«Alcohol y literatura» de Javier Barreiro

PORTADA.jpg     La literatura se encuentra, a veces, en el fondo de una botella. Sobre las costumbres etílicas de los escritores se han volcado toneles de tinta. Y aunque no falten mujeres (Ana María Matute, Carson McCullers…), los hombres las aventajan en esto de empinar el codo mientras crean historias extraídas de las barricas de su imaginación. «Alcohol y literatura» de Javier Barreiro, recién publicado, da buena cuenta de ello. Con una prosa espontánea, calamocana, se diría que dictada por Dionisos, nos invita a un brindis por el tupido friso de autores que han fermentado la palabra con una copita en la mano.

     Absenta, aguardiente, cerveza, chinchón, whisky, cazalla, anís, y otros licores, han poblado de fantasías las obras de clásicos, contemporáneos, norteamericanos, hispanoamericanos… Pocos se libran de una relación turbia con el alcohol. Javier Barreiro recupera a los más reincidentes y narra  divertidas anécdotas que hacen de este ensayo un colocón con amenísima resaca.

     Las letras españolas ha navegado en un mar de taninos con obras celebérrimas, de las que son ejemplo «Luces de Bohemia» de Valle, «Con el viento solano» de Ignacio Aldecoa, «Tiempo de silencio» de Martín Santos, la espléndida novela corta «La parranda» de Eduardo Blanco Amor —cuyo asunto central es una cogorza—, o «La gran borrachera» del sevillano Manuel Halcón, todo un canto al vino.

     Dipsómanos inveterados fueron Faulkner, Hemingway, Steinbeck, Joyce, Truman Capote, Eugene O’Neil, T. S. Elliot, John Cheever, Raymond Carver, Kerouac, Joseph Roth, etc. Una lista interminable. De ella no escapa ni don Camilo, sin coña pero preferiblemente con coñac, nuestro Nobel más coloso lo mismo ingería un trago que vomitaba una obra esplendorosa.

     Todos los citados por Javier Barreiro tuvieron, más que filia, un apasionamiento desmedido por el alcohol, pero si tuviese que escoger a un embajador universal, de entre los temulentos escritores, ese sería Edgar Allan Poe. De él dijo Baudelaire —otro que tal— que bebía como si estuviera cumpliendo un destino homicida. No le fueron a la zaga en el ejercicio del trago E. Gómez Carrillo, que escribía a sorbo de coñac, don Dámaso Alonso, Josep Pla que tiraba del porrón con tinto, y un largo etcétera de autores aún vivos y geniales que no voy a citar.

     Si los extremos se tocan, el delirio romántico de ser un creador está muy próximo a la autodestrucción. De ahí que muchos acabaran sus días con una pistola —como Larra—, o con una dosis etílica que servía de visado al cielo para sus almas. Pero una cosa es ser alcóholico y otra escribir sobre la ebriedad. Y aunque escritores borrachines irredentos ha habido siempre, hay quienes escribieron de asuntos etílicos sin probar gota, como les sucedió a Blanco Amor o a Emilio Carrere, y mira que éste manchó sus textos con bacanales madrileñas. Ser bohemio y abstemio, aunque suena a ripio, no hacen buen matrimonio (Pedro Luis de Gálvez, Joaquín Dicenta, Alejandro Sawa, etc.).

     «Alcohol y literatura» habla también de lugares. De bares, cafeterías, tascas, tabernas y otros antros frecuentados por los noctívagos que escribían para olvidar. Muchos de estos locales asomaron en sus obras, como el Café Varela, el café Castilla, el Colonial, la taberna de la Concha, la tasca del Barbas en la calle Fuencarral, la cervecería madrileña de la calle Hileras, o el garito perdulario de la calle de Arlabán. En ellos entraban los escritores para calentarse el alma y de ellos salían con una merluza que les dulcificaba el gesto y les congelaba la orientación para llegar a su domicilio.

     Y los poetas, ay, esos creadores de universos íntimos. Los poetas han sido siempre tipos llenos de tormentos que se enamoran de las tabernas (y, naturalmente, en ellas) y vierten sus versos mezclados, no agitados —como prefiere nuestro agente secreto— en el vaso de tubo de las estrofas. De los nuestros, el pontífice máximo fue Blas de Otero, seguido del magnífico Claudio Rodríguez, que vivió en perpetua pítima y con su «Don de la ebriedad» elevó el vicio de Baco al altar de la rima. También coquetearon con el alcohol Gabriel Ferrater, J. Gil de BiedmaRubén Darío, Manuel Machado, Leopoldo María Panero, José Hierro, etc. Como anécdota, es graciosa la de Neruda, que cuenta que al chileno le sugirieron que cambiase el título de sus memorias («Confieso que he vivido») por «Confieso que he bebido».

     Es probable que lo de empinar el codo en los poetas traiga causa de su afán por rozar paraísos soñados bordeando los acantilados de la locura. Ya apuntó Maurois, agudísimo observador de lo íntimo, que: «La neurosis hace al artista y el arte cura la neurosis». La proximidad del genio a la locura ya la planteó Aristóteles, cuando la depresión se llamaba melancolía. En este ovillo hay mucha lana que devanar y no entraré en ello. Fueron poetas malditos Baudelaire —con su credo de «para crear hay que estar siempre borracho»—, Verlaine y Rimbaud —dos mitos del ajenjo—, por citar los más emblemáticos. Otro que conoció bien la maldición del alcohol por sus sonadas cogorzas fue el complejo Pessoa.

     Todos estos escritores tremebundos atravesaron las tinieblas del alcoholismo, pero las bebidas destiladas sobrevolaron sus obras como una nube negra que pasó sin descargar. Encontraron inspiración a su creatividad en el destello de las copas. Y qué. Lo que interesa es que dejaron obras que, como el buen vino, mejoran con el reposo. Libros que, al descorcharlos de nuevo, han alcanzado el «bouquet» de un gran reserva.

     Buenos días y buenas lecturas.

javier barreira.jpg

7 comentarios en “«Alcohol y literatura» de Javier Barreiro

  1. (Tercera vez que entro y por fin consigo leer todo el post)
    Qué interesantísima propuesta nos traes hoy, amiga, esto de empinar el codo es un arte que también se practica por esta zona, ya lo sabes, de hecho no sé si para escribir, pero leer con una copa de vino entre las manos (o dos, o tres, a partir de la cuarta ya no me entero de lo que leo) es un placer como pocos.
    Me lo anoto, claro que sí.
    Como siempre, nos leemos y nos comentamos, y tal.
    Muakkk

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