«El diario de Edith» de Patricia Highsmith

ed     La novela de hoy pertenece a una de las grandes autoras de la literatura, tanto por la originalidad de su prosa como por la marca indeleble que imprimieron sus obras en los géneros que tocó: Patricia Highsmith. El diario de Edith es una de sus novelas más representativas y debe servirnos para quitarle la vitola exclusiva de haber sido una gran escritora de novela negra. Eliminemos lo segundo y quedémonos con que fue una gran escritora, pues su magisterio narrativo fue tan expansivo que impide clasificarla —como sucede con los grandes— en un único género.

     El diario de Edith es obra compleja y personal. Compleja por las angustias y problemas que, a fuego lento, se cuecen entre sus páginas. Y personal porque las opiniones de la protagonista coinciden con las de Highsmith.

     El tema de la narración es el desmoronamiento íntimo y personal de una mujer que lucha por asomar su vida a las ventanas de la plenitud. Un desmoronamiento vertiginoso, un derrumbe interior en cuya lucha está sola. La atmósfera cada vez más enrarecida de un entorno familiar que lleva una vida convencional, decoran este clima. La protagonista central es Edith Howland, una norteamericana de clase media, casada —con Brett— y con un hijo en común —Cliffie, quien representa el típico joven fracasado de la sociedad de hoy, ese haragán que vive con los padres en perpetua huelga de brazos caídos—. La acción despierta cuando se trasladan a un agradable barrio residencial de Pennsylvania, en busca de una vida tranquila y sin grandes lujos. El objetivo, dejar atrás el ajetreo de la gran ciudad (Nueva York) y comenzar a vivir o, como suele decirse, comenzar una vida nueva. Además, Edith acoge en su casa a un tío de su marido —George Howland—, que posee una enfermedad que los médicos no saben diagnosticar.

     He de decir que las primeras cien páginas adolecen de un tono muy lento, apenas hay acción y los personajes se perfilan como tipos comunes, poco interesantes. Todo es aburridamente normal y esa trivialidad a mí me resultó un poco tediosa. Cierto es que, en general, Patricia Highsmith construye sus historias con elementos grises y cotidianos: sus diálogos tampoco son muy lúcidos o ingeniosos y sus historias discurren por sendas previsibles. Así que, de entrada, para el lector todo sucede dentro de lo esperado. Sin embargo, cuando vemos que Edith comienza a rotular las primeras líneas en su diario, a una le parece que le han echado encima un jarro de agua fría, tal es la sacudida, pues lo que escribe Edith no es lo que sucede en realidad, sino lo que ella fantasea que sucede. Ahí está la sacudida para el lector adormecido. Como un estilete afilado, la autora abre una grieta, minúscula, ridícula, pero una grieta que poco a poco se irá ensanchando, entre la fantasía y la realidad, hasta alcanzar una distancia infinita entre ambas orillas.

     Éste es el nudo de la novela. Esa agonía en el tono vital de la protagonista. Una agonía incapaz de sofocar y que, con una cadencia monótona pero suficiente, como gas que se expande, la irá asfixiando poco a poco. El lector es contagiado por esa angustia, en la medida en que va descubriendo que las mentiras que Edith escribe son fruto de una degeneración (mental, existencial) que acabará arrasándolo todo. Repito: lo que ella anota no son los fracasos que le va dando la vida como mujer (su marido la abandona por una chica más joven), como madre (su hijo, ese ser por civilizar que anda ganduleando por toda la casa), o como trabajadora (su elevada inquietud intelectual no consigue el reconocimiento adecuado), sino la existencia que a ella le agradaría vivir. El título, bien pudiera haber sido El deseo de Edith pues, es auténticamente un deseo, lo que ella vuelca en su diario. Una íntima aspiración, expresada en forma de fantasía, lo que le hace enloquecer.

     La protagonista enferma, desde luego, por la presión del entorno. Por la incomunicación, por la indiferencia y el tedio social que le constriñe. Y muere, en un final en el que la mismísima Edith parece saltar de las páginas del libro a nuestros brazos, porque en aquello que ella buscó como salvación de su vida, un lugar tranquilo y solitario que le proporcionará equilibrio y paz, encuentra el arma más potente de su destrucción: el aislamiento, la incomprensión y la banalidad de su vida.

     Buenas noches y buenas lecturas.

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