
La novela que hoy recomiendo fue publicada cuatro años antes de que J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) recibiera el Premio Nobel de Literatura (2003). De apariencia simple por su prosa fácil, el texto esconde gran complejidad. La complejidad psicológica que define al ser humano y el crudo infierno de la existencia.
El estilo es sencillo y conciso. Al mismo tiempo, está plagado de simbolismo. Sobre todo, de crítica social, de acusaciones sobre los obstáculos que ponen en riesgo la comunicación entre los hombres.
Los elementos simbólicos exigen una segunda lectura para entenderlos. Así, la novela se abre manifestando que «la sociedad humana ha creado el lenguaje con la finalidad de que podamos comunicarnos unos a otros nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones». A continuación, apunta que «el origen del habla radica en la canción, y el origen de la canción, en la necesidad de llenar por medio del sonido la inmensidad y el vacío del alma humana». Esta premisa elemental es el eje vertebrador de buena parte de la trama, pero no se descubre hasta que una lleva andados varios capítulos.
El protagonista de la narración es David Lurie, un profesor de 52 años que arrastra el fardo de una vida desgraciada. Tiene una hija (Lucy), que abandonó su casa para establecerse en una comuna. La vida de este profesor está carente de satisfacciones. Enseñar es un medio para tener unos ingresos y su ejercicio le proporciona la virtud de la humildad. Para Lurie, quien va a enseñar aprende la lección más profunda y los que van a aprender no aprenden nada.
Emocionalmente, este profesor es un tipo demolido. Lleva dos divorcios a sus espaldas. Eso sí, no deja pasar un trimestre sin enamorarse de alguna alumna. Su única aspiración es una dicha que paga, moderada y pasajera, y que le proporciona una mujer que le permite un desahogo sexual una vez por semana. Pero su felicidad, ese estado de íntimo bienestar que nos une a otra alma, hace tiempo que entró en caída libre. Al comienzo de la novela frecuenta a una prostituta de origen árabe. Al abandonar esta relación, una alumna de su clase cautiva su atención y pronto iniciarán un acalorado romance. El idilio saltará a la luz como escándalo en el seno universitario y trascenderá a los medios. Lurie es puesto en el banquillo. Sorpresivamente, no se defiende, quizás por temor a perder su integridad por completo. A resultas de este hecho, lo destituyen del cargo. Dispuesto a cambiar de vida, emprende un viaje al interior del país y aprovecha para visitar a su hija Lucy que regenta una granja. Esta también vive su propia desgracia personal. Unos individuos asaltan su casa y es violada por un tipo sin escrúpulos sin otra razón aparente que ser la primera mujer blanca que se encontró en su camino. Con todo, Lucy decide tener el hijo. Esta decisión echa un espeso telón entre padre e hija mientras Lurie observa desconcertado cómo se hace añicos lo que él creía tener con Lucy. Volvemos a la comunicación. Lucy es la única persona con la que Lurie podía comunicarse.
Algunos filósofos y entendidos en el novelista, sostienen que David Lurie es Coetzee. El Premio Nobel, el experto lingüista, el descendiente alemán, de Ciudad del Cabo, el blanco en Sudáfrica. Creo que merece la pena expresarlo, pues todos tenemos miles de matices, somos seres complejos, y es probable que el autor haya escogido una parcela de su personalidad que sea suficiente para dar vida a un personaje.
«Desgracia» está llena de símbolos. Vuelvo sobre esto. Algunos son reales, como Byron o el mismísimo Shakespeare. Otros bíblicos, como Lucifer. El mismo David Lurie se hace la pregunta y se asombra de la respuesta. ¿Quién es Lucifer? es un demonio, pero también soy yo, piensa, un “loco del corazón”. Como si fuera justificación suficiente para sus acciones. Entonces, estar “loco del corazón” te exime del descontrol y el caos. Lucifer es un incomprendido a quien no se le puede tener simpatía. Y esto nos lo cuenta justo antes de ser llamado por las autoridades de la universidad donde trabaja, para ser cuestionado por su relación secreta con una alumna. Pero ahí no terminan las referencias bíblicas. También está la serpiente, la víbora, la manzana, el fruto prohibido. Esa es la mujer construida por David Lurie. En este plano, la propuesta simbólica de Coetzee me parece interesantísima.
