Mirlo blanco, cisne negro es un acta de supervivencia de alguien que fue coronado con el éxito de la fama y logró sobreponerse a él. No es una autobiografía, pero el narrador tiene mucho del joven escritor que fue Juan Manuel de Prada, ese autor apabullante —y aún ingenuo— que pasó sus primeros años en el anonimato y que, a partir de hacerse con el Premio Planeta, asomó como ballena sumergida en los mares para ver el sol, obteniendo un reconocimiento triunfal, no solo a nivel literario sino también mediático.
El nombre del protagonista (Alejandro Ballesteros) coincide con el del protagonista de La tempestad, obra con la que obtuvo el Planeta. Ahora recupera al personaje con un papel distinto, su alter ego. El lector se da cuenta de que es el propio Juan Manuel de Prada quien se vapulea a sí mismo, quien se flagela y atiza de un modo inmisericorde.
La historia está fundada, pues, en su experiencia como escritor y los protagonistas principales son dos escritores. Uno es Alejandro Ballesteros, un chico de provincias que llega a Madrid como un mirlo blanco, lleno de ilusiones, colmado de entusiasmo, pero al que nadie hace caso. Este joven al que ignoran en los saraos y círculos literarios, pretende colarse en ellos por ver si así se le abre alguna ventana a la fama en este mundillo, a pesar de que sabe bien que lo único que se hace en ellos es mucho peloteo a las viejas glorias, y sobre todo, que el escritor que llega con un atisbo de talento va a ser relegado al olvido.
Entre estas viejas glorias se encuentra Octavio Saldaña, escritor maldito que cató las mieles del éxito en su juventud y que no se sabe muy bien por qué acaba abrazado al fracaso más acuciante —a lo largo de la novela lo iremos conociendo—. Este cisne negro arrastra heridas desde la infancia y ha lanzado tantos vituperios contra el mundo literario que ha terminado convirtiéndose en un escritor preterido. Conoce al joven Alejandro Ballesteros y entre ambos se urde una relación de amistad que viene a ser una fascinación mutua. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura vamos viendo cómo Octavio Saldaña es un tipo con demasiadas heridas y que esa apariencia de protección tutelar que brinda al joven, en realidad, es una encerrona asfixiante. Más que ampararlo bajo sus alas va a desear estrangularlo, va a querer vampirizarlo y los meandros por los que se encauza esa relación vampírica constituye la trama medular de la novela.
En la faja del libro reza que Mirlo blanco, cisne negro es un ajuste de cuentas que el autor establece con él mismo y con el mundo editorial. Estas páginas tienen mucho de ajuste de cuentas, pero son también un acto de desnudez, un estriptis literario en el que Juan Manuel de Prada va quitándose prendas ante al lector, mostrándose a sí mismo sin complejos. En este espectáculo al que hemos sido invitados, reconocemos al escritor colosal que es y advertimos que ha ido ganando en oficio. Su plumaje ya no viste al mirlo blanco que trazaba virtuosos tirabuzones con metáforas enredadas y epítetos abrumadores en Coños, Las máscaras del héroe o El silencio del patinador. Con todo, he de decir que aunque ha limado tímidamente su estilo, aún le falta amenidad. Sigue siendo dueño de una escritura vociferante y aquí declama contra sus maestros. Nos obsequia con su prosa robusta de siempre, pero sigue gustando de adornarla con metáforas ansiosas o frases briosas que rozan lo divagatorio (o lo hiperbólico). Todavía no ha encontrado ese punto de exacta sazón que hace del escritor un creador ameno.
Empachado de literatura y ahíto de pensamientos sublimes, escribe como reflexiona, pero tal vez, reflexiona demasiado. Se sigue reconociendo en una forma de maridar el lenguaje con ardor barroco. Tal vez, considera que su literatura no está periclitada porque formalmente es muy canónico. Sin embargo, no borrar estos arrestos vestigiales hace que el ritmo se ralentice. A mí me ha interesado mucho el asunto. Es una lástima que para narrar lo sencillo se interne en pasadizos lóbregos y alambicados haciendo uso de una sintaxis prolija y enrevesada. Reconozco haber tropezado con algunos pasajes deseando llegar al último capítulo como escotilla de salida. Lo dicho, su prosa excelente pierde brillo por adentrarse en los laberintos del estilo, envuelto en capas, y me atrevo a decir que su exquisitez —esa pureza que persigue en cada frase— queda velada por las sombras de la voluptuosidad.
Sin duda, lo mejor de la novela son las reflexiones en torno al mundo editorial, que se vuelcan sin anestesia. El éxito es visto como un mal compañero para quien ejerce el oficio ya que perturba y despista mucho alejando al escritor de la creación, incluso, puede llegar a convertirlo en un pelele. Ahonda también en la vocación literaria y en los obstáculos con los que tropiezan sus vagidos. Uno de los peores, el mundo endogámico y caníbal en el que se convierte la placenta que ha de nutrir al joven escritor. Más pronto que tarde éste tendrá que vérselas con las zancadillas que le tienden sus propios colegas, porque en este universo de letras existe una especie de instinto depredador en virtud del cual el recién llegado viene a ocupar un sitio que hace desplazar a otro. Sin tintes dramáticos, la novela retrata de modo formidable este escenario actual, colmado de audacias, trabas y mentiras.
Buenas tardes y buenas lecturas.
Me acabo de leer el libro y a mi me ha encantado. Empecé leyéndolo casi sin ganas pero la historia acabó enganchándome hasta el final que me parece muy bueno. Para mí la mejor parte es cuando Everlyn, la editora le ofrece a Saldaña publicar bajo pseudónimo y él se indigna respondiéndole de tal manera que casi me muero de la risa.
Me gustaLe gusta a 1 persona