«Kokoro» de Natsume Sōseki

kokoro-portada     Kokoro despierta la conciencia del pecado en el ser humano sirviéndose de una historia menuda hilvanada entre dos personajes enormes. No está escrita con una pluma corriente ni con la misma tinta que el resto de novelas japonesas que he leído hasta ahora. Natsume Sōseki (1867-1916) se sirve de una pluma sublime y para trabajar con ella moja, directamente, del tintero del espíritu.

     Narrada en primera persona, nos hace ser testigos del nacimiento de una amistad pura, sólida y profunda, entre un joven y un hombre mayor, al que conocemos como Sensei (maestro, en japonés). Y como literatura es ver las cosas a través de otra cosa, Sōseki hace de su novela un formidable caleidoscopio con el que nos acerca a esas virtudes que saben conducir al ser humano por la estrecha y resbaladiza senda de la honestidad.

     A medida que me adentraba en la seductora prosa del japonés, zigzagueando en los meandros de una amistad que cobraba viveza con la tenacilla de las palabras, se me antojaba que el autor quería extraer lo más puro y limpio de los dos. Y como si la escritura desplegara ante mí una pintura en rollo, el nipón ha conseguido, y de qué manera, que me haya quedado asediada por un lenguaje que adquiere un íntima sonoridad. Las palabras vertidas en estas páginas adquieren una nueva dimensión. Se desdibujan y lo que cobra relieve es la expresión interna que al pronunciarlas despiertan en las conciencias. La lectura de Kokoro es estar asistiendo a una multiplicación infinita de ecos que nos evocan ese magisterio esencial acerca de lo que el hombre debe hacer o no para salvaguardar su integridad.

     Los protagonistas centrales son dos. El narrador, que se pone en la piel de un niño armado de ingenuidad y limpieza de espíritu, y su amigo Sensei, su guía espiritual, de quien recibe las lecciones fundamentales que le guiarán en la atribulada travesía que es vivir. Este segundo personaje es un ser doliente, misántropo, enlodado por el polvo del camino de la vida, que hace germinar el mundo en el pequeño en forma de pensamiento.

    Teniendo como fondo el Japón de los últimos años de la dinastía Meiji, la novela comienza a andar como un inventario emocional del corazón de este niño al que vamos viendo crecer. Con finos trazos, se registran las huellas espirituales que dejaron sus pisadas al abandonar la adolescencia y orillar la edad adulta. Avanzada la novela, se abre de par en par otra historia dentro de la historia principal, que viene a ser como otra novela, y es la biografía de Sensei, de la que el joven es conocedor a través de una extensa carta. Esta parte constituye -el lector queda advertido-, el tuétano del libro.

     En conjunto, me ha parecido un libro conmovedor, un exquisito desglose en forma novelada de las debilidades del alma humana y del pago merecido que el hombre alcanza por darles hospedaje. Qué tema, Dios mío. Amiel, Papini, Gide y el mismísimo Unamuno llegaron a ser furiosos geógrafos de sus vidas atormentadas. Cuánta literatura dejaron autores que tuvieron vidas agitadas. Todos parecían querer añadir tinta a su pluma para que ese acontecimiento interior resultase más brioso. Sōseki, en esto, se distancia de ellos por su personalísimo ritmo moroso. Tampoco nos está contando su vida, no es una biografía. Lo que sucede es que al hablar en primera persona, a una le vienen a la cabeza esas otras vidas escritas con tinta indeleble. Sin desviarme del tema, decía que Sōseki parece haber aligerado su pluma para hacer de la escritura un oficio que se crea despacio, a ritmo lento, que es, probablemente, el que mejor va para ahondar en lo más íntimo.

     Cómo he disfrutado con este libro silencioso. Ha sido un auténtico deleite, incluso sus páginas finales, donde las palabras acarician la tristeza. Su lectura me ha empapado de ese rastro emocional que deja tras de sí el simple fluir de dos vidas humanas. Está anegado de reflexiones morales, de enseñanzas de carácter universal, que pueden servirnos para restituir sentimientos como la angustia o la culpa insoportable con la que marcamos nuestro corazón cuando obramos mal.

     El suicidio, la desesperación o cómo los destinos se precipitan hacia la fatalidad son temas recurrentes. Dejando a un lado el tono lamentoso, prevalece el mensaje de que el corazón del hombre vive siempre, de forma real o intuida, en medio de un océano de soledad.

     En cuanto al título, he de apuntar que Kokoro es un concepto de difícil traducción para los que no pertenecemos a la cultura nipona. Significa «corazón, mente, alma, espíritu, pensamiento…», no sé cuántas cosas más. Es casi imposible de acotar porque no es una cosa ni se restringe a un sentimiento. Kokoro es más bien un lugar donde habita el sentimiento, casi un pabellón interior, un clima —no sé cómo decirlo— que lo envuelve todo, similar al saudade de los portugueses. En definitiva, está próximo a lo que entendemos por belleza en una de sus formas más sugerentes. Por curiosidad, he llevado un registro de las ocasiones en que aparece la palabra «corazón» y el resultado ronda la cincuentena. No hay renglón que escape a este sutil tapiz donde el japonés ha querido envolver la historia.

     Como pétalos que abandonan para siempre el capullo de una flor, cada página leída ha desprendido sobre las yemas de mis dedos una fragancia de paz, de sosiego, o ha dejado caer una pequeña parte del sol recibido, que venía a mí para reconfortarme con su mutismo. Kokoro me ha hecho olvidar que tenía una novela en mis manos haciéndome creer que estaba inmersa en algún pasaje bíblico. La elocuencia de Sōseki mora en sus silencios, es la magia del japonés. Callad y aguzad vuestros oídos. Veréis cuántas cosas tiene que deciros.

     Buenas tardes y buenas lecturas.

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2 comentarios en “«Kokoro» de Natsume Sōseki

  1. Soseki es un clásico en la literatura japonesa. Se aleja de esa prosa fría, tallada y distante de la que gustan tanto otros autores nipones. En eso, Soseki es más occidental. Él descorre las cortinillas de los sentimientos. Libro bellísimo que merece mucho la pena. Infinitas gracias por leer mi reseña, Esther. A mí también me gusta mucho leer las tuyas por eso de ver si encuentro mi equilibrio, aunque sea tarea difícil.

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