«Juegos de la edad tardía» de Luis Landero

Hoy recomiendo la ópera prima del extremeño Luis Landero, un texto lleno de ingenio con el que he disfrutado muchísimo. Del autor diré que es nacido en Alburquerque (Badajoz) en 1948 y que después de haber sido guitarrista profesional, mozo de almacén, trabajador en una central lechera y profesor en la Complutense de Madrid, se confiesa un hombre sin oficio. Con «Juegos de la edad tardía» inició una sólida carrera en el terreno de la novela habiendo transitado antes, como un diletante, los enigmáticos pasillos de la poesía.

El título es muy acertado (iba a denominarse «El gran Faroni») y aunque el término «juegos» alude a las aventuras que cuentan sus páginas, es también una invitación al lector a jugar, a participar en un laberinto de bifurcaciones imprevistas, a través de dos personajes sumidos en una farsa muy divertida.

Gregorio Olías es un idealista fracasado, en el más noble sentido del término. Lo suyo es un fracaso con tintes de resonancia épica. En la madurez, sigue andando por la vida a la deriva, arrastrando la culpa de no haber realizado sus sueños y con la enorme tristeza de estar en esa edad en la que uno sabe que lo que no se ha conseguido ya, difícilmente se va a conseguir. Se siente desdichado por haber traicionado a sus sueños, sea por miedo o por falta de oportunidades.

Un día, recibe una llamada telefónica de un compañero de trabajo (Dacio Gil) y se le presenta la oportunidad de rescatar sus sueños de juventud, pero desde la impostura. Gil padece esa misma tristeza vital. Como Gregorio, anda por la vida arrastrando la sombra de lo que hubiera deseado ser. Ambos persiguen el mismo afán. Ya tenemos aquí el afán, ese demonio literario que bulle en Landero y llena de vigor a sus personajes.

Gregorio siempre quiso ser alguien importante, un genio. Estudiaría, y cuando fuese ingeniero, se marcharía a la selva a realizar una hazaña aplaudida por todos. Había descubierto el lenguaje de los poetas y a indagar el mundo con una pasión devoradora. En la primera parte de la novela, escribe a Alicia (su amada) los más ardientes secretos de su corazón con versos. Sin embargo, con cuarenta y seis años es un tipo medio calvo que escribe poesías y no ha llegado a ser más que un oficinista de una empresa de vinos y aceitunas. Las horas se le pasan en lamentos, como si hubiese encontrado en ellos refugio seguro contra los afanes de la vida. A Gil le sucede tres cuartos de lo mismo. Otro tipo fracasado en todos los aspectos.

Como el destino no ha sido benévolo con Gregorio, alentado por Gil se inventa otra vida, paralela, que le permite vivir la soñada y convertirse en héroe. La impostura consiste en crearse una doble identidad. Cambia su nombre por un seudónimo más brillante, Augusto Faroni. Esta metamorfosis da sentido a su existencia: mantener viva esta farsa hasta donde le lleguen las fuerzas. Además, se ve reforzada por la fe redentora de Gil, quien necesita un héroe al que adherirse.

A partir de ese momento, la novela comienza a andar con mayor agilidad y los personajes, ebrios de acción, narran su gozoso deambular por un mundo saturado de irrealidad. Dejan de ser vendedores de vinos y aceitunas y se lanzan al río de la vida siendo poetas, cultos, políglotas y audaces. Convierten la impostura en una verdad de vida. Y esta impostura no sólo los transforma, sino que los trastorna.

Gregorio cambia también su modo de vestir, sus gestos, su voz, etc. Padece una metamorfosis de clara influencia kafkiana. El Gregorio oficinista se convierte en el Faroni poeta. Qué casualidad que además, se llame Gregorio, como Gregor Samsa.

Las resonancias cervantinas asoman en las relaciones nacidas de esa dualidad realidad-fantasía representadas por estos dos personajes y por Faroni, quien recuerda mucho a Alonso Quijano inventándose a Don Quijote. Tiene además, a un Sancho Panza, que es Gil, con quien encuentra un sentido a su vida. En realidad, la novela puede definirse como dos Sancho Panzas que conspiran para crear un Quijote.

En cuanto al estilo, «Juegos de la edad tardía» nos descubre a un Landero dueño de un universo personal muy rico, más denso aquí que en obras posteriores, caracterizado por un caudal expresivo al que acompaña la música del lenguaje y un humor bien calibrado. Algunas frases son algo más recargadas de lo que acostumbra, pero en su construcción se adivina la pasión por el ritmo y la exquisita pureza de siempre. La narración atrapa con giros que engarzan con otros giros y, desde luego, se atisba y de qué manera, el latido del viejo, el incansable afán, el manantial del que brota toda la obra del extremeño. Formalmente, es un ejemplo maravilloso de creación en la fértil tierra de la escritura. La he leído con devoción porque me ha resultado perfecta.

La novela se publicó en el año 1989 y recibió dos galardones: el Premio de la Crítica de Narrativa Castellana y el Premio Nacional de Narrativa.

Buenas tardes y buenas lecturas.

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