«Intemperie» de Jesús Carrasco

Intemperie     Intemperie es una bellísima narración épica del extremeño Jesús Carrasco. No sé cómo concibió este libro, pero seguramente es lector devoto de Delibes y quiso rendir con él un homenaje a lo sencillo. Sin embargo, Jesús Carrasco no es escritor de verbo sencillo. A él le asiste la cualidad opuesta, es exuberante y prolijo. En exceso.

    Tras haber reposado su lectura —la leí hace tres años— puedo reconocer con mayor tino sus aciertos y sus errores. Me gusta dejar que fermente el poso de las letras sobre mi conciencia. Cuando ahora la abro y releo algún pasaje, me reitero en lo que fue para mí el descubrimiento de este autor: tiene una forma de ver el mundo antiprosaica y escribe con el mayor refinamiento posible. Posee esa magia del verbo manejado por un experto, que como fuego creador refulge sin importar de qué esté hablando. Su voz es de un lirismo exacerbado, de un lirismo cósmico. Todo lo que toca lo convierte, al pasar por la varita mágica de su escritura, en un sentimiento, en una forma de sentir. Ésa es la consigna.

     Debutó con esta obra, pero debe ser autor dotado para la poesía, por ser género que mejor permite dar rienda suelta a ese caudal lírico que lo define. Jesús Carrasco es el narrador actual más lírico que tenemos. Es autor contemplativo. Para el extremeño escribir significa crear y crear significa contemplar. Pensar mediante imágenes, o para decirlo mejor, mediante bellas imágenes. Su prosa es de una belleza turbadora, la que encontramos en una prosa poética. Una cree estar leyendo a Baudelaire o a tantos otros grandes escultores del verbo, que unas veces se sirvieron de la muleta de la rima y otras veces lo hicieron sin ella.

     Así pues, el mejor modo de acercarse a este libro es no perder de vista lo que he señalado. Es un autor que da cuenta de la realidad a través de imágenes y, sobre todo, de sensaciones. Carrasco, el escritor cinestésico. Seguramente, esto de cinestésico no se lo habrá dicho nadie, pero es una buena forma de definirlo. El texto reúne más de un centenar de verbos que tienen que ver con el movimiento, con el equilibrio, con la postura. Jesús Carrasco lo registra todo. Es un diccionario de verbos. Describe sensaciones de origen muscular, nos habla de posturas de diferentes partes del cuerpo. Procede de idéntico modo con los olores, la narración está impregnada de aromas profundamente proustianos.

     Otro yacimiento inagotable de adjetivos y sustantivos del que se nutre es la naturaleza. Matorrales, matojos (digo yo si no será lo mismo; pues no, resulta que «matorral» es un conjunto de matas y «matojo» es la planta de poca altura y tronco ramificado y leñoso) y todo tipo de plantas, bichos y seres que pueblan un bosque son vocablos resucitados por Jesús Carrasco. Me abruma tanta erudición.

     ¿Y qué cuenta Intemperie? Con gran sorpresa para muchos, nada. Porque contar, lo que se dice contar, no cuenta nada. Tampoco lo necesita. Describe la huida de un niño de su casa familiar, dejando atrás a sus padres y a un hermano con los que ha vivido hasta ahora. Se limita a crear la atmósfera que envuelve a los personajes y a describir las sensaciones que les proporciona la naturaleza. En esta aventura de huida el pequeño encuentra a un cabrero, ese maestro de vida que le ayudará a gobernarse teniendo presente el frágil velo de la moral. El lector no sabe nada más de la historia. Ni dónde sucede, ni en qué tiempo se desarrolla la acción. Nada. Esa elipsis espacio temporal es, claramente, un recurso intencionado, conferir a la historia un carácter universal. Otro elemento impulsado por este propósito es no dar nombres a los personajes, así cualquier niño puede ser el protagonista.

     Yo leí esta novela cuando se publicó y he pensado mucho sobre ella. He tropezado con críticas sobre el simbolismo de algunas escenas, pero nadie —que yo sepa— ha reconocido en el cabrero a la figura de Jesús. Para mí es lo más bonito de la novela. No sé si Jesús Carrasco estaba pensando en Jesús al crear la figura del cabrero, pero esta imagen simbólica se me imponía, de un modo reiterado, a medida que avanzaba en la lectura. Al final de la obra, recuerdo un momento en el que el pequeño está en peligro y el cabrero avanza unos pasos arriesgando su vida para salvar la del niño. Es la mejor escena de todo el libro, la que revela quién es cada uno. Durante todo el relato, el cabrero va guiando al pequeño, sin apenas hablar. Cruzan miradas, pero no cruzan palabras. No hablan entre ellos (sólo en una ocasión o dos se desliza algún diálogo). Y está bien que sea así. El pastor no tiene que expresar verbalmente nada. Quiere que el niño descubra el mundo por sí mismo, no que lo aprenda a través de su instrucción.

    Copio a continuación un fragmento muy bello que corresponde a una escena en la que el pastor está herido (págs. 158-159) y el niño se abraza a él. Es un pasaje estremecedor:

     «Se sentó al lado del lecho del viejo y, con los codos sobre las rodillas, se tapó la cara y comenzó a llorar (…). Le estremecía la posibilidad de seguir su camino solo (…). En la penumbra, colocó las manos como un recipiente para su cara (…). Sin mirar siquiera al pastor, abrazó su cuerpo enclenque. Se hundió entre sus jirones para fundirse con él (…). Era la primera vez que se encontraba tan cerca de alguien sin estar peleando (…). El pastor lo recibió sin decir palabra, como quien acoge a un peregrino o a un exiliado».

     Démonos cuenta de cómo el autor se refiere al cabrero. Lo llama «pastor». ¡Tantas veces! ¿Qué más simbolismo queremos?. Ahí lo dejo. La semilla está echada.

     En definitiva, Jesús Carrasco traza un mapa lírico del camino vital que recorre un niño solo y luego un niño acompañado de un cabrero. No hay nada más. El resto más que acciones o cosas, son sensaciones. En un ejercicio de despilfarro lingüístico, estas páginas nos obsequian con un ubérrimo registro léxico que resulta excesivo. Sabedor que la obra solo podrá ser digerida por lectores de exquisito paladar, se excede en el uso de vocablos inusuales que restan proximidad al relato. Si quieres ser cercano, aléjate de expresiones alambicadas. Este es el mayor error del libro. Si hiciera un recuento exhaustivo, no me sorprendería descubrir que, en estas páginas, hay más olores de los que la pituitaria humana puede captar, más colores que los que nuestro iris puede distinguir y más bichos, plantas, arbustos y hierbas que los que ofrece cualquier manual de botánica.

     Sí, todo eso es así, pero quiero que os quedéis con lo mejor, que es mucho. Es un libro excelente. Duro, pero excelente. Disfrutadlo. Y dejadlo reposar en la barrica de vuestra conciencia, que tiene buen poso.

     Buenas noches y buenas lecturas.

ses

 

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