«Dijo Caín a Abel, su hermano: Vamos al campo. Y cuando estuvieron en el campo, se alzó Caín contra Abel (…) y lo mató. Preguntó el Señor a Caín: ¿Dónde está Abel, tu hermano?. Contestóle: No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? ¿Qué has hecho?, dijo el Señor. La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la Tierra. Ahora, pues, maldito serás de la Tierra (…). Cuando la labres, te negará sus frutos y andarás por ella fugitivo y errante (…). Caín alejóse de la presencia del Señor, habitó la región de Nod, al Este del Edén» (Génesis, 4, 8-16).
Hoy traigo Al este del Edén, novela de largo aliento, obra excesiva que va adensándose y deshaciéndose a medida que vamos haciéndonos con ella. Y digo bien, porque estos adjetivos aquí no son antagónicos, pues la historia se adensa mientras la prosa se deshace en jirones de palabras. John Steinbeck recibió el Premio Nobel en 1.962. Desconozco si será el peso del Nobel, pero Al este del Edén es una novela de envergadura. Gruesa, solemne, con vida propia.
En el prólogo de mi edición Vargas Llosa dice que está pésimamente construida. Por ese lado, no seré yo quien la juzgue, pues no soy más que una humilde aficionada al goce de leer. Desde luego, posee los ingredientes para ser un novelón: amor, desamor, virtud, pecado, herencias, dinero, ambición, valor, traición, celos, etc. Puede que esté mal construida, pero Steinbeck me ha hecho pasar no puedo decir que un buen rato (son casi 800 páginas) sino unos cuantos días (también tardes y noches) de lo más entretenidos. La he leído con apasionamiento. Con el ánimo anhelante de querer saber qué va a pasar. Y reconozco haber caído en eso que los eruditos llaman trampas literarias. Y qué. He ido picando en los cebos que iba tendiendo Steinbeck al escribirla para que me la creyese. Y tanto morder del cebo, uno acá otro allá, al final me la he tragado. Vaya, que me la he creído.
Está estructurada en cuatro partes, pero no entraré en detalles. Narra la historia de dos familias (los Hamilton y los Trask) a lo largo de tres generaciones (en la película se saltan la primera generación —todo sea dicho— y dan un rumbo distinto a la historia). La acción se desarrolla en el Valle Salinas (California) durante la primera guerra mundial. En la primera parte, los protagonistas son la madre y los abuelos del narrador —quien escribe en primera persona— y el lector advierte que Steinbeck la empezó como si de una memoria familiar se tratara. Un poco más adelante, desaparece por arte de magia y ocupará el lugar de narrador omnisciente hasta el final.
Hechas estas consideraciones, he de decir que Al este del Edén es la historia de Caín y Abel a través de un argumento de padres e hijos y de cómo administran una herencia de Bien y de Mal. Steinbeck está escribiendo, en parte, su propia historia. Sus angustias, las preocupaciones que padeció como padre y como hijo. De hecho, la relación que le unió a su padre fue muy compleja porque se avergonzaba de él. Lo que hace Steinbeck es coger el mito monumental de Caín y Abel y ponerlo en el vecino de al lado, como si fuese una historia que le pudiese suceder a cualquiera. Éste es el gran acierto de la obra. Que al leerla, resulta una historia cercana, verosímil. Luego está el hecho de que el ritmo es muy ágil y todo lo que queramos añadir.
He sabido que, al escribirla, Steinbeck quiso que el lector viera que lleva el mal en su interior, quería que se diera cuenta de que somos capaces de cosas que ni siquiera queremos admitir. Así, al crear el personaje de Cathy, esa mujer crudelísima cuya conducta espanta desde que asoma, Steinbeck deseaba que el lector sintiera, en algún momento, que tiene algo de Cathy en su interior. No sé si habrá conseguido o no un propósito de tal envergadura (Dios no lo quiera) porque Cathy encarna al mismísimo diablo, a la maldad sin fisuras. Lo suyo es una maldad casi satánica, pero quería aclarar el propósito que él mismo confesó al crear el personaje.
La compasión y el perdón son dos conceptos muy importantes en todo el texto. La compasión puede ayudar a que alguien que es muy malo cambie. El perdón también se aprende y da buenos réditos, del mismo modo que se aprende la compasión por el otro. Steinbeck confesó lo siguiente:
«el objetivo de un escritor es reconectar a los humanos con su humanidad, su recuerdo de la compasión y el sufrimiento. Su recuerdo de las cosas. Lo olvidan».
Por estas páginas desfilan muchísimos personajes. Todos los importantes están creados con un cincel teleológico y una descubre pronto esa finalidad y disfruta mucho con ello, claro. Los que personifican la virtud nos regalan nutritivas arengas, como la de Cyrus cuando a su hijo Adam le habla del valor en el hombre y que tanto me ha recordado al bello If de Kipling. Bellísima plática. Lo mismo ocurre con Lee, el chino recto y bueno que se hace cargo de la casa, cuida a los niños (Cal y Aron) y tanto ayuda a Adam (el padre de los pequeños). Precioso personaje, sus palabras penetran en nuestro interior sin pedir permiso. La voz de Lee dice así:
«Ya sé que a veces se usa una mentira con finalidad piadosa. Pero no creo que eso dé nunca un buen resultado. El agudo dolor causado por la verdad puede llegar a desaparecer, pero la lenta y roedora agonía de la mentira no desaparece nunca. Es como una úlcera que corroe lentamente» (pág. 536).
