«En la orilla» de Rafael Chirbes

chirbes     Hoy recomiendo a ese autor monumental valenciano que fue Rafael Chirbes. He escogido esta obra por ser de las más galardonadas. Entre otros premios, fue considerada por la crítica mejor novela del año 2013. Para quienes hayan leído a Chirbes, sobra decir que no es autor de novelas. Chirbes es un escritor sin género, de ésos que no sabes dónde te van a llevar, pero tienes la certeza de que vas a disfrutar. Es más de ensayos, pero cuando necesita una trama para volcar esa voz que no puede sofocar, crea algo parecido a una novela. En la orilla no es una excepción. Todos mis elogios caen sobre la breve pero intensa obra de este autor. Qué puedo decir. Yo lo descubrí con este libro y cuando lo acabé, como un hilo de Ariadna bien agarrado no dejé de tirar de él. Contemplé en su forma de tejer las palabras íntimos tapices. Vi en su forma de escribir a un creador, un hombre que podía permitirse el lujo de llevarme por donde él quisiera porque iba a leerlo con fruición, no me hacía falta saber qué género tenía delante.

     En esta obra traza una reflexión sobre la corrupción. Y lo hace en tono poco amable. Alejado de tibiezas, nos ofrece una mirada despiadada, que es la suya, sobre cómo ve las cosas. Chirbes, ese intelectual a quien le caen mal los intelectuales, creó con esta obra una novela realista muy galdosiana. Si Crematorio habla de la especulación en primera línea, En la orilla desgrana la especulación en aquella zona que el boom de la burbuja inmobiliaria había dejado virgen: el pantano.

     El protagonista es un hombre de 70 años que se ve obligado, a causa de la crisis económica, a cerrar la carpintería y despedir a sus trabajadores. Esteban, que así se llama, es un ser cobarde, oscuro y vago, que se mueve por la ambición y el dinero. Un imbécil que no ha respetado su trabajo y que —como el lector irá viendo—, se desmentirá a sí mismo al mirar las manos de su padre (a quien ha de cuidar por estar muy enfermo), pues se da cuenta de lo importante que son las manos puestas en el trabajo de uno. Con todo el simbolismo que es firme vitola en este autor, al lector le da la sensación de que Chirbes escribe sin distracciones. Nos lo imaginamos encerrado en una habitación, solo y lejos de todo bullicio. Volcando ideas sobre el papel. Frenéticamente.

     Chirbes es un escritor que no escribe, sino que crea. Mezcla hábilmente fondo y forma. Hibrida su reflexión más lúcida con una sucesión de anécdotas que dan cuerpo al relato. Esta obra es, probablemente, la mejor crónica sobre la burbuja inmobiliaria contada desde cerca, desde dentro. Una ya estaba cansada de autores que aprovechaban el filón de la corrupción para escribir sobre el mismo asunto. Chirbes es diferente porque no escribe, y me repito, crea. Es rebelde, audaz, puro, no se ajusta a corsés de estilo ni a modas literarias. Quiere aliviar su congoja y para eso, él solo se basta y se sobra. Sus descripciones son intensas, claras, su prosa es brutal —perdón— quiero decir, sin censuras, sin escrúpulos, llama al pan pan y al vino vino. Chirbes posee el preciado don de hacer lo que le viene en gana sin una brizna de oscurantismo, es libérrimo en su estilo y preciso en el verbo. Su prosa no está sujeta a nada y está tejida por el sutil hilo de la brillantez. Está por encima de todo.

     En estas páginas no hay malos ni buenos. Los personajes son una miscelánea de luces y sombras, como la vida misma, y el autor así los retrata. El propio Chirbes reconoce que él, por su oficio, cuenta las cosas bien o muy bien, pero no por ello tiene razón. La buena letra es el disfraz de las mentiras, dijo un personaje suyo en su excelente obra La buena letra.

     Ofrece una crítica despiadada sobre las aspiraciones que persigue el hombre de hoy, olvidándose de que lo único que tiene valor es la vida misma. El resto forma parte de una baba espesa y maligna en la que no se salva nadie. Sus personajes son siempre seres desesperanzados. Como el mundo entero.

     «Lo importante no es cómo has venido o cómo te vayas a ir, sino cómo estás; si tienes que pensar o no en lo necesario, o te llega con naturalidad, si las cosas te vienen a las manos o se te escapan entre los dedos o, peor aún, si no las alcanzas. Si tu vida es pelear para alcanzar lo que sabes que no puedes tener. Ése es el veneno. Te persigue lo que no alcanzas» (pág. 361).

     Chirbes no da puntada sin hilo. En la orilla tiene párrafos antológicos, cargados de crítica social. Invito al lector a leer algunos de ellos con mucha miga:

     «Ningún rico medianamente inteligente practica el asesinato. Ellos no son psicópatas. No tienen por qué serlo. Para eso, para matar y sufrir psicopatías, tienen a sus empleados» (pág. 82).

     «Los vivos se nutren y engordan a costa de los muertos Es la esencia de la naturaleza (…). Vivimos de lo que matamos. Vivir de matar, o de lo que se nos sirve muerto: los herederos consumen los despojos del predecesor y eso los nutre, los fortalece a la hora de levantar el vuelo. A mayor cantidad de carroña consumida, el vuelo es más alto y majestuoso. Desde luego, más elegante« (pág. 147).

     «Acabas de adquirir el poder de que lo que está vivo muera, un poder más bien miserable, porque el verdadero poder —y ése no lo tiene nadie, ni Dios, lo de Lázaro no se lo creyó nadie— es devolver a la vida lo que está muerto. Quitarla es fácil. Eso lo hace cualquiera. Lo hacen a diario en medio mundo(…). Y fíjate lo que guardas dentro de ti, lo que piensas, lo que deseas que, al parecer, no pesa nada, no hay forzudo que sea capaz de echárselo al hombro y cambiarlo de sitio (…). Conseguir que te llegue a querer alguien que te desprecia o a quien le eres indiferente es bastante más difícil que tumbarlo a porrazos» (pág. 48).

     En definitiva, Chirbes es autor imprescindible, no solo recomendable. Posee la herencia de los mejores retratistas de la sociedad valenciana. El autor de Tabernes de Valldigna ha construido, sin él saberlo, los episodios nacionales del siglo XXI. Quienes hemos leído sus ensayos, reconocemos en él a Galdós en cuanto a la concepción novelística, en el sentido de que la historia parte de lo que es el testimonio. Y también por la riqueza descriptiva, por la pureza.

     En Chirbes hay mucho de genio generacional, más de lo primero que de lo segundo. Me viene a la cabeza esa expresión de Nietzsche que decía —no recuerdo dónde—, lo siguiente: «una generación no es sino el rodeo que da la naturaleza para producir un genio». En ese caso, un rodeo ungido de genio y de ingenio.

     Buenas noches y buenas lecturas.

chhirbes

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