Hoy recomiendo “Aromas”, un libro exiguo colmado de melancólica belleza. No es novela, ni ensayo, ni biografía. Es una gota de rocío que, al acercarte, refleja el hermoso paisaje de los sentidos en forma de retratos.
Philippe Claudel (Nancy, 1962) es la ternura hecha palabra, la prosa silvestre domada por la pureza. Tan acostumbrada me tiene que, naturalmente, recurro a él cuando he padecido el sinsabor de alguna lectura corriente. El francés posee ese precioso don que consiste en exprimir cualquier cosa, no importa qué objeto o situación, y sacar de él todo lo que lleva dentro. La ausencia de este talento digestivo explica por qué autores que creen escribir sobre lo mismo —y de hecho, lo hacen— se me atraganten y, otros, dejen en mí ese poso embriagador. Y digo bien, pues lo suyo es una suerte de magia etílica que transforma la palabra en un dulce licor. Claudel es la finura medida, el adjetivo bien calibrado. Hace de la escritura un ejercicio purificador. Definitivamente, su prosa exquisita me tiene secuestrada.
Así pues, “Aromas” rinde homenaje a la mejor literatura. Es difícil ser más bello. Capítulos cortos, pero de soberbio trazo. Fragmentos de olores cotidianos rescatan la emoción más intensa. Abeto, acacia, ajo, alquitrán, canela, col, crema solar, jabón, sábanas limpias, tierra, vejez, etc. agitan con sus aromas recuerdos que Claudel escancia sobre las letras. Cada objeto, arrastrado por las bridas de la memoria, trae un lugar y sus olores.
Prosa sencilla, casi tímida. Aterida. Congelada, que al tocarla, parece despertar de su letargo. Con una invisible red, sus manos realizan una tarea de desbroce de lo mundano que me deja en un estado total de abatimiento, de tanta castidad.
El mundo simula plegado a sus pies, y el escritor, con el alambique de su prosa, lo descubre, asomando a nuestros ojos mucho más rico. Los adjetivos, repletos de polvo, mudan en un brillo nacarado, despiertan como mariposas adormecidas. Ay, Claudel. En la pipeta del relato corto, destilas el verbo y me hechizas con tu magia. Consigues servir el sabor placentero de las palabras pulcras, desbrozadas, higiénicas. Si los dioses poseen olfato de la excelencia, seguro que se embriagan también con tan sublimes vapores. Yo, de momento, me conformo con leerte.
Buenos días y buenas lecturas.
Ayyyy este me lo anoto ya mismo, porque el que me regalaste de la nieta del Sr Linh me entusiasmó. Compré también «Almas grises», del mismo escritor, recomendando por unas amigas de las que me fío en el criterio.
Y este me lo llevo, me lo tengo que llevar, de hecho.
Besotes.
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Tomo nota de la reseña; otro más para la lista interminable, jaja
Gracias por ilustrarnos con otros autores. Un abrazo, Letraherida.
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Leí «Almas grises». Bueno, he leído todo lo publicado del autor y sí, es muy bueno, pero cambia de registro totalmente. Aparca el lirismo y despierta el lado más sórdido. Te gustará porque está fabulosamente escrito. Narra el crimen de una chica y ganó con él el Renaudot, el premio francés tan prestigioso.
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Bellísima entrada. Que bien escribes.
Me lo apunto
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Lo bueno es el libro. Formidable. Muchas gracias por tu comentario.
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