«Diario de un hombre superfluo» de Iván Turguénev

superfluo    Rescato hoy una bellísima novela de uno de los autores clásicos rusos con los que más disfruto: Iván Turguénev (1818-1883) -apellido en ocasiones transcrito como Turguéniev-. Trabajó como novelista (La víspera, Humo y la famosa Padres e hijos), pero también nos dejó poemas, relatos y obras teatrales (Un mes en el campo) de elegante ejecución.

     El texto que recomiendo es un abrazo para el espíritu. Un abrazo afectuoso y sentido porque habla de amor vivido, pero visto desde la orilla de la muerte. El médico acaba de irse y le dice a Chulkaturin, protagonista de la obra, que le quedan unas dos semanas de vida.

     El título es muy confesional y aunque la obra quiere ser un diario, lo cierto es que a excepción de alguna vivencia de infancia en sus primeras páginas, el nudo argumental lo constituye un único suceso de la vida de Turguénev. Un episodio que despierta en él recuerdos que marcaron a fuego su vida, que le arrastran y que aún le sacuden por dentro. Además, sirven para dar explicación al concepto de «superfluo» que aparece en el título.

     Es pues, el recuerdo escrito, el modo en que la narración despliega la belleza expositiva en la que desemboca siempre la pluma del ruso. Turguénev es siempre magistral. Escenas de elevada ternura, sujetas a emociones y sentimientos que siguen percutiendo hondamente en el corazón cansado y enfermo de Chulkaturin. Y el amor, tema recurrente en sus obras, es aquí un amor expansivo. Del amor germinal de un niño hacia un padre bondadoso y generoso -ambas cualidades en alto grado-, al amor tempestuoso de un joven que cae preso de los encantos de una bella joven. El revés se presenta cuando descubre que su amada está enamorada de otro. En este caso, de un caballero de mundo -como suele decirse- que posee, además de otras virtudes, sangre noble.

     Con estos mimbres, está claro que se trata de un relato que desborda intimidad y ternura, a partes iguales. Y como siempre en estos casos, Turguénev da rienda suelta a un caudal emotivo intensísimo, pero incide especialmente en las tribulaciones que en su corazón causó ese amor de juventud no correspondido. Quien haya tenido ocasión de experimentar una pasión similar, habrá soportado -como el protagonista de nuestro relato- momentos amargos si amaba pero no era amado. Ya sabemos de qué estamos hablando. De añoranza. De amargura. De desesperanza. De soledad. De celos. Siempre los mismos acordes. El sueño inalcanzable por conseguir a Liza sella en el alma noble de Chulkaturin el despecho, y a él no le queda otra que protegerse bajo un silencio obstinado. Cuando el corazón de Liza se hibrida en las redes del príncipe seductor, hombre inteligente y educado, él siente un tormento insoportable porque ya está irremisiblemente enamorado.

     La narración exhala pureza. Eso es lo que la eleva sobre la anécdota. Como sucede en las grandes obras, la forma da cuerpo al fondo.

     No es fácil crear personajes que se conviertan en clásicos, pero los expertos coinciden en que en Diario de un hombre superfluo Turguénev marcó un arquetipo de hombre en la literatura rusa del XIX. Fue el príncipe en El idiota de Dostoievsky o Eugenio Oneguin para Pushkin. Sobre la precisión del vocablo, el autor se detiene en darnos una breve explicación:

     «Superfluo, superfluo… He encontrado la palabra perfecta. Cuanto más me interno en mí mismo, cuanto más atentamente contemplo mi vida pasada, más me convenzo de la dura verdad de la expresión. Superfluo, eso es (…). Un hombre sin el cual el universo podría pasar (…); pero la inutilidad no es su cualidad principal, no es lo que le distingue (…). Superfluo es un excedente. Eso es todo.»

     Y cuando ya desde la cama, oyendo el leve y temible crescendo de su muerte, se va despidiendo de su vida, vuelve sobre la explicación del término y señala:

     «Y ahora díganme: ¿soy o no un hombre superfluo? ¿he jugado o no el papel de hombre superfluo en toda esta historia? (…)»

     En definitiva, sin desprenderse del pesimismo existencial que caracteriza a su escritura, la obra nos regala evocaciones líricas apasionadas, no sólo cuando habla del amor hacia Liza, sino también cuando lo hace de su padre. Y vuelvo sobre su padre porque quiero recoger este bello recuerdo nostálgico:

     «A mí me mimaba a escondidas (…). Y sus rasgos respiraban tal bondad, la mueca febril de sus labios era sustituida por una sonrisa tan conmovedora, sus ojos marrones rodeados de arrugas finitas brillaban con tanto amor que, involuntariamente, pegaba mi mejilla a la suya, húmeda y cálida por las lágrimas. Yo secaba con mi pañuelo esas lágrimas y ellas volvían a derramarse, sin esfuerzo, como el agua de un vaso lleno. Yo también comenzaba a llorar y él me consolaba, me acariciaba la espalda, sus labios temblorosos me llenaban la cara de besos. Todavía ahora, veintitantos años después de su muerte, cuando recuerdo a mi pobre padre, unos sollozos mudos me suben a la garganta y el corazón me late, me late con tanta fuerza y amargura, se consume con una lástima tan angustiosa, como si todavía le quedara mucho tiempo para latir y algo por lo que sentir lástima».

     Como he dicho, esta obrita del ogro de Turguénev es un abrazo literario, todo un lujo afectivo que nos sacude también a nosotros, como seres humanos antes que como lectores agraciados por la lucidez universal de sus obras.

     Buenos días y buenas lecturas.

 

 

Ivan-Turgenev-007

5 comentarios en “«Diario de un hombre superfluo» de Iván Turguénev

  1. Muy buena reseña de un gran escritor, he leído de Turgueniév tres obras «Humo» «Padres e hijos» y «El rey Lear de la estepa» Y las tres me gustaron mucho, sobre todo «Padres e hijos». Esta que comentas «Diario de un hombre superfluo» no la he leído. Con el tiempo lo haré. Sólo que no estoy muy de acuerdo con este protagonista, porque ¡seguro que no era superfluo! Tampoco era superfluo, por mucho que a sus contemporáneos se lo pareciera, el príncipe Myshkin, al contrario, era un ser esencialmente bueno, es mi personaje favorito de Dostoievsky, disfruté muchísimo con esta novela, y eso que he leído «Los hermanos Karamazov», «Crimen y castigo», «Humillados y ofendidos» y «Los endemoniados», todas enormes novelas del enorme escritor, pero mi favorita es «El idiota», precisamente por el príncipe.
    Y sobre este tema de los «superfluos», recuerdo que leyendo un libro de algún psiquiatra, este contaba la anécdota de una paciente que consiguió una mejora tremenda después de ver la película «La Estrada» y la escena en que el Loco le dice e Giulietta Masina que ella tiene importancia porque todo tiene importancia, incluso cualquier piedra del camino, porque si la piedra no tuviera importancia tampoco las estrellas la tendrían.
    Me he alargado, pero es que leyendo la reseña y los trocitos de texto que pones estoy segura de que este hombre no era superfluo, por mucho que la gente de alrededor suyo, y él mismo, lo creyeran. Por otra parte, sin leer el libro, pero por la reseña, me recuerda la novela corta de Chejov «Una historia aburrida», cuyo personaje también podría estar dentro de esos hombres «superfluos.

    Un placer leerte, Carlota!!

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