Pablo Rivero (Madrid, 1980), famoso por su interpretación de Toni Alcántara en «Cuéntame cómo pasó», está haciendo sus pinitos en la narración con tinte de thriller y he querido conocer si su trabajo merece o no la pena. Sin olvidar que ya tiene tres o cuatro obras en el mercado, con las que ha conquistado a muchos amantes del ahora llamado domestic noir, «Penitencia» me ha resultado un fruto no despreciable al que falta maduración.
Es una novela resultona. Y resultona es aquella que despierta el apetito lector desde la primera página, pero al cerrarla no deja sabor a nada. Está narrada en primera persona, estilo sencillo y pocos personajes. Dicho así, suena interesante, sonido que pudiera haberse convertido en melodía si se hubiera sostenido con mimbres narrativos con forja literaria. Los devotos del género buscamos oficio y buena letra.
No obstante, los lectores poco avezados en el thriller pueden quedar sorprendidos por la apertura de una historia que promete. Es de esas que crean angustia desde la primera página, con un joven actor pasando por un momento vital en caída libre, de encontrarse sin salida. Un buen punto de partida para ganarse al lector. Sin embargo, para tenerlo ganado hasta el final es necesario más oficio. A poco que una analice la estructura formal del texto observa costuras en la narración. Sobran páginas, se repiten una y otra vez registros clásicos del suspense sin saber jugar con ellos. El manejo de una prosa corriente exige, para que la lectura valga la pena, crear algo que no se haya hecho antes. Decirlo de una forma novedosa y eso es muy difícil. Porque esto de las novelas de intriga buenas o malas tiene poco que ver con la exquisitez del lenguaje y mucho con la creación, con una manera diferente de colocar las palabras para que el libro nos robe las horas sin posibilidad de hacer otra cosa que no sea seguir sumergidos en él.
El lector es engañado en las primeras páginas y sigue engañado en los primeros capítulos, siempre en espera de un giro que, cuando llega, no está a la altura porque la única maestría de Pablo Rivero en esta novela es saber alargar el clímax. Y francamente, la maestría no está en crear el clímax, sino en mantenerlo en su justa medida. Repito, en un thriller, el clímax no ha de ser sostenido. De lo contrario, deja de serlo. Se ha de mantener solo lo justo y necesario. Ahí radica una de las mayores dificultades del género. Si una llega al meridiano de la novela y la atmósfera oscura y perturbadora en la que se ha sumergido es la misma que cuando entró en la narración, no hay clímax, sino una situación asfixiante suspendida que cansa. Por otro lado, los giros argumentales no resultan muy verídicos, algunos, incluso predecibles. En definitiva, a este chico le resulta fácil soltarse en la creación de una situación de tensión y angustia como puerta de entrada, pero le faltan los recursos de un primer espada para que los lectores cerremos el libro esperando el siguiente.
El hilo argumental con el que nos encontramos es el siguiente: Jon lleva veinte años interpretando a un asesino en una famosa serie de televisión. Vive tan atormentado por su personaje que podría decirse que lo ha interiorizado hasta el punto de tener confusión respecto al límite de su propia identidad. Abrumado por el peso de esta losa íntima en la que vive instalado, decide retirarse a una casa perdida en un bosque y olvidarse de todo. Su obsesión es librarse de su alter ego y conseguir el anonimato en ese destino escogido. Sin embargo, no será tan simple. Al poco de establecerse, escabrosos sucesos alterarán su tranquilidad y tendrá que lidiar con algunos secretos que entretienen a través del andamio del suspense y una prosa como digo, sin complicaciones estilísticas. Para los recién iniciados en este vicio sin redención de leer todo lo que suene a una promesa editorial, recomendable. Para los genuinos amantes del domestic noir, como se ha bautizado al género, prescindible.
Buenos días y buenas lecturas.


