Necesitaría un blog entero para hablar de esta obra, verdad, pero una se va a conformar con una reseñita que sirva de empujón para esos lectores rezagados que les cuesta un poco glorificar a los clásicos.
Luces de Bohemia es el asalto de la literatura española (y europea, desde luego) en el primer tercio del siglo XX. Valle tiene una mirada superior que, a través de lo grotesco y lo monstruoso, provoca una sacudida intelectual en la forma de expresar la realidad, es decir, una nueva forma de mirar el mundo desde la literatura.
No hace falta una profunda exégesis para destacar de qué se sirvió. Pues de dos personajes peculiarísimos, que fueron los héroes clásicos de la creación del esperpento: Max Estrella (Alejandro Sawa, ya sabemos), ese poeta ciego, noble, pobre, enfermo, vil, egoísta y grande. Personaje espléndido donde los haya, que representa la conciencia de mediocridad, una síntesis de humor y queja perpetua, pero ante todo y sobre todo, humano (su ceguera no le impide ver el sufrimiento del pueblo ni tener sentimientos de fraternidad hacia los oprimidos). Y Don Latino de Hispalis, quien representa el alter ego de Max, su lazarillo, pero también el antihéroe, el fantoche con el que Valle crea la caricatura de la bohemia.
Valle cuenta la peregrinación nocturna de Max y don Latino por diversos lugares madrileños (librerías, tabernas, delegación de policía del Ministerio de la Gobernación, lugares de erotismo vergonzante, cafés, etc.). Un viaje con final trágico, en el que Max muere en la puerta de su casa, envenenado de literatura y de bohemia.
El rasgo que define al decorado de este largo paseo, con voz de sainete y lenguaje de taberna y delincuencia, es una España en ruina, desmoronada, de perfiles rotos, en la que el autor rescata ese continuo lamento, dejando su voz en cada página, en cada renglón. El desfile claudicante de gentes sin meta, de alientos sin futuro, no puede ser más desolador. Y ¡ojo! que de esta enfermedad no se libra nadie. Esto es lo mejor (no olvidemos que es la primera obra literaria en la que desaparece el héroe, en la que se olvida lo biográfico, para que sea una colectividad entera su personaje). Valle agarra la lupa y ve con nitidez espectral que el friso social al completo está contaminado: todos los personajes son víctimas de una degradación moral que les impone su pobreza. Y arremete contra toda la sociedad. Y de qué manera. La mirada no puede ser más actual.
El vivir es pesaroso, pobre (intelectualmente desalmado, yo diría) y las gentes caminan hacia la nada. Es más, el timón lo manejan unos gobernantes incompetentes y políticos corruptos. Esta es la lección de Valle. Su obra es una queja total, un grito desgarrador para despertar conciencia de lo que somos, una plebe folclórica, inoperante y estéril, incapaz de ilusionar y, lo más penoso, muy alejada de exquisiteces espirituales o intelectuales. Menudo retrato magnífico con tan pocos trazos.
El lector avezado no necesita que le recuerde esos pasajes míticos, como el de la cena con Rubén Darío, la conversación con las prostitutas o el estrafalario velatorio y el entierro de Max. Pero a mí me gusta especialmente la escena duodécima, la del callejón del Gato («los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada»). Genial Valle. ¡Me quito el cráneo!, como diría don Latino.
Ahora mismo voy a coger una copa, voy a alzarla con gesto sacerdotal, y con ademán de estatua cesárea, me aclaro la voz y proclamo: «No dejemos dormir a los clásicos. Arrebatémosles el sueño. No seáis miserables. Abrid estas páginas y dejaos seducir por el sabor majestuoso de lo añejo».
Buenas tardes y buenas lecturas.
Enhorabuena, una crítica aguda, consistente y necesaria. Rescatar a los clásicos es un placer insuperable y un tiro certero a la hora de elegir una buena lectura. Nos invaden los libros, y nos dejamos influir por la publicidad, sin tiempo para seleccionar las buenas obras. Aquí, en «La cueva de mis libros», tenemos una forma diferente de encontrar el corazón de la buena literatura. Gracias por tu aportación.
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