«Memorias de un librero» de Héctor Yánover

cbta_yanover_grande     Hay muchas formas de contar una vida. Una de las más sugerentes es, sin duda, atravesando la senda de los libros. Héctor Yánover (1929-2003) fue el librero más famoso de Buenos Aires. Durante muchos años regentó la mítica Librería Norte. Naturalmente, un trabajo de este tipo hace que los libros, además de un oficio, se conviertan en el envoltorio onírico de las propias vivencias. En “Memorias de un librero” recopila una procesión de anécdotas vinculadas a su experiencia como librero. O mejor, a su experiencia como amante de los libros, pues lo que recoge es un canto al libro como refugio, antes que como negocio.

     “Memorias de un librero” no es un anecdotario de escenas graciosas. En eso, es poco pretencioso. Solo se sirve de ellas para completar el dibujo que traza de lo que fue su camino en la vida. Eso sí, se abra por donde se abra, resulta entrañable. Porque está escrito con la tinta de los sentimientos, con el bombeo de su pasión lectora. Cada anécdota rescatada está empapada de un ardor desmedido por el oficio y por todo lo que tiene que ver con el hecho de ser librero. Héctor Yánover supo bien que hay anécdotas tan buenas que debieran ser verdad. Él las narra con naturalidad, tal cual le vienen, y nos hace cómplices de su encantamiento. Confiesa tenerles fidelidad ya no solo por el saber que le proporcionan —siempre algo del precipitado de sabiduría de algunos de ellos se adhiere a nuestras manos—, sino porque con ellos construyó su vida.

     A una le da la sensación de que además de librero, Héctor Yánover fue un poeta, un nómada y un hombre sabio. Convivió con las palabras toda su vida. Lo de librero le vino casi por casualidad, porque se encontró con este oficio, como un extraviado en el desierto descubre un oasis. Los libros calmaron su sed y le proporcionaron el alimento espiritual que colmó sus carencias y redimió sus faltas.

     Todo librero, cómo iba a ser de otra manera, termina siendo un compuesto de libros, por su curiosidad insaciable. Abrirá uno, mirará otro, acá una nota, allá una fecha y en este otro una frase que le fascinó. Y eso, todos los días, todas las semanas, todos los meses y todos los años de una vida. ¿Están locos? A estas alturas, a saber dónde están los lindes de la locura. Viven en un micromundo que les colma de felicidad, pues los libros provocan hondas satisfacciones. Así que estoy segura de que, además de estar cuerdamente locos, son muy felices. Quizás sea cierto ese magnetismo del destino según el cual para cada cosa hay gente imantada a ella desde su nacimiento. Lo difícil es encontrarse a sí mismo en los libros. Un sí mismo que no es el que el que hay que encontrar para vivir. Héctor Yánover se encontró a sí mismo en los libros, o los libros le encontraron a él, y se entregó a cada uno de ellos como un gran amante.

     Muy recomendado por su amenidad al contar sus aventuras furtivas en esta selva de tinta y papel, por aparcar la solemnidad y altanería, y sobre todo, por ese polvillo que deja entre los dedos, también a nosotros, que nos tizna de su entusiasmo y pasión. En cualquier caso, a un hombre que nació con el sueño sostenido de ser librero, que se abandonó a la embriaguez de serlo y que dejó escrito este libro teniendo mucha vida por delante, todo le está permitido. Desgraciadamente, ya murió, pero tiene a su favor que no hay prueba alguna que demuestre que a doble edad, doble talento.

     Buenas noches y buenas lecturas.

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