mi oído mientras la leía. Lejos del gigante de Faulkner —que consiguió que tuviera delante de mí el hedor del cadáver en putrefacción— Trueba nos obsequia en Tierra de campos con unas migajas literarias que no se sabe bien qué son, si una versión suave de Mientras agonizo o los acordes mal orquestados en la partitura vital de un joven músico.

     La sombra de Faulkner es alargada. Sí, tupida y muy alargada. Tan alargada que sus personajes viven en mí como si acabase de leerla ayer mismo. Y es que Faulkner creó una obra de arte. Trazó un fiel retrato de la angustiosa sociedad sureña a través de unos personajes que reflejaban la deformidad interior de las gentes. De sus almas. Se inventó, para cada uno de ellos, una tara física —uno era jorobado, otro cojo, otro tenía una mirada desquiciada que anunciaba su locura, etc.— y construyó con ellos una obra maestra de la literatura universal. Una lee aquello y el impacto es tan hondo que no los olvida jamás. Con esta magnífica obra entronicé al autor para siempre.

     Ya digo, una no es ajena al poso que le van dejando sus lecturas, con tal suerte que es muy probable que mi lectura de Faulkner haya enturbiado mi lectura de Trueba. El caso es que cuesta mantenerse alejada de semejante poso, sobre todo, cuando el asunto que se tiene entre manos es tan, tan, tan parecido. Los dos recurren al viaje para destapar su humor negro. Faulkner y Trueba llevan un muerto en el coche. Faulkner ridiculiza a la sociedad, ya lo he dicho. Trueba, siendo muy generosa podría decir que caricaturiza a una generación, la suya, entonando una canción que cuenta la historia de su familia, de sus amigos y de sus dos amores: la música y las mujeres. Faulkner es absolutamente genial, no sólo porque la riqueza anímica de sus personajes sino, sobre todo, porque del asunto —el traslado del cadáver— consiguió hacer una creación literaria de tomo y lomo. Trueba, en cambio, se queda encallado en el asunto. No consigue desprenderse de él para crear. No crea nada. La lectura se convierte en un recorrido turístico por la península que da pie a una sucesión de anécdotas que no despiertan interés.

     De nuevo la forma, el estilo, el cómo, marca la diferencia entre escribir y hacer literatura. No estoy diciendo que Tierra de campos esté mal escrita. El Trueba de hoy tiene oficio —lo demostró hace años—, pero la obra que acaba de publicar no aporta nada porque no crea nada. No crea personajes. Tampoco crea un clima, una atmósfera que me haya seducido. No sé bien dónde me quiere llevar. Maneja saltos en el tiempo que me hacen imaginar un pasado habitado por el protagonista, pero como lectora no me arranca del sitio. Es más, consigue que me quede al margen, sin participar, sin ser invitada. No salió esa mano que me secuestra del sillón y me clava en la historia. Además, le falta amenidad, ritmo, fuelle. O le sobran anécdotas. O las dos cosas. Cuenta cosas, vivencias, recuerdos —sí, claro, no hace otra cosa—, pero podría haberlas contado mejor. Puede sonar como una balada melancólica.  Tampoco es que me haya resultado tediosa, pero sí, es aburridita. Leídas las 250 primeras páginas, la narración se hace pesada. Es más de lo mismo.

     Podía haberse servido del humor negro —como hizo Faulkner— para realzar la degradación. O haber sacado mayor brillo a la figura del padre, de cuyo cuerpo solo le separa una madera. Adoptar un tono más optimista o ser pesimista hasta la degradación. Mesurar los sentimientos en literatura es no saber sazonar el guiso. Tampoco es de mi agrado ese abuso del realismo sucio al descifrar los remolinos de la memoria de los personajes. Qué cosas digo…

     Las novelas me gustan por el impacto que me causan, por la historia que me cuentan o por el estilo. Aquí Trueba me ha decepcionado. Me trae el eco lejano de Faulkner, pero lo suyo no es más que un pálido reflejo. Sus reflexiones en torno a la vida, la muerte, el amor, la soledad, la amistad y el paso del tiempo no poseen hondura, y la historia es una cadena de anécdotas cuyo eslabón final conocemos en la primera página. Traza un recuerdo dulce de un tiempo al que mira sin entrar. Frente al dolor punzante de Faulkner, Trueba dibuja una agonía llevadera. Frente al hedor del cadáver de Mientras agonizo, el viaje de Trueba arrastra muchas auras a punto de descomposición, pero no alcanza la temperatura adecuada. Todo queda en un lindo paseo por la nostalgia, en un arrastrar los pecados sin el dolor de soportar mucha carga.

     En la construcción de los personajes tampoco veo a un creador. Frente al Cahs de Mientras agonizo —solo con pronunciar su nombre me parece escuchar el sonido del serrucho con el que se va construyendo el ataúd— Trueba crea a Dani Mosca, el joven músico que se erige en narrador de la historia. Pero ya digo, aunque habla de música, no es su obra mejor orquestada.

     Esperemos que a Trueba le guíen las buenas intenciones y que corrija este traspiés. Que en futuras novelas, sacudido el polvillo de esta obra menor, volvamos a ver a ese escritor en el que arde la llama —ya tenue, ya vigorosa— de la vocación mucho más gallarda y lozana y que tan bien sabe expresar con diálogos, voces y personajes. Para ello, no hace falta vestir a la novela con los mejores atuendos de la lengua. Es suficiente con que deje de dar saltos de acróbata sin aparente o previsto ton ni son. Para que una novela entretenga no es imprescindible someterse al pudor intelectual más estricto. Puede urdir trampas. Basta con que nos haga fácil entrar en ella, deslizarnos por sus páginas. De buena gana, nos someteremos a sus trampas.

     Buenas noches y buenas lecturas.

david

5 comentarios en “«Tierra de campos» de David Trueba

  1. Salió!
    Esther, no me gusta hacer reseñas que hablen bien de libros que no merecen la pena. Si mis comentarios son disuasorios es porque estoy convencida de mis juicios. Y sí, este no es de los mejores del autor. Sus más de 400 páginas se me hicieron eternas. Hay tanto bueno por leer… Gracias por tus generosas palabras.

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  2. Cuando terminé de leer Blitz, que me pareció un bluf, me prometí no repetir con él. Y me apena porque en las entrevistas parece una persona encantadora, pero como escritor me aburre y eso es lo peor que te puede pasar con un libro. Por cierto, algo que nunca pasa con tus reseñas que son siempre un deleite para los sentidos.
    Y mañana ¡feliz día del libro! Yo ya tengo localizados unos cuantos escritores.
    Un abrazo.

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  3. Dices que es una persona encantadora, a mí también me lo parece. Lo uno no quita lo otro. No tiene por qué ir de la mano. Su obra es otra cosa. Yo me limito a juzgar lo que conozco, que son sus libros. A él le van los diálogos, la espontaneidad, ya lo indiqué. En fin, que hablen los lectores. Me alegra que coincidamos en nuestro punto de vista. Un saludo agradecido por tu aportación sincera, Carlota.

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