«Con la misma moneda» de Verity Bargate

Con la misma moneda     Una de las mayores satisfacciones que tengo como lectora compulsiva es que, tras la ingesta de un libro, me entren urgentes deseos de recomendarlo. Hace unos días, disfrutando de mi safari libresco por la ciudad, tropecé con un título que acababa de llegar: «Con la misma moneda», la tercera y última de las novelas que escribió la inglesa Verity Bargate (1940-1981). Con un pulso narrativo de primera fila, la inglesa trata de cauterizar literariamente una historia desasosegante, muy rebelde, rastreando el periplo afectivo de la vida de una mujer.

     La novela es engañosa en su fondo porque retrata la cara luminosa y la cara oculta del amor, y en ese retratar el amor y su reverso es cómica y, a la vez, trágica.

     Los personajes son Eva (madre de Sadie Thompson), Tim (segundo marido de Eva y padrastro de Sadie), Chris (putón verbenero y amiga íntima de Eva) y Tim (el hombre del que se enamora Sadie).

     Con el personaje de Chris —puta chiflada de nobles sentimientos que se ha puesto el mundo por montera— la novela recorre el escabroso y amargo espigón de la realidad, bordeando el arrecife de lo irreverente —uno de sus clientes es un obispo, ya mayor, que es absolutamente incapaz de hacer nada hasta que no se fuma un porro—.

     La historia arranca con la muerte de la madre de Sadie. Concluido el funeral, Sadie le roba un Mercedes a su padrastro y hace subir en él a un joven que hace autoestop del que cae fulminantemente enamorada. Pronto conoce a Chris, quien se convierte en el sustituto de su madre. Las palabras y consejos de Chris son el principal lenitivo para curar esas heridas que no llevan sangre, pero tanto duelen, con las que nos va obsequiando la vida. Chris es un personaje capital. Por un lado, dota de frescura al relato, lo baña de anécdotas graciosas. Por otro, recuerda el horror que pasa(ro)n algunas mujeres al enamorarse y que no debemos olvidar.

     Si se analiza por capítulos, nos asomamos a una constelación de emociones, sabiamente dosificadas, que tapizan el universo interior de una mujer y observamos cómo evolucionan en progresiva descomposición. Verity Bargate conoce bien las reglas sagradas para contar una historia que conmueva y aquí lo hace con el credo de las palabras sencillas. Su objetivo es dar relieve al holocausto emocional de Sadie, una chica que crece internada en un colegio de monjas desde los tres años —donde estaba prohibido tener sentimientos—, con unos padres fugitivos y que vive obsesionada por desentrañar quién es y dónde se encuentra la felicidad, si es que se encuentra en algún sitio fuera de uno mismo.

     A Sadie la vida le ha vestido con el sobrepelliz de las emociones más puras. Con este atuendo encima, aprende pronto a hacer las cosas por amor —el tejido que peor soporta el desgarro— y se equivoca. Ella sigue viviendo a base de remiendos emocionales y se da cuenta de que la sensación de fracaso que le inocularon de niña no consigue diluirse con sus constantes transfusiones de amor y confianza.

        Imaginemos a una niña huérfana, convertida en una mujer íntegra, a quien se le detiene el mundo cuando el hombre al que ama la traiciona, le miente, al ocultarle que la ha dejado estéril tras abortar. El personaje está construido magníficamente. Seduce desde el principio. Para ella, y también para el zorrón de su amiga Chris —personaje tremendamente divertido y cuya dignidad está tan intacta como la de cualquier persona que tenga otro oficio—, el amor es un acto de sinceridad. Eso les une mucho. Ambas hacen de la sinceridad la única moneda del amor, una moneda de curso poco corriente que puede malgastarse, jamás se devalúa y muy pocas veces, solo muy de vez en cuando, mentir está justificado. Ésta es la cosa.

     Verity Bargate indaga en las entretelas más hondas de la mujer con una historia de desolación, de fracaso, fabulando en torno a una niña que crece preguntándose cuál será el cromosoma que le ha predispuesto genéticamente a sentir tanta culpa y tantas emociones, pero que también celebra la combinación XX que le ha hecho mujer. Psicológicamente, es una obra muy densa, muy compleja, muy amarga y también muy exigente. Es compleja porque afectos turbulentos van a mezclarse, en un cauce común, con aguas procedentes de distintos mares. Es amarga porque se presiente un fatal desenlace. Y exigente porque son los elementos extirpados de la intimidad los que dan oxígeno a la combustión de la trama.

     Excelente historia que retrata el precio que a veces paga la mujer por el deseo de vivir una vida plena, de afecto recíproco y sincero con el otro. Debe leerse con un ojo en el corazón y el otro a su aire, pues está escrita con la tinta roja de los sentimientos, pero sin descuidar el sentido del humor, también eje central de la novela, no lo olvidemos.

     Buenas tardes y buenas lecturas.

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