Rojo y negro de Stendhal es la gran novela del realismo francés. Y digo bien, porque aunque Henri Beyle escribió esta obra en pleno romanticismo, con ella se anticipó, y de qué manera, al realismo posterior.
Se trata de una obra monumental. Sin costuras. Llena de fuerza. Desde luego, no voy a destripar aquí el argumento. Lo que voy a decir es que en ella la pluma de Stendhal, bendecida por el don de la precisión, pinta un cuadro hiperrealista de su tiempo y de las pasiones humanas.
El mayor logro de este bello lienzo es la creación de un personaje: Julián Sorel, ese chico de familia humilde, que posee unas cualidades morales que lo mantienen en un plano superior como ser humano (viene a mí el recuerdo de mi idolatrado Giovanni Papini, que poseía la «enfermedad de la grandeza»). Sin embargo, esas cualidades morales de poco le van a servir para escalar peldaños en el mundo de la aristocracia, donde lo que manda es la hipocresía.
Julián Sorel sostiene, durante toda su vida, un duelo interior consigo mismo. A medida que va creciendo se va a ir desatando la tormenta: actuar conforme a sus principios (sujetos al liberalismo y a criterios de justicia y verdad) y crecer moralmente, o actuar con hipocresía y ascender socialmente. Pronto percibe que, en el mundo de la aristocracia donde él se mueve, la hipocresía es la única moneda de cambio. Es más, quien en mayor medida la posee, mayor reconocimiento social consigue. Ese es el personaje.
Toda la vida de Julián se acuna en ese duelo íntimo: su yo interior y su yo social. Toda elección externa supone una renuncia interna. Es más, cuanto más asciende en la escala social más se acrecienta en él el temor a verse humillado, pues la caída sería más grande.
Cuando Julián observa que ha pateado casi toda su vida, advierte que le han sucedido muchas cosas pero él no ha crecido. Tal vez esto nos dé una explicación a ese final trágico, cuando pide que lo ejecuten por intentar matar a quien fue su primer amor (Madame Rênal). Probablemente, lo que el personaje está pidiendo es que se haga justicia con él. Eso lo haría grande (o más grande).
Stendhal quedó huérfano a los 7 años. La carencia de su madre marcó su obra. Algunos críticos, desde una interpretación freudiana, sostienen que el personaje de madame Rênal, la primera mujer de quien Julián se enamora (diez años mayor que él, madre de los niños a quienes él tutela) está inspirada en su madre. Y la segunda mujer que le roba el corazón, Matilde, representa a la mujer como objeto amoroso. Es interesante señalar que el triángulo amoroso que dibuja Stendhal es una novedad en la época, pues aquí son dos mujeres las que luchan por el amor de un hombre y no dos hombres quienes se disputan una mujer. Al final, gana la mujer-madre.
Julián se enamora siendo seminarista, pero nuestro héroe tiene un alma de fuego. Sus pasiones lindan con una férrea voluntad de sujetarse a las normas sociales en las que vive. Así, el realismo de Stendhal es una lucha por la propia afirmación. Es un realismo trágico moderno, pues lo que se pone sobre el tapete es la reacción de un hombre común ante una serie de problemas comunes.
En palabras de Stendhal «una novela es un espejo que se pasea por un ancho camino», que es una forma bonita de decir que el tapiz de la novela es el ancho camino de la vida. Pero visto desde una perspectiva realista, no romántica. Esta es la cosa. La obra no es romántica porque no existe la evasión como forma de expresión, sino una voluntad de acercarse a los problemas tal y como nos los presenta la realidad, de tocarlos, de conocerlos. Éste es el realismo de Stendhal. No pretende alcanzar la objetividad, como haría Balzac. La realidad es vista siempre desde el punto de vista de Julián. El lector solo conoce lo que conoce Julián. Bueno, hay algún monólogo interior por ahí que se descuelga de este principio, pero vaya, es una excepción.
Hay quien dice que Beyle se ocultó bajo el seudónimo de Stendhal porque muchas experiencias vividas se asemejan a episodios descritos en su obra.
Buenas tardes y buenas lecturas.