Decía el maestro Hemingway (Illinois, 1899) en su conocida teoría del iceberg (o teoría de la omisión) que el relato solo debe mostrar la novena parte de su magnitud. El resto debe estar sumergido y ha de contar con la imaginación del lector para manifestarse. Hemingway fue escritor enorme, literariamente seminal, y aunque en lo conceptual, la novela que Juan José Millás (Valencia, 1946) trae para este verano se ajusta a este canon, a mí, sin embargo, me ha parecido que oculta el 90 por ciento de lo que hubiera podido ser y, por este lado, me parece floja.
El texto le ha salido redondo, cerrado y bastante compacto, aunque con visibles ínfulas de querer resultar devastador en el alma del lector. Formalmente, es muy Millás, si bien con más poso psicológico que otras obras suyas leídas. Resultará fácil al lector avezado a su estilo encontrar en él al Millás de siempre. Por las grietas de sus capítulos se cuela, mal que le pese, algún pliegue autobiográfico.
En esta ocasión, no hay héroes. Al contrario, los protagonistas escogidos son anti-héroes. Seres corrientes que se sienten vulgares porque viven atrapados en sus tormentos secretos.
La historia, brevemente, es la siguiente: un niño de doce años —no se menciona el nombre— se dirige a casa tras salir del cole, se detiene en un puente tendido sobre una autopista y mira debajo con la tímida intención de suicidarse. Antes de decidirse, saca de su bolsillo una canica gorda y la arroja por el puente. La canica rebota en el parabrisas de un coche, el conductor se distrae, y eso provoca un accidente en el que mueren tres personas. Al darse cuenta de lo ocurrido, el niño se asfixia en su culpa y comienza un calvario psicológico, al estilo Raskólnikov, pero de menor hondura moral —ya quisiera Millás—, que le atormentará toda su vida.
Al llegar a casa, su padre, un crítico literario que vive enfrascado en sus asuntos, no le hace ni caso, pero él se asombra al contemplar los títulos de los libros que éste lee con pasión desmedida. Con estupor creciente, el pequeño cree que las lecturas en las que anda abstraído su padre son una alusión a lo que le ha ocurrido a él («Crimen y castigo») o a algo que se refiere a él («El idiota»). Como espejo acusatorio, va forjando su autobiografía a partir de los títulos de estos libros. Esta reconstrucción de la propia biografía en la mente del niño se convierte en el corazón del relato.
Sin abandonar la apariencia sencilla, que no se aleja del modo en que suele reproducir el autor valenciano la vida real, «Mi verdadera historia» guarda la magia expresiva de esa literatura que invita a reflexionar sobre lo que se oculta, sobre lo que se esconde. Desde el punto de vista del niño puede verse como un libro de iniciación, pero resulta mucho más interesante si lo vemos como una novela de iniciación desde el punto de vista del padre. Este es, con mucho, el mayor logro de la novela. Desde este segundo ángulo posee significados muy inquietantes, pues es un ir viendo cómo los hijos atraviesan por mutaciones de identidad y carácter en las que los padres se reconocen a su pesar. He de decir que Millás, por ese grado de sugerencia exigido al lector ha conseguido escribir una novela sencilla tremendamente compleja, como el reloj suizo montado con el mecanismo oculto de un buen engranaje. Aquí es donde, a mi parecer, asoma el hocico la teoría del iceberg del Nobel americano al que me he referido líneas atrás. Si extirpamos esta veta común, el relato no resulta especialmente atractivo.
Otras historias secundarias como la separación de los padres o la breve aventura de amor que el pequeño tiene con Irene —la superviviente de la desgracia provocada por él, que sale del hospital para entrar en su cabeza—, corolan una novela fácil de leer, de trazo urgente y de la que se aprende que no merece la pena lanzar ninguna canica al aire, a menos que queramos correr el riesgo de que la vida abra una grieta fatal en nuestro universo cerrado.
Buenos días y buenas lecturas.

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Este sí que me sonaba pero no lo he leído . La historia me parece muy interesante, pero sigue pasando el tiempo y lo sigo dejando pasar…..
Es curioso, porque justamente hoy me he traído de casa de mis padres un libro suyo que no he leído aún.
Besos
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Lee el que te haya traído tu padre. Con el bocado de alguna obra anterior sabrás la textura que aporta a tu paladar. A mí me gustaron más «El desorden de tu nombre» y «La soledad era esto», sin ser ninguna de ellas una exquisitez.
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