El libro de Goethe es una novela negra protagonizada por Diana Dávila. Quienes conozcan a Esteban Navarro sabrán que esta mujer es la inspectora más famosa de Huesca.
Se lee de una sentada y puede servir para pasar una tarde medio entretenida, pero poco más. Tiene baches, traspiés y tambaleos. Salvando estos escollos, ni fu ni fa. La escritura del padre de la generación Kindle —escritores que se autoeditan en la plataforma KDP de Amazon— es cómoda, fácil, pero enlentecida, renqueante. Parece que los deseos del autor vayan por un lado y las palabras por otro.
La trama se inicia con la extraña desaparición de un ejemplar del Fausto de Goethe de la biblioteca de un eminente banquero de Huesca. El volumen posee un valor extraordinario porque es una primera edición y, sobre todo, porque tiene una ilustración firmada a puño y letra por uno de los mejores grabadores del siglo XIX. Es pues, un libro único en el mundo. La policía empieza a indagar y las primeras sospechas del robo recaen sobre la hija del banquero, una adolescente que está padeciendo el sarampión de la adolescencia con tintes de enajenación mental. La madre, más que harta de sus brotes de rebeldía desatada, llega a amenazarla con internarla en un centro psiquiátrico, pero las aguas se apaciguan entre ellas sin llegar a desbordarse.
Lejos de su casa la joven se lo pasa pipa. Forma parte de un grupo de amigas que se divierten invocando a ouijas y coquetean con ritos satánicos y rituales de brujería.
El policía que estaba siguiendo la pista del libro desaparecido es encontrado muerto y las adolescentes tratan de invocar su espíritu para que éste les cuente qué sucedió, pero la sesión no puede llevarse a cabo porque para ello necesitan el libro de Goethe.
La inspectora Diana Dávila se ve obligada a implicarse en la investigación cuando recibe una llamada perdida desde el teléfono móvil del policía que ha sido hallado sin vida. Para más inri, se descubre que el teléfono desde el que se realizó la llamada pertenece a un chico que murió en accidente de tráfico. Este es el punto álgido de la intriga, pues se multiplican los sospechosos implicados en el crimen.
Esteban Navarro escribe en tercera persona y enseña las cartas al lector. La trama sujeta bien a los personajes, pero resulta algo lentuza y pronto se convierte en su síntoma más gangrenoso. La lectura quiere ser fluida, pero no lo consigue, no resulta amena, lleva algo de frenada y una va tropezando con ideas que se repiten una y otra vez sin añadir nada. Un texto policíaco debe nutrirse de la savia briosa que impulse un ritmo ágil, que el lector no pueda interrumpir la lectura. Si el ritmo se trastabilla, el interés por la historia se diluye como un azucarillo. El autor, no voy a engañar a nadie, aquí nos cuenta las cosas con (demasiada) calma. La novela negra, si es buena, tiene que tener una factura similar a una túnica sin costuras, o al menos, eso debe parecer. Si encontramos muchos hilvanes que perdieron su guía, si olfateamos y no encontramos la ligazón, mal vamos.
He leído que buena parte del éxito de las novelas de Esteban Navarro reside en el ingrediente autobiográfico. Ha pertenecido al cuerpo de policías y esta circunstancia le ha ayudado a conocer el terreno en el que se desarrolla la acción, pero visto lo visto no le ha enseñado nada de la forma de contarla.
Su obra está disponible en plataformas digitales y, algunas de sus novelas, en librerías. Yo he leído el texto en formato digital y he encontrado numerosos y graves fallos de ortografía. La acentuación va a su aire y algunos adjetivos bailan en salones equivocados. A una le parecía estar leyendo galeradas a medio cocer, no una novela terminada, corregida y publicada. Ojalá futuras ediciones permitan arañar la corteza de estos errores. Que Dios nos escuche.
Buenas noches y buenas lecturas.
Hola Carlota:
No he leído nada de Esteban, lo sigo en Instagram. Tengo a dos amigas bloggers que han leído algunas novelas suyas y les encanta, y otra que dice que sus letras son horribles. Yo no puedo hablar por mí, porque como te comento, no lo he leído aún. Pero la verdad es que no lo descarto.
Sí he sentido lo mismo que tú respecto a no haber conexión o sentido entre mente de escritor y letras de escritor, no con Navarro, pero sí con otros. Y casi siempre ha sido en autopublicación. Gracias a Dios, sí he leído novelas autoeditadas, sin faltas de ortografía y con una escritura coherente e inteligente.
Hay de todo en la viña del señor.
Besos!!
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Las faltas ortográficas, además, son siempre las mismas. Ésas que el corrector de word no detecta. Los cómo , los porqué, etc. este tipo de palabras. Un escritor, ante todo, debe conocer cómo se escriben las palabras con las que trabaja… A mí estos errores me sacan de la historia. Es lo mínimo que hay que cuidar, vaya. Gracias por tus comentarios. Besos de vuelta.
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