Desde que abrí este blog he querido escribir algo sobre el que ha sido, desde bien pequeña, uno de mis escritores vitales. Difícil tarea me encomendaba a mí misma, porque decir algo es siempre decir poco para Francisco Umbral (Madrid, 1935-2007), que es tanto. Este mes de agosto se cumplen 10 años de su muerte y he querido vestir de reseña una pequeña glosa a este vallisoletano de adopción, que descorrió las cortinas de su alma embelleciendo, con tan generoso gesto, mi alma y mi vida.
He escogido como recomendación en esta ocasión “Mortal y rosa”, el más hermoso testimonio literario sobre el dolor que se abraza tras el fallecimiento de un hijo. La obra no es una novela, ni un ensayo, ni una biografía. Es el poema elegíaco en prosa de mayor hondura lírica que jamás he tenido en mis manos.
“Mortal y rosa” no nace con vocación de ser un duelo, sino todo lo contrario. Francisco Umbral —Paco, para los amigos— andaba entonces metido en un texto que celebraba el milagro de la vida, la llegada al mundo de Pincho, su único hijo. Una leucemia fulminante acabó con el pequeño y atravesó el libro en gestación. Se clavó en el alma del escritor de un modo homicida y ensució de negro las letras. Herido de muerte como estaba, adensó su estilo y se vació en el libro. Con el rico material de las palabras, alumbró una poesía enlutada de tristeza y belleza. Qué cosas, tristeza y belleza, atlantes del verbo, parecen participar de su asfixiante dolor y hacen que el lenguaje sea, aquí, aún más bello, aún más triste.
Umbral ha sido mi lazarillo literario. Él me ha guiado por la senda de la mejor literatura, la más pura, la más libre del polvillo de la mediocridad. Umbral también tuvo lazarillos literarios. Él escogió a los mejores poetas y no los abandonó jamás. De ahí, que a quienes hemos sido conducidos por este filántropo de la palabra no nos extrañe que desarrollase su oficio con el estilo propio de un poeta. Ha sido el poeta de la prosa. Practicó un costumbrismo desclasado y antiburgués mezclando calle, folclore y ternura. Cuando el zarpazo de la muerte se cruzó en el misterioso tapiz de su tiempo, abandonó el dandi que paseaba por el Retiro, manos enfundadas en el abrigo, bufanda al cuello y melena al viento y dejó que la letra le llorase. Trató de sonarse el alma mientras la prosa fluía urgente y los versos se le escapaban entre los dedos. Este es el autor en “Mortal y rosa”, un hombre que quiso fugarse de la vida por la escritura porque no supo aprender a vivir vencido. Un hombre que deseó frenar el tiempo, permanecer eternamente en esa dulce vigilia que es el instante detenido de cuando podía ver, sentir y besar a su hijo.
Y qué decir del estilo. Umbral es el estilo. Me descubro frente al autor que nos repitió, con esa sabiduría esencial de escritor magnánimo, que a un buen escritor le sobra la anécdota. Por sobrar, aquí, en “Mortal y rosa”, sobra cualquier asunto de vida, excepto su hijo.
Para no morir en el fatídico silencio, el autor extraviado desabrochó su pena y administró bien el tiempo, dotando al lenguaje de una potencia turbadora intensísima. Cómo puede crear, si no, ese latiguillo lastimero de «estoy oyendo crecer a mi hijo». La expresión es toda una caricia lingüística. No cabe ser más lírico. No es posible adornar mejor ese latido de dolor sordo. Latido que estuvo a punto —según tengo entendido— de dar título al libro, pero cedió el testigo a esos versos finales de “La voz a ti debida” de Pedro Salinas (“esa corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa el infinito”).
Sirvan estas escuetas líneas para recomendar, a través de este blog, a un autor insustituible, desmedido y sensible, a quien sigo venerando desde lo íntimo. A un hombre a quien imagino abrasado de pena delante del folio en blanco, meditando, excavando en su duelo, enjugando su pensamiento en forma de frases saladas, una tras otra, sobre el pañuelo extendido del folio en blanco. Trabajando quedamente en este libro, con el cabello despeinado por el dolor, sabiéndose más mortal que nunca, temeroso de romper algo que ya no le pertenece.
Recordemos y leamos a Francisco Umbral, autor maldito y bendito, glorioso y grandioso. Escritor colosal que vivió y murió siendo un orfebre del lenguaje más bellamente pulsado. Elevo mi plegaria a Dios para que siga descansando en paz junto a su hijo Pancho, junto a sus libros, y junto a esos otros autores que vivieron embelleciendo la palabra y, como he dicho, embelleciendo así nuestras almas y nuestras vidas.
Buenas noches y buenas lecturas.
Una gran entrada.
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Umbral lo merece. Pocos autores han dejado huella tan honda en nuestras letras.
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