«Xingú» es un relato corto escrito por Edith Wharton (1862-1937) que retrata la pompas de unas señoras que codician falsamente la cultura, que se las dan de eruditas y se reúnen periódicamente con afán de debatir sobre libros y otros asuntos culturales.
La señora Ballinger, Plinth, Leveret y Roby, y las señoritas Van Vluyck y Glyde han formado el Club del Almuerzo y el asunto consiste en coincidir en un salón de alguna de ellas y abrir un turno de opiniones en torno a un libro leído o un asunto de actualidad.
Lo mejor del relato es el cuadro de personajes, elaborado con un lenguaje cincelado y caústico que preludia un desenlace absolutamente inesperado. Tiene algo de cuento tradicional, por lo que se refiere al acertijo que encierra la descripción de «Xingú». No resulta difícil imaginarnos a la pequeña Edith Wharton inventando esa historia maravillosa de Xingú, narrándola a personas mucho mayores que ella, y dejándolas boquiabiertas al desvelar el final.
Cada uno de las mujeres representa un papel, pero a todas ellas les une el sentir como obligación el mostrarse cultas. Obligación impostada y más falsa que Judas, pero para ellas, su razón de estar en sociedad. Son ese tipo de damas que persigue la cultura en comandita, como si fuera peligroso tratar con ella a solas.
La acción despierta con la llegada a casa de la señora Ballinger de la celebrada escritora Osric Dane. Su prestigio la precede y todas las del Club del Almuerzo ambicionan recabar para sí su atención, poniendo sobre el mantel preguntas sobre su último libro, que darán amplio margen para que la autora vierta sus conocimientos. Tras dolorosas pausas y giros inesperados, la tal Osric Dane no da pie con bola y de su boca sale todo, excepto respuestas inteligentes, a la lluvia de preguntas. Verse interrogada a propósito de su obra le resulta poco menos que ultrajante, pero el desencanto en la actitud de la invitada no merma las ganas de complacerla.
No puedo desvelar más detalles. En la obra se percibe el ambiente decadente de una clase social que tenía silla reservada para el té en casi todos los países. Edith Wharton es diáfana en el mensaje que pretende abrazar: cuando la farsa ocupa su silla en este tipo de tertulias estamos en una sociedad disfrazada, decadente y peligrosa. La cultura, lamentablemente, no puede sentarse en esta mesa. La palabra en la boca de este tipo de comensales es peor que soldados ciegos ensayando el tiro a diana con una escopeta repleta de municiones.
A Edith Wharton no le hacen falta las muletas de extensas descripciones para que entremos de lleno en el ambiente que nos quiere contar. En eso, es muy Henry James, y muestra esa comunión intelectual que tuvo con él. Basta una frase para imaginar una mirada petrificante —«tenía un modo de mirarte que te hacía sospechar que llevabas mal puesto el sombrero»—. En su estilo, es más intelectual que sentimental, quiero decir, es irónica. Una ironía que, a veces, es sutil, a veces, punzante, a veces lacerante, y a veces, compasiva. Y es crítica, muy crítica, sin necesidad de recurrir al amarre de la pasión.
A quienes no conozcáis las hechuras de esta escritora genial este librito publicado por Contraseña constituye un tanteo inaugural delicioso.
Buenas tardes y buenas lecturas.
Me ha gustado mucho tu entrada; aunque nunca he leído nada de esta autora, tengo que decir que es uno de esos nombres que siempre que lo veo nombrado es para decir cosas buenas sobre su creación literaria; así que tal vez me anime a descubrir su obra. Saludos!
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Escritora de pulso genial. Su mejor obra, a mí me enamoró, es «Ethan Fromm». Mejor obra que esta, mucho más intensa. Claro, donde esté el amor… Gracias, Ginger. Saludos.
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