Otro aspecto a tener en cuenta para comprender «Desgracia» es la relevancia que da al lenguaje. El de los hombres, el de los animales y el silencio como forma de comunicación que, en ocasiones, juega una baza importante. Otro lenguaje clave en la novela es el sexual. El sexo como modo de comunicación.
La narración tiene una concepción binaria del género. De lo que se colige que en el imaginario colectivo existen hombres y mujeres. No hay espacio para más. Y el género se refleja en el sexo, en el “derecho al deseo”, como menciona Lurie. El hombre es un ser que existe en el contexto social de la novela. La mujer, desde la perspectiva de la narración, se construye a partir de las ideas del hombre, desde la perspectiva del hombre. La mujer “aprende rápido (…) como una mariposa”. Y siempre evidenciando su cuerpo como el elemento que la define. A su hija, como mujer, la construye de idéntica manera (“La última vez que vio los pechos de su hija eran los recatados capullos de rosa de una chiquilla de seis años de edad. Ahora son pechos redondos, grandes, casi lechosos”). La misma existencia del hombre se limita en esta cuestión (“fui un simple sirviente de Eros”). Ellas no tienen los mismos derechos, ni siquiera sobre su propio cuerpo: “la belleza de una mujer no le pertenece solo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo, y su deber es compartirla (…) Ella no es dueña de sí misma”.
El paternalismo de D. Lurie es evidente, impositivo, y siempre hay una justificación para acercarse a la mujer. Podemos apreciarlo en distintos momentos: “Una semana antes no era más que otra cara bonita en medio de la clase. Ahora es una presencia en su vida, una presencia que respira”. Respecto a su hija Lucy, le confunde su responsabilidad de protegerla. De pronto, la desconoce. De pronto, “ya no es la misma”, porque ahora se atreve a cuestionarlo, porque ahora sus pechos son grandes. Lurie necesita a la mujer como elemento sexual y como factor de crecimiento, pues el encuentro con la mujer “le hace una mejor persona”. Aquí hay un punto interesante y es que a la única persona que le da permiso para contradecirlo es su hija. “Espero que no te jactes de que la inversa sea verdad también, de que por el hecho de haberte conocido todas tus mujeres sean ahora mejores personas”. Al final, tenemos un padre entregado a la muerte. Un tipo que va en creciente desgracia al no poder cumplir con su rol protector, al perder todo en términos patriarcales, entendiendo el patriarcado como forma de organización social basada en el privilegio de raza, género, clase social y económica. Ahí está lo mollar de la narración, lo que da título a la novela.
Lamentablemente, una reseña no da para analizar el texto con mayor detalle. Incidiré en otro punto más que merece la pena. Para David Lurie cualquiera que lleve la contraria a su pensamiento es su enemigo. No está dispuesto a ceder su posición de poder para crecer con nuevas experiencias. Y para mayor desgracia interior, David carece de lo que Coetzee llama “espíritu de arrepentimiento”. La posición de Lurie ante la vida podría definirse con esta frase: “No estoy preparado para reformarme. Quiero seguir siendo lo que soy”. Sobran explicaciones. A cualquier precio y bajo cualquier consecuencia.
Finalmente, «Desgracia» invita a la reflexión sobre muchos aspectos, por esa característica de Coetzee de hablar a ras de suelo. Aquí presenta una Sudáfrica empapada de odio racista, elitista, un lugar donde hombre y mujer son conceptos culturales y donde es el hombre quien coloniza, sin poder colonizar lo que no está al alcance de todos, la felicidad.
Buenas tardes y buenas lecturas.
Coetzee siempre me ha gustado. Leí «Desgracia» hace ya algunos años y tu reseña me la ha recordado, cosa que te agradezco. Luego disfruté con «Infancia» y también con «Verano» que reseñé en mi blog en su momento. Te invito a leer mis impresiones, aunque ya son lejanas, del año 2012, creo que aún son válidas.
Creo que Coetzee es un autor imprescindible de la literatura contemporánea.
Un fuerte abrazo
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