De vez en cuando apetece aparcar la novela y acercarse a la prosa de quienes, con el virtuosismo de la precisión, tallan el lenguaje en pequeños relatos, creando historias diminutas que nos deleitan. Así sucede con Catedral, una colección de doce relatos escrita por el norteamericano Raymond Carver (1939-1988). Para quien no conozca al autor, merece la pena señalar que algunos críticos lo han comparado con Chéjov, Hemingway o con el mismísimo Kafka. Me parece una comparación desorbitada. Excesivamente elogiosa, por la parte que le toca a Carver. Les une el estilo breve, la concisión, las atmósferas cerradas, no sé bien cómo decirlo, pero ya quisiera R. Carver para sí la prosa literaria de Chéjov, Hemingway o Kafka.
Catedral es una obra por la que desfilan una comitiva de personajes fracasados. La prosa de Carver es una prosa embadurnada de seres que se abandonan a un destino poco prometedor, con la esperanza de imprimir en él alguna veta heroica que les redima. Vistos desde fuera, tienen en común el hecho de ser personajes corrientes, hombres y mujeres que llevan una vida de lo más normal. Lo que les hace atractivos para el lector es ese tono lastimero que les imprime Carver. Ese aliento de desolación que, más pronto que tarde, asoma en cada relato y dota a sus actos de una nueva tonalidad. Esa nueva tonalidad consiste en que una acción normal (me refiero a una conducta corriente), en boca de personajes que son seres abandonados a su suerte, adquiere una dimensión heroica. No porque la conducta sea heroica en sí, sino porque la realiza alguien cuya vida anda completamente a la deriva. Éste es el territorio Carver.
Las doce historias están bañadas de potente imaginación. Algunas, tienen un halo misterioso. Y muchas, poseen un final abierto. Al lector le queda el sabor de estar inconclusas. Eso sí, la estela permanece un tiempo en su memoria, debido a la fuerza de lo que ha sucedido o de lo que no ha llegado a suceder. En cualquier caso, impacto psicológico.
A pesar de lo que pueda parecer cuando una comienza un relato (ya he dicho que, a veces, hay un pálido tinte de misterio), Carver no es tenebroso. Al contrario, está repleto de humor. De ironía. De compasión, sobre todo, hacia sus hermanos de infortunio.
El estilo es siempre el mismo. Lacónico, escueto y directo. Se diría que opera por sustracción. Si un adjetivo califica bien la esencia de lo que quiere contarnos, no utilizará dos. Un minimalismo a lo Hemingway. Despojado de ornamentación y aderezos. Lo estrictamente necesario para que el lector sienta viva la prosa.
Catedral es un mosaico excelente de las vidas humildes de la sociedad americana más universal. Me refiero a que es muy americana, pero se centra en la América profunda. Carver, escritor del mundo real. Escoge a esa franja de seres fracasados, desempleados, personas mediocres con vidas anodinas que no quieren perder sus raíces. Personajes melancólicos, tristes, soñadores, rebeldes y un largo etcétera.
En definitiva, una obra que habla de personas normales en situaciones normales, pero escrita con un estilo nada normal. Carver es un autor original, vivo, alejado de los realismos y naturalismos del siglo XIX. Tal vez, próximo a un realismo sucio, pero solo en la forma, sin entrar en lo escabroso. Un autor peculiar. He leído que, en su vida, fue un hombre sin suerte, como sus personajes. Hay autores que escriben, sin saberlo, su propio destino.
Buenas tardes y buenas lecturas.
A mí me gusta mucho Raymond Carver y sus relatos retratan una sociedad americana que no es la que nos venden las películas de Hollywood. Coincido contigo en que compararlo con Chéjov puede ser demasiado osado. En mi opinión, quizás los comparen porque Chéjov también describía a la sociedad de su tiempo, a personas normales con vidas corrientes, y ambos logran hacer que esas vidas nos parezcan atractivas.
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