Bellísimo texto autobiográfico en el que el israelí nos fascina por el hechizo de una prosa íntima, familiar y reservada, que dota a esta novela de una peculiar identidad.
Cautivado por el calor de los libros, el crecimiento del pequeño Amos está marcado por una muda veneración a la literatura. La mirada tierna de un niño que «cuando era pequeño quería crecer y ser libro» (pág. 36) y a quien el polvo de los libros estimulaba, se enturbia cuando descubre que Jerusalén, la ciudad en la que vive con sus padres, es el escenario de muerte y destrucción debido a conflictos políticos.
Amén del rigor histórico en la descripción de los hechos, lo que merece rescatar de esta joya narrativa es el lirismo con el que Amos Oz nos descubre que el dolor es la matriz de la escritura.
Buenas noches y buenas lecturas.