Hoy recomiendo un thriller desgarrador. Una novela negrísima, durísima, casi diabólica, imprevisible y vengativa, que me ha sacudido las entrañas. Me ha atravesado el alma y robado el sueño con el estupefaciente, bien dosificado, de una sucesión de episodios escalofriantes.
La he leído de un tirón porque este autorcito francés ha conseguido que mis ojos miopes estén pegados a estas páginas de una forma inmisericorde, pero muy cautivadora. Alex posee esa pulsión seductora que busco en la novela negra. Una seducción que consiste en que me secuestre del tedio y no quiera —ni pueda— salir de ella.
Y escojo este verbo —secuestrar— porque de secuestros va la cosa. Pero antes de entrar en detalles, unas pinceladas del autor y de la impresión general de la obra. Poco hay que añadir que no sepáis de Pierre Lemaitre (París, 1951). Autor francés, consagrado por el fragor de los premios y aclamado de forma unánime por la crítica.
Alex es la segunda entrega de una tetralogía protagonizada por el comandante Camille Verhoeven (la completan Irène, Rosy & John y Camille). Para quien ande con intención de leer la saga completa, es esencial obedecer el orden en el que se escribieron. Debe estrenarse con Irène, la primera de ellas, pues Alex está asediada de guiños que se refieren a lo que pasó en Irène. De hecho, a nuestro detective Camille le cuesta Dios y ayuda hacerse cargo del caso de Alex debido a que su mujer (Irène) resultó asesinada en la primera entrega. Han transcurrido cuatro años, pero él vive con extraordinaria proximidad los terrores que envolvieron al fatídico crimen. El tiempo no ha borrado las marcas que estigmatizaron sus afectos. En cada paso de la investigación suena el eco de Irène, en cada capítulo hay algo de Irène. Su recuerdo es perpetuo y Lemaitre quiere que el lector sepa que lo que sucedió en Irène ha forjado al Camille de Alex. Y por si alguien anda aún despistado, él se encarga de calentar el hecho varias veces en la sartén del recuerdo (explícitamente lo hace en la página 289).
Ya he adelantado que el asunto aquí es un rapto. El rapto de una chica. El hilo argumental se sirve en tres partes que obedecen al secuestro, la investigación de los hechos y un formidable desenlace. Alterna la primera y tercera persona —según narre lo que le sucede a Alex o se refiera a la investigación policial— y cuenta los hechos en tiempo presente. Formalmente, no se le puede poner un pero. Demuestra ser un maestro del género.
¿Quién es Alex? Una mujer desaparecida de la que se sabe poco. Más bien, nada. Que es joven. Y guapa, muy guapa incluso, pero Alex no es una mujer cualquiera. Con treinta años ha vivido mucho y, sobre todo, ha sufrido lo indecible. Una noche, en vez de coger el autobús para regresar a su casa, decide ir dando un paseo, y es secuestrada por un tipo que la golpea, la mete en una furgoneta y la conduce hasta un almacén abandonado. Allí la encierra en una jaula que simula ser un instrumento de tortura. De la jaula no la deja salir ni para hacer sus necesidades. Está incomodísima. No puede sentarse ni permanecer erguida del todo. Permanece colgada a dos metros sobre el suelo y su única compañía son unas ratas que se le aproximan hasta rozarle, atraídas por el hedor que desprende su cuerpo. Si asoma la mirada a través de los huecos que quedan entre madera y madera, ve a un tipo con facciones de retrasado y aspecto brutote. El retrasado no habla. Aparece y desaparece de su vista, le suministra agua y alguna croqueta.
Mientras la joven se consume física y psíquicamente, la investigación tutelada por Camille, sin sospechosos ni pistas, va dando sus primeros pasos. Pasos erráticos que se convertirán en ventajosas zancadas a medida que devoramos páginas. Una queda tan atrapada en la novela como la protagonista en la jaula. La narración describe una situación tormentosa, violenta, desasosegante al extremo, pero nos torna incapaces de soltar la novela. Lo impactante es que a una le da la sensación de que esta desazón se extiende a todos, como magma volcánico en erupción. La padece Alex, que posee la certeza de que su secuestrador la tendrá encerrada hasta que muera, y la padece el lector, que no sabe nada de Alex. No conoce su identidad ni por qué la han raptado. El único cabo del que podemos tirar para deshacer la angustiosa madeja es seguir leyendo, quedar soldados en la fragua de estas malditas páginas. Llegó un momento —al finalizar la primera parte— en que me confortaba pensando que la sordidez iba a quedar encallada por el curso de la investigación, pues las cosas no podían ser más negras. Pero amigos, Lemaitre es un maestro (si no lo creéis, traducid su nombre) de la creación de tramas desapacibles. Ya se encarga él, de forma que quiere ser decorosa, de nutrir con giros improvisados cada capítulo y por ende, de que consintamos en deglutir más violencia. Así que no, el sosiego no va a llegar. Estáis avisados.
¿Y no vas a contar lo que le sucede a la chica? Pues no. Cómo va a ser de otra manera. En la segunda y en la tercera parte, Lemaitre, haciendo gala de una excelente estrategia, sitúa al lector en un ángulo de honor desde el que, magníficamente, va a ir contemplando cómo se va cerrando la trama, cómo cada pieza encuentra el ajuste perfecto. Cada detalle postizo se justifica, cada mirada turbia se aclara y cada paso tiene un destino cierto.
Y poco más que añadir. En definitiva, la escritura del francés abona un peculiar modo de hincar el bisturí en nuestros aposentos más íntimos, que consiste en la difícil tarea de ir rebanando sabiamente nuestra voluntad. La recomendación está terminada. Buscad un lugar cómodo y aparcad vuestras obligaciones. Pronto quedaréis sumergidos en la espesa ciénaga a la que sois citados por Alex. Disfrutad de la alquimia de Lemaitre. Un mejunge sazonado, a partes iguales, de atracción y repulsa, de fascinación y despego. Una historia cruel que para completar la labor de aliño os pellizcará donde más duele. Hay violencia, abusos sexuales, suicidios, muchos disfraces y mentiras, todas las salvajadas y vilezas que podáis imaginar, pero está escrita con el músculo de un autor que sabe imantar nuestras pupilas a la narración. Ahora comprendo por qué ha sido tocado por la varita mágica de la crítica. Gracias, monsieur Lemaitre, por Alex. Formidable.
Buenas noches y buenas lecturas.