Hoy recomiendo «Maurice», una novela delicada, conmovedora, e intensa, escrita por el británico Edward Morgan Forster (1879-1970).
Es un texto atrevidísimo para la época, pero tan bello, que merece la pena rescatarlo. Está lleno de sugerencias y matices que se me antojan —iba a decir, humanos— demasiado humanos. El mejor que he leído en mucho tiempo. Con ese latido intimista que persigo. Además, es tierno y desgarrador, sentimientos que brotan desnudos siempre que se ahonda en las catacumbas del alma.
Su lectura me ha traído fuertes ecos de esas páginas de los tomos finales del Proust de A la recherche y del Wilde del formidable De Profundis. Como en ellas, el asunto central es el terremoto interior que se desata entre dos hombres que viven atrapados en un calvario, por tener el uno por el otro un sentimiento profundo de amor y deseo.
Que se explore el afecto homosexual en la literatura no es nuevo. Lo más interesante, lo que convierte en magistral a la novela es el modo en el que E. M. Forster lucha por redimir a sus personajes de sus tormentos. Él mismo experimentó este tormento interior y debía conocer bien la vivencia. Es probable que necesitase afirmar que este tipo de amor puede ser ennoblecedor y no degradante, y que, si hay alguna perversión en él, es atribuible a una sociedad empecinada en negar una parte esencial de la vida humana. Ése es el asunto.
Está dividido en cuatro partes, pero no voy a entrar en la estructura, sino en los tres personajes principales. Maurice es un adolescente atractivo, educado con creencias religiosas y algo ingenuo que, al descubrir su atracción por los hombres —despierta con George, el jardinero—, se siente deleznable y sucio, un ser que vive en pecado. Si los demás supiesen cómo es realmente, le destrozarían. El asunto alcanza relieve cuando conoce a Clive Durham y ve que están hechos el uno para el otro.
Clive está orlado de fortaleza, de calma. Es más intelectual que Maurice y en el idilio entre estas dos mitades complementarias, es la mitad que ama de un modo maduro, si bien en sus adentros sostiene una lucha con sus afectos que acabará salpicando a Maurice. Cuando Clive enferma es cuidado por Maurice, que no se apartará de su lado. En esta época, su amor por él palidece y, lo más sorpresivo, Clive se enamora de una mujer con la que acaba matrimoniando. Ella le despierta un sentimiento que creía que no le pertenecía («Contra mi voluntad, me he hecho normal. No puedo evitarlo»). Su cambio no es una conversión, sino el descubrimiento propio de quien ha vivido siempre apartando sus ojos del sexo contrario.
La soledad abrumadora en la que queda sumido Maurice se convierte en una atmósfera opresiva a la que no encuentra salida. Su amigo se ha casado y él cree que jamás podrá volver a enamorarse de nadie. Sin embargo, por la escotilla de su corazón no tardan en llegar otros hombres (Dickie, Alec, etc) a los que, de nuevo, se rinde. Enamorarse de ellos es sinónimo de ser el más corrupto del universo («soy un sujeto indigno, del tipo de Oscar Wilde»). Para sanar su mal de amores acude a un par de médicos. Cree que puede cambiar tanto como hizo Clive, pero ese sentimiento íntimo que tanto le hace padecer no tiene remedio.
Finalmente, está Alec, quien sale de la nada para acabar siendo todo. A través de un manejo cuidadoso de frases embadurnadas de afectos, el británico nos conduce al rincón más íntimo de Maurice quien, lógicamente, acaba locamente enamorado de Alec. Con flecos de enorme penetración psicológica, el telón no podía caer de otro modo.
La construcción de los personajes es magnífica. A veces, nos despista y llegamos a creer que Forster está creando con Maurice un personaje contradictorio. O con otros parámetros, pero no es así. Cuando llegue el momento oportuno, el autor reconducirá a Maurice hacia el personaje que es.
El final feliz resulta imperativo. Maurice y Alec permanecerán unidos en un para siempre que la ficción permite. Este modo de cerrar la historia me ha parecido maravilloso.
Una lectura sosegada evidencia el influjo de Platón en la creación narrativa. La he encontrado, sobre todo, en esa exhortación al placer desinhibido de la carne como vía de acceso al espíritu. «El Simposio — o«El banquete»— y «Fedro» sirven de arquetipo en la delineación de Clive y Maurice. Ambos se pasean por el mundo como si fuesen dos ciudadanos griegos. Clive posee un temperamento más helénico. Cree en la medida platónica e intenta que su gran amigo la adopte también. Maurice es un chico que pertenece a una familia burguesa acomodada, pero es más corriente intelectualmente hablando. Llega a todo más tarde que Clive. Y tiene una dependencia platónica por su amigo que roza lo patológico. Cuando éste lo abandona siente los celos propios de una gran tragedia griega.
E. M. Forster denunció, con esta magnífica obra, que no podemos silenciar los amores prohibidos. O no podemos prohibirlos. Quien lo haga, debería tener presente a los griegos. La dura realidad es que en el amor no se inventa nada. Probablemente, Forster sabía que crear, si se habla de amor, equivale a repetir con acierto un sentimiento universal y eterno. Otra cosa es que no lo queramos ver.
Buenas tardes y buenas lecturas.
Que coincidencia1 Justo ayer estaba en la biblioteca de la Escuela Oficial de Idiomas y tenían una exposición dedicada a E. M. Forster, y lo que más me llamo la atención es que fue un escritor muy versátil que incluso escribió un libretto para la ópera, pero sobretodo muchas historias cortas. Saludos!
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Gracias por tu aportación. No sabía que había escrito algún libretto de ópera. Fue hombre sensible y estaba extraordinariamente dotado para la novela. La obra que reseño es un volcán de afectos. Saludos y gracias de nuevo.
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Yo también persigo mucho ese fondo intimista del que hablas. No conocía el título, me gusta esa literatura de corte clásico, reposada, de infusión o botella de vino bajo una mantita, de leer sin prisas… mmmm.
Me lo anoto, por supuesto.
Besotes.
PD: Me encanta que me descubras títulos añosos 😉
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