Hoy voy a dar cuenta de un libro pequeño que contiene dos historias de humor muy british, cuya lectura me ha decepcionado bastante. Me quedaría satisfecha si esta reseña mía evitase que os topéis con él depositando altas expectativas.
Descubrí a Alan Bennet en Una lectora nada común, una obrita muy original en la que imagina que la reina de Inglaterra descubre la pócima sagrada de la literatura y se sumerge en ella sin vértigo, hasta tal punto que antepone el placer de leer a sus obligaciones de palacio. Me resultó una miniatura exquisita. Allí creó Bennet una historia graciosísima, cómoda, fácil, y desde luego, una prosa muy respetuosa con el personaje y con el lenguaje.
En Dos historias nada decentes el Bennet respetuoso y contenido se desmelena y ofrece dos historias que tienen como ingredientes esenciales el sexo, la orfandad amorosa y la invisibilidad cuando uno llega a la edad adulta. ¿El lector encuentra ironía? Sí, también. Es el plato fuerte de la cocina de Bennet. Pero este texto, a diferencia de Una lectora nada común, no me ha hecho disfrutar. Carece de esa prosa que yo llamo elegante y de esa gracia sutilísima que tanto me había deleitado.
La primera de estas historias nada decentes lleva por título La señora Donaldson rejuvenece. La protagonista es una mujer que al cumplir los 55 años queda viuda y con bastantes dificultades económicas. Consigue un trabajillo en la facultad de Medicina de lo más surrealista: Forma parte de un grupo de pacientes simulados que, bajo la tutela de un profesor algo chiflado, se hacen pasar por enfermos reales para que los estudiantes aprendan a diagnosticar mejor. Este trabajo de simulación emparenta a la señora Donaldson con la modelo del artista, porque pertenecer a esta cofradía de pacientes simulados es una ocupación que exige descaro y, a veces, desnudarse.
Para completar sus ingresos, la viuda cincuentona alquila una habitación de su casa a una pareja de estudiantes que pronto deja de pagar el alquiler. Y es cuando viene el disparate. Hace un trato con los estudiantes que consiste en dejar que ella vea las fantasías sexuales de la pareja en primera fila. No es que la casa de la señora Donaldson se convierta en un burdel, pero sí en un lugar de comercio erótico, ya que en definitiva, es un trueque de naturaleza sexual a cambio de hospedaje. «Contemplar a la pareja haciendo el amor en su propia cama la ponía de muy buen humor», nos dice Bennet.
La segunda historia lleva por título La ignorancia de la señora Forbes. No voy a descifrar el argumento porque aquí la narración esconde un secreto. O mejor, varios secretos. Como las muñecas rusas, una sorpresa lleva a otra sorpresa, si es posible, menos esperada. Se trata de una historia que ata lo transgresor con lo indecente, la vanidad con el engaño. Sexo, soledad, burla, chantaje… Demasiados elementos malsonantes que se dejan tejer en una trama que podía dar para un bestseller estupendo de supermercado.
En definitiva, este libro de Alan Bennet, como venía yo ungida por el humor cortés de Una lectora nada común se me ha antojado un quiero y no puedo. Ha querido ser original como Una lectora nada común (hasta ha escogido un título parecido) y se ha quedado en un ejercicio forzado de originalidad. Ha dado otra vuelta de tuerca al realismo sagaz con el que ha bautizado otras obras y se ha atascado en un surrealismo de humor sin carcajada, un humor que roza lo soez. Ha confundido la pasión tardía por un frívolo delito que, como lectora, no me ha resultado lo frívolo que lo pinta ni, desde luego, me ha deleitado.
Estoy segura de que este escritor soberano volverá a sorprenderme saltándose los límites. Es su vitola. Ojalá sea pronto y con un texto que urda con maestría esa prosa subversiva que reveló, doy fe, una inteligencia voy a decir, poco común.
Buenas noches y buenas lecturas.
No lo conocía, pero lo leería.
Besotes
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