
Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927- 2014) nos dejó una de las novelas de amor más bellas de todos los tiempos. Escribió «El amor en los tiempos del cólera» (1985) tres años después de recibir el Premio Nobel (1982) y fue el mejor obsequio para sus lectores. Nos obsequió doblemente. Nos regaló una fabulosa novela de amor y una lección de escritura. Lo suyo es magia pura, no solo por el estilo (realismo mágico), sino porque una tiene la impresión de estar sumergida en una realidad fantástica, bañada de lirismo y de gozar de esa realidad gracias a ese contar caudaloso suyo. No hay quien cuente mejor las locuras y desórdenes del amor. El colombiano embellece la realidad y embellece el lenguaje. En sus manos, todo es más rico, más profundo, más vigoroso. Cada expresión, cada palabra, participa del ímpetu febril del sentimiento amoroso.
La trama es la crónica del amor contrariado entre Florentino Ariza y Fermina Daza, crónica que se prolonga durante más de sesenta años. Al parecer, Gabo se inspiró en el noviazgo de sus padres, que se juraron amor y fidelidad para toda la vida. Lo peculiar del idilio entre Florentino Ariza y Fermina Daza es que está suspendido en el deseo, en la imaginación, más que en el contacto físico. Por encima de todo y contra todo, estos amantes son el uno para el otro desde el momento en que coinciden en la vida. La memoria del corazón les hará esperar para poder amarse cuando son dos viejos, como si el tiempo se hubiera detenido.
A pesar de la fiebre de amor que Fermina Daza siente por Florentino Ariza, ella se casa con el médico Juvenal Urbino y forma una familia con dos hijos (Marco Aurelio y Ofelia) con la que vivirá algo parecido al amor. Nada en este mundo es más difícil que el amor. Y no digamos que la fidelidad, convertida en el tuétano de la narración.
«El amor en los tiempos del cólera» es un catálogo de sedimentos sobre los que se edifica el sentimiento amoroso (la pasión, el deseo, la fidelidad, la gratitud, el compromiso, la confianza, etc.) y también, de las grietas y desmanes que construye el amor domesticado (la inseguridad, la deslealtad, el engaño, los celos, etc.). El ser humano no está a salvo de ninguno de ellos y la vida enseña que el cataclismo de felicidad que brinda el amor envejece antes que la propia carne («Cuando Florentino Ariza vuelve a la vida de Fermina Daza, a ella le resultó imprevista la reiteración dramática de un amor que para ella no había existido nunca y a una edad en que a él y a ella no les quedaba más que esperar en la vida»).
La narración advierte que la forma en la que muere una persona revela mucho de esa persona y, desde luego, la de Juvenal Urbino llama la atención por lo absurda. Al extender la mano subido a una escalera para atrapar a un loro de un mango, la escalera resbala y el médico se va con Dios sin tiempo para arrepentirse de nada ni despedirse de nadie. La absurdez de la caída de Juvenal Urbino y de su muerte es, probablemente, una admonición de que también la presencia de este hombre lo es en la vida de esta mujer. Los años que pasó con Juvenal Urbino fueron absurdos. No enriquecieron el alma de Fermina Daza, no dieron más sentido a su vida, a excepción de dos hijos.
Gabo reflexiona aquí mucho sobre la fugacidad de la vida y la imposibilidad de escapar del destino común de la vejez. El amor, único motor que da sentido a la existencia, tiene la virtud de ser incombustible, de fortalecerse en el tiempo. Se robustece con los años. Nos dice: «El amor es amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte». En el tramo final, cuando Florentino Ariza invita a Fermina Daza a realizar un viaje de descanso por el río a bordo de un buque (de nombre, Nueva Fidelidad), ambos ya con olor de viejo, ella encuentra en esa travesía la ocasión perfecta para hacer más grande el amor que le queda por vivir. Y finalmente, cuando él se inventa declarar que el buque se encuentra en cuarentena y se iza la bandera amarilla, como si hubiera un caso de peste a bordo, se inicia el viaje de amor más largo y más sano de toda la literatura.
Gabriel García Márquez nos dejó, repito, una de las novelas de amor más bellas. Se inventó un mundo semejante al mundo real, pero tan diestramente creado, tan mágicamente escrito, que la obra merece tantas lecturas como se quiera. Esta es mi segunda lectura y no será la última. Volveré a ella cuando necesite realizar un viaje de descanso por mis lecturas habituales y quiera hacer más grande el placer que me dan las palabras.
Buenos días y buenas lecturas.
¿Quiénes fueron los GASTALDI? Una categoría nobiliaria lombarda, pues resulta que «En la primavera del año 568, Alboíno invadió Italia(…) junto a un ejército en el que había lombardos y otras tribus germánicas (…). Al año si-guiente, los lombardos penetraron más al sur (…). Posteriormente (…) también se instalaron en el centro y el sur de Italia (…). Los bizantinos consiguieron conservar el control de la región de Ráve-na y Roma, unidos por un estrecho corredor que discurría a través de Perugia (…) A consecuencia de estos sucesos, se formaron en el territorio conquistado por los lombardos treinta y seis ducados independientes, pero esta desmembración fue perjudicial para ellos y funesta para Italia. Sus diri-gentes se asentaron en las ciudades principales. El rey gobernaba sobre ellos y administraba la tierra a través de emisarios llamados gastaldi (…)» (https://es.wikipedia.org/wiki/Lombardos)
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Pues no lo sé bien. Era mi hermano Paco quien se ocupó de elaborar el árbol genealógico y, ahora que no está, nadie ha cogido el testigo. Creo que el primero que vino a España procedía de Milán, y fue mi bisabuelo Máximo Gastaldi Bo, hombre intelectualmente elevado que matrimonió con Regina y fundó la Caja de Ahorros aquí en Valencia. Aún está su fotografía en una de las dependencias de la central. Un saludo. Entraré en ese enlace que me envías, a ver si tropiezo con algo interesante. Muchísimas gracias!
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