Hoy recomiendo «Mi pecado», una espléndida novela que me ha zambullido en las revueltas aguas del cine hollywoodense de los años treinta y me ha hecho disfrutar de la literatura con esa pasión angustiosa que tiene el amor desbocado. Si por mí fuera, no haría otra cosa que leer novelas de amor.