Como rastreadora infatigable de libros que hablan del amor a los libros, mi última gloria a celebrar es el aclamadísimo ensayo de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) titulado «El infinito en un junco».
No es tarea fácil, en una lectora avezada como yo, despertar el interés como ha hecho este texto. Y lo ha hecho fabulando una aventura colectiva, que se inicia antes de la expansión de la escritura, y escogiendo como protagonistas a quienes han protegido con celo los libros: narradores orales, iluminadores, escribas, traductores, vendedores ambulantes, monjas, esclavos, maestros, sabios, espías, etc. Los capítulos se suceden con el reposo de expresiones y frases cotidianas pero contundentes. Irene Vallejo posee el misterioso don de rescatar la soberanía absoluta de la escritura y tatuar en nuestro ánimo una huella similar a la que dejan las historias reales.
Una vez más, lo que importa no es solo el fondo, sino el estilo que, junto al ritmo, es el mayor logro de un ensayo que, poco a poco y tal vez sin quererlo la autora, toma la forma de un relato.
El cauce argumental de «El infinito en un junco» es trazar la cronología vocacional por escribir y leer, narrado en primera persona. Y es tan amena, tan sencilla, tan pasional y reflexiva, que sobra reconocer que Irene Vallejo vive el frenesí de leer tanto como el de contar.
La divisa de esta filóloga zaragozana es una pluma doméstica pero disciplinada, una prosa rica sin extravagancias y un material histórico amasado de fascinación y gratitud. Una alquimia poco común. Sílabas que nos hablan del aliento de los libros (desde su gestación) y palabras que dejan al descubierto el efecto benefactor de vivir entre, por y para los libros. Hay párrafos que constituyen una auténtica delicia narrativa. Irene Vallejo me ha hecho volar por la luminosa constelación de las frases bien talladas.
Con «El infinito en un junco» he descubierto a una autora a la que le esperan muchos reconocimientos y me he nutrido del sabroso néctar del conocimiento. Envuelta en sábanas de palabras, he escuchado la voz literaria de clásicos introducidos en debates actuales y la sabia reflexión que nos dejó Hannah Arendt: «El pasado no lleva hacia atrás, sino que impulsa hacia delante y, en contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos conduce hacia el pasado». Que ustedes lo disfruten.
Buenas tardes y buenas lecturas.