El simbolismo bíblico de Caín y Abel está representado en los mellizos Cal y Aron, los dos hijos varones de Cathy y Adam. Con apenas unas semanas de vida, Cathy pega un tiro a su marido Adam hiriéndole en el hombro, abandona la casa sin dar explicaciones y se pone a trabajar en un prostíbulo. Al lector, se le encoge el nudo que tímidamente se había ido insinuando en su corazón. Seguimos leyendo, atados con el grillete de la fluidez de Steinbeck, devorando páginas, ávidos por conocer si el desenlace de esta historia nos acelerará más el pulso o nos lo detendrá finalmente, pues su lectura es todo un asedio a nuestras emociones que, a estas alturas del libro, andan algo desbocadas.
Conocemos que el padre no habla a los niños de su madre bajo el argumento de que ha muerto y que únicamente entrega amor a su hijo Aron. Cal, el más sensible y noble, crece huérfano de cariño y vive protegiéndose con una coraza, atenazado por sus luchas interiores. Se siente interiormente mutilado por la ausencia de una madre y se pasa el tiempo intentando averiguar si la suya vive o no y, sobre todo, queriendo saber quién es. Cuando descubre que es una puta, estalla en él un volcán emocional imposible de sofocar. Acude al prostíbulo, la busca y le pregunta por qué disparó a su padre y por qué los abandonó a él y a su hermano cuando eran unos bebés. Ella, esgrimiendo hábilmente el puñal de la crueldad, le contesta con frialdad que en su vida, siempre ha hecho lo que le ha venido en gana.
A partir de ese momento, Cal procura comprar el amor de su padre, pero se dará un patinazo morrocotudo. Se asocia con Will Hamilton y trabaja durísimo con él en tareas del rancho, y cuando le entrega a su padre el dinero conseguido a base de su sacrificio, éste lo rechaza endilgándole estas palabras: «No quiero dinero. No lo querré nunca. Hubiera estado tan contento de que hubieses podido ofrecerme (…) lo que me ha ofrecido tu hermano (…). El dinero, aunque sea ganado honradamente, no puede compararse con eso. Si quieres darme un buen regalo…ofréceme una vida recta y honrada» (pág. 672).
Cal decide que ha llegado el momento en que su hermano, hacia el que sigue teniendo un sentimiento protector, se sacuda la ignorancia en la que vive instalado y sepa quién es su auténtica madre y conozca que su padre les ha estado engañando. Éste es el nervio central de la novela, sobre el que parece recaer el tonelaje de páginas leídas hasta llegar aquí. Y no voy a decir nada más del argumento porque si no ya no hace falta que leáis la novela. Lo que viene es brutal, aún más. Ahí lo dejo.
Durante toda la obra se reflexiona bastante sobre las consecuencias de que exista un hijo preferido en la familia. Ya la leyenda bíblica de Caín y Abel nos habló de un hijo preferido. A Cal le cuesta sobrellevar que su hermano sea el preferido de su padre y se le hace insoportable cuando descubre el motivo:
«Yo sé muy bien por qué mi padre quiere tanto a Aron. Es porque se parece a ella. Mi padre no ha conseguido olvidarla nunca. Puede no saberlo, pero es así» (pág. 665)
Sin embargo, el tema más recurrente no es éste. El asunto sobre el que se vuelve una y otra vez porque es como una enfermedad que se transmite de generación en generación, es que la virtud y el vicio forman la urdimbre esencial del ser humano. El hombre está preso (en sus pensamientos, en sus anhelos, y también en su avaricia y en su generosidad) de una red entretejida de bien y de mal. Ahí es nada.
Más allá de si la historia está bien, regular o pésimamente construida, en cada párrafo, en cada capítulo, el lector sucumbe ante el gran explorador del alma que fue Steinbeck, un escritor que conocía bien sus hechuras. Unas veces, la vestía de lustrosos satenes y la descubría al lector como un bello tesoro que cada uno de nosotros posee. En otras ocasiones, la mostraba cubierta de feos harapos, dejando a la vista de todos la depravación moral de la que estamos hechos los seres humanos. Steinbeck, el escritor que creaba personajes para abrirnos los ojos a los demás y enseñarnos, inventando una historia de buenos y malos, el vasto y variado muestrario de virtudes y pecados que duermen, más o menos aturdidos, en nuestros rincones más íntimos.
Al este del Edén no puede compararse con otras novelas de la época porque no tiene nada que ver con ellas. Ni siquiera con las que escribió el propio Steinbeck, pero sin duda, cuenta una gran historia. La de un mundo a medio hacer, que resulta excesivamente dilatada pero amenísima, muy pasional, y que puede contarse, tal vez, de mejor manera.
Como dije al principio, esta historia tiene vida propia. Queda en manos del lector trabar amistad con ella y dejarse enriquecer por la sangre humana de sus protagonistas.
«Un hombre, después de barrer el polvo y las astillas de su vida, tiene que enfrentarse tan sólo con estas duras y escuetas preguntas: ¿Fue mi vida mala o buena? ¿He hecho bien…o mal? (pág. 517)
Buenas tardes y buenas lecturas.
Una duda muy superficial se me quedó al terminar el libro, quizás se me escapó algo, pero: ¿de dónde venía el dinero que encontró el padre de los hermanos a un viajero muerto? No lo dice en todo el libro y es algo que me intriga…
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Pues yo, a estas alturas, no lo recuerdo. Lo leí el verano pasado y tras él han caído más de 30 libros. Si dices que no se menciona el texto no será relevante. Te refieres a la segunda generación, ¿no? Ni idea, vaya. Siento no poder ayudarte. Gracias por leer la reseña. El libro merece mucho la pena.
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