«El cuarto mono» de J. D. Barker

Si leer es una forma de evadir el tedio y la apatía de la canícula veraniega, tener entre manos la historia de un asesino en serie, bien escrita, resulta una evasión fascinante. A quienes busquen esta fascinación, les recomiendo El Cuarto Mono de J. D. Barker (Illinois, 1971), un thriller durísimo, que gana desde la primera página por su ritmo trepidante. Pocas novelas absorben como esta. Y poquísimas, consiguen hundirnos febrilmente en el oscuro misterio de un perturbado mental. Lo distintivo de El Cuarto Mono es precisamente esto. Nos permite mirar con los mismos ojos que un asesino en serie, gracias a un diario en el que va desvelando al lector las turbulencias de su existencia desde que era niño. Este diario es el tuétano de la narración.

El libro comienza con dos frentes. Por un lado, el atropello de un hombre al ir a cruzar la calle para llegar a un buzón de correos, y por otro, la carrera contrarreloj de la Policía Metropolitana de Chicago para dar con el malnacido que ha secuestrado a una joven. Se sospecha que esta chica es la última víctima de El Cuarto Mono, un asesino que va sembrando el terror desde hace cinco o seis años, con un modus operandi muy particular. El tipejo envía tres cajas blancas a los padres o hermanos de la víctima, con un regalito dentro de lo más macabro. La primera caja contiene una oreja, la segunda dos ojos y la tercera una lengua. Las cajas van atadas con un lazo negro, como un precioso obsequio. Después, abandona el cuerpo en algún lugar. Este ritual con tintes satánicos esconde una patología muy extraña, pues el asesino no busca dinero, sino que las familias de las víctimas sufran como castigo por algún delito cometido en su vida. Alguna mala acción que burle los límites legales sería suficiente para despertar el olfato asesino de El Cuarto Mono.

El apelativo El Cuarto Mono viene de un templo japonés, en el que tres monos tallados en la puerta de entrada representan el proverbio oriental «No escuches el mal, no veas el mal, no pronuncies el mal». El primer mono se tapa los oídos, el segundo los ojos y el tercero la boca. Pronto descubrirá el lector que el cuarto simboliza el mandato divino «No hagas el mal».

Y qué voy a contar más, si de los thrillers solo hay que saber el título. Parte del goce lector es el descubrimiento personal de cada paso, de cada movimiento dado en la investigación. En los últimos años, J. D. Barker se ha ganado el puesto de autor de primera fila y merece la pena hincarle el diente. Es un maestro en el juego de giros en la construcción de la trama y en la descripción de las emociones más despreciables del ser humano. Mi admonición a los amantes del género es que estén psicológicamente preparados para sumergirse en «El Cuarto Mono» porque nos obsequia con episodios descarnados y crueles que escuecen bastante, a lo Stephen King cuando se pone gore. Y para los irredentos del autor, decirles que una vez entren en la historia, por más que se empeñen en dosificar la lectura, van a quedar cosidos a ella hasta devorar sin tregua sus casi 600 páginas. Así pues, recomiendo vivamente esta primera entrega de lo que hoy es ya una famosa trilogía (los otros títulos son «La quinta víctima» y «La sexta trampa») por todo lo dicho y también porque los capítulos están hilvanados con un estilo ágil que alterna estupendamente bien los tiempos y voces del edificio narrativo. Muchísimo oficio, míster Barker. Ha conseguido usted que el tedio estival escampe de mi mente de un modo prodigioso.

Buenos días y buenas lecturas.

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