Hoy recomiendo un texto para disfrute de los amantes de las letras japonesas y, en general, de las buenas letras. «Confesiones de una máscara» (1949) es una novela de altura, la primera y una de las más brillantes de Yukio Mishima (Tokio, 1925-1970). Novelista, ensayista, crítico, dramaturgo, guionista, poeta y candidato al Nobel en tres ocasiones (en el 68 le arrebató el premio su mentor Yasunari Kawabata), nos dejó 40 novelas, 18 obras de teatro, 20 libros de relatos y otros 20 ensayos.
«Confesiones de una máscara» abraza la pureza a través del lenguaje y desvela, en angustioso introspección, la compleja personalidad de Mishima a través de Koo-cha, narrador de la historia. El joven Koo-cha va contando, como si estuviera desnudándose frente al mundo, su doloroso crecimiento interior hasta los 24 años.
Alma atormentada, fue un niño débil y enfermizo. A los 49 días de nacer lo separaron de su madre y se crio con su abuela, en un cuarto impregnado de enfermedad y vejez. A los cuatro años, las ilustraciones de una mujer vestida de hombre que iba a la guerra causaron en él una repugnancia que fue incapaz de interpretar. A los cinco, un porteador de excrementos hizo brotar un sentimiento que le desconcertó y le llevó a rechazar el amor. Su fascinación continuó con Cleopatra y los príncipes comprometidos con la muerte, inclinándose por los jóvenes que morían asesinados. Estas experiencias proyectaron una densa sombra en su corazón. Aunque temía la muerte como el que más, le encantaba imaginarse a él mismo muriendo o siendo asesinado en una batalla.
«El deleite que sentía al ver sufrir a otro cuerpo se transformaba en un placer porque en ese momento adquiere la normalidad que le obsesiona. Al margen del objeto de su fantasía, estaba excitado sexualmente en lo más profundo de sus entrañas, y en eso, en esa normalidad, no te diferencias nada del resto de los hombres. Tu mente te estremece ante tal profusión de excitación primitiva y sensual y en tu corazón renace el gozo profundo del salvaje«.
Con un estilo impecable, Koo-cha narra cómo coqueteó con su sexualidad y, desde bien pequeño, se supo diferente a los demás. Se interesó por los cuerpos y formas de su mismo sexo, pero desde un ángulo que va más allá de la homosexualidad. Simplemente, buscaba la belleza. Se le exigió comportarse como un chico y creció obsesionado con que vivir es un teatro (de hecho, hizo teatro y gozó con que el público celebrara la representación de sus mentiras). Los años convirtieron su vida en una máquina de fabricación de falsedades.
Su primer gran amor fue Omi, quien despertó su apetito carnal con fascinación diabólica. Por él empezó a amar la fuerza, la sensación de sangre caudalosa, la ignorancia, los movimientos toscos, el habla bruta y la atracción por la carne absolutamente inmune al intelecto (su apetito carnal lo encontró también en su deseo por las axilas, incluso por sus propias axilas). A su rendida adoración por Omi siguió el descubrimiento de que lo que le tentaba no era la consumación del deseo, sino la tentación en sí, pura y simple. Y después, conoció los celos.
Mientras Koo-cha se iba convirtiendo en esa persona falsa construida bajo una particular máscara de corrección, la ciudad estaba siendo bombardeada y los aviones americanos, en plena II Guerra Mundial, invadían el cielo de Kioto.
La novela se entretiene en divagaciones sobre la obsesión enfermiza de Koo-cha por parecer adulto. El fuego del amor es descrito con fantasías de una riqueza expresiva poco común. Cuando supo lo que sentían los chicos de su edad, su ardiente curiosidad le condujo a pensamientos enfebrecidos por mujeres, a él, que su relación con ellas no le provocaba nada. Se sintió turbado por el perfume y maquillaje de su prima y llegó a prometerse con una joven (Sonoko) que jamás le despertó atracción sexual, sino espiritual, por la contemplación de la belleza. Amor platónico por lo bonito y elegante.
A lo largo de toda su vida, la conciencia de Koo-chan por fingir ser como los demás erosionó su verdadera personalidad y le convenció de que tal normalidad no pasaba de ser fingida. Este es el tuétano de la narración. «Confesiones de una máscara» no es, por tanto, una novela sobre la negación de la propia sexualidad, sino sobre la negación de uno mismo. La represión exige confesión, como si solo así el protagonista pudiera aliviar la carga de su engaño. En este sentido, la obra de Yukio Mishima enlaza tanto con la confesión católica como con el discurso psicoanalítico que ayuda, en ambos casos, a entender y a construirse a uno mismo. Con tinte dramático, la descripción del descubrimiento de su sexualidad prohibida es el eje vertebrador del relato.
Finalmente, quisiera añadir que Koo-chan no solo es un personaje, sino también su mundo de ficción. Nadie conoce al verdadero Koo-chan, ni siquiera él mismo. En definitiva, texto introspectivo, inquietante e hipnótico, que nos enfrenta a interesantes cuestiones sobre los abismos de la mente humana. Yukio Mishima es, sin duda, un autor deslumbrante, un gigante literario. Uno de los grandes creadores que sabe dar carga poética a la narración y convertir la lectura en el mejor de los deleites.
Buenos días y buenas lecturas.


