Hoy recomiendo «La última función», última novela de mi venerado Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948). La mano virtuosa del extremeño da voz aquí a dos historias, alternadas en capítulos sucesivos, cuyos personajes culminan unidos por el vínculo del amor.
Él es Ernesto Gil Pérez (Tito Gil), un hombre que posee una voz prodigiosa y que, en el crepúsculo de su vida, regresa a su pueblo natal (San Albín), después de atravesar los acantilados con los que obsequian los años. Su llegada a ese lugar abandonado de Dios y de los hombres, pone en sus manos la oportunidad de cumplir su viejo afán, sacar a la luz su talento natural para la interpretación. Su voz era ya portentosa de niño y él sabía que, algún día, iba a proporcionarle un sentido a su vida. Pero Tito no aspiraba a la fama, y aún menos a la gloria: le bastaba con ejercer su arte ante algunos curiosos. De vez en cuando, se sentía inspirado y le daban raptos de elocuencia que desataba en oscuros discursos que nadie entendía, pero que algo querían decir.
Ella es Paula, de casi cuarenta años, pies ligeros y manos ocupadas, que siente que ha desperdiciado «su vida sin llegar apenas a vivirla». Tiene un trabajo odioso y un matrimonio absurdo. Un día toma el último tren de Atocha y despierta en una estación desconocida: San Albín. Su llegada al pueblo de Tito es un presagio infalible para ella, la señal que esperaba desde hace años, después de ver malogrados sus sueños por el peso de la rutina.
La novela avanza como una malla estructural hasta que Paula y Tito coinciden, y se pone en marcha la disparatada idea de representar juntos una obra de teatro, Milagro y apoteosis de la Santa Niña Rosalba, leyenda medieval que años atrás había sido motivo de orgullo para los habitantes del pueblo. La novela dibuja una historia coral, con secundarios que emergen de la bruma. El broche final, como ya he anunciado, es la experiencia transformadora del amor entre Paula y Tito.
El estilo narrativo del extremeño convoca a la comicidad y lo hace sirviéndose de la misma estrategia utilizada en otras novelas suyas. Conduce a los personajes hasta el extremo en su simpleza y en su afán grandilocuente por conseguir viejos sueños y, a la vez, los dota de alguna condición extraordinaria que los hace peculiares. La erudición prodigiosa de Tito para declamar poemas es la reencarnación misma de esta cualidad.
Lo mejor de la novela, y de Landero en general, es que lea lo que lea de él, me resulta siempre muy agradable. No sé bien si por su estilo limpio y pulido o porque sus personajes están bautizados de una gran benevolencia, muy próximo en esto a Delibes. Son tipos mediocres, amasados por la fatalidad de la vida, seres fracasados que piden a la vida más de lo que la vida puede darles y, como la vida es inmisericorde con ellos, acaban por asumir su condición y se conforman con lo que tienen. Su modo de contar es tranquilo, acompasado, desprovisto de pedantería. Un espacio narrativo en el que entro cómodamente y, además, deseo quedarme. Da igual lo que pase, porque pase lo que pase, tengo la certeza de que la alquimia de su lenguaje lo convertirá en un lugar donde me sentiré a gusto.
Invito a quien no conozca aún al autor, a iniciarse con esta novela. Luis Landero enfrenta al ser humano con el mundo despiadado y pone a salvo a sus personajes al cruzarse en su camino la fortuna amorosa como obsequio del destino. Comprobará con satisfacción que su prosa desemboca en un único cauce: pureza de estilo, humor y humanidad en los personajes.
Buenas tardes y buenas lecturas.


