«¿Cómo le corto el pelo, caballero?» de Luis Landero

Hoy recomiendo al Luis Landero (Alburquerque, 1948) más recóndito. Recóndito, porque he escogido un texto difícil de encontrar. Estar está, en algún lugar desconocido. Encontrarlo es una hazaña. Quien lo quiera leer, ha de abandonarse a la suerte y no desfallecer en su afanosa búsqueda hasta hacerse con él. Descatalogado hace unos años, la suerte estuvo de mi parte el día en que di con él y, felizmente, lo rescaté de una librería de viejo.

Luce un título que bien podría ser el de una obra de Jardiel Poncela: ¨¿Cómo le corto el pelo, caballero?¨y aunque tiene puntos de humor, el abanico de registros que maneja es muy variado. El volumen reúne cuarenta artículos que fueron publicados en distintos medios (mayormente, en El País, y en revistas o suplementos como Cambio 16, Man, Cercha y ABC Cultural) y están presentados en cinco apartados temáticos. Todos ellos, alumbran la libre opinión del extremeño sobre el friso social e intelectual del momento.

Muy distintos en su temática, los artículos están todos ellos magníficamente escritos. De principio a fin. Engarzados por esa misteriosa coherencia que el extremeño otorga a todo lo que escribe, se disfrutan mucho. Cómo no se van a disfrutar si nos habla de revelaciones de libros que han sido valedores de sus más íntimas tribulaciones, de églogas a rincones y lugares de su infancia, con excelentes reflexiones en torno a la vida y la memoria. Constituyen una apreciada glosa del tiempo en que se gestaron y una sugestiva aproximación al perfil autobiográfico del extremeño, pues en ellos se mezclan los discursos del yo con los discursos del mundo, algo parecido a eso que Cela denominó, con gran precisión, la glosa del mundo en torno.

Irónico, satírico, humorístico, coloquial, amenísimo siempre, esta gavilla de artículos pasará a ser, con el tiempo, la crónica de una época. Crónica que demuestra que se puede ser moderno sin dejar de ser clásico, como Larra, Galdós, el mismísimo Valle, el genial Gómez de la Serna o como otros grandes.

Quisiera llamar la atención sobre la característica de la prosa de Luis Landero que, probablemente, más le define. Una escritura clara, transparente, y al mismo tiempo, consistente y tallada con esmero. Una prosa que, a falta de otra expresión mejor, se me antoja diamantina. Y qué difícil es atribuir este adjetivo a una forma de escribir.

Además, es fértil, nutricia para el lector, lo suyo es un contar que instruye. El extremeño escoge la escritura como cauce formal para ponernos al corriente de lo que sucede a su alrededor, de lo que piensan los demás, de lo que piensa él. Una se lo imagina sentado en su mesa, cabizbajo, con su atril, rodeado de folios en blanco y todo tipo de lápices, gomas, y bolígrafos (con tintas de diversos colores) que le servirán para inmortalizar sus vivencias sobre el papel. Y además, se imagina que el escritor está disfrutando. A mí me da la sensación de que Luis Landero disfruta de su oficio tanto como de ver disfrutar al lector.

Su estilo es cómodo, y tan próximo, que a una le parece estar leyendo en un tono casi familiar. Te interpela, hace que te intereses por lo que cuenta. Y siempre, sin renunciar a la precisión. Y casi siempre, sin renunciar a lo vivido. Y una, que ha leído mucho a Landero, sabe que el fuelle que alienta su bonito modo de contar es siempre el mismo. El mimo por el lenguaje. Debajo de ese escribir claro, de ese escribir fácil, de la frase perfecta y el párrafo perfecto, late su cualidad más admirable: la obsesión por cuidar la palabra.

Algunos de estos artículos son fundacionales de esa luz, de ese brillo que emana de la levadura prodigiosa que eleva la escritura de Landero sin necesidad de recurrir a expresiones o giros complejos. Sencillamente, convierte en bello todo lo que toca. Los años en los que se escribieron, toda la década de los noventa, fueron muy importantes para su obra de creador. Por el carácter intimista de algunos de ellos, a una le da la impresión de que Landero se está confesando cuando escribe. Que no engaña a nadie (ya nos habla aquí del maldito afán, ese grano que muele su narrativa una y otra vez). Que necesita escribir casi de modo compulsivo. Y que esa febril actividad en solitario va fraguando al escritor que ha llegado a ser.

También en las distancias cortas refleja Luis Landero el esplendor de su oficio. Nada más. Cae el telón. Os invito a buscar con denuedo el libro con título del bueno de Jardiel. Merecerá la pena.

Buenas tardes y buenas lecturas.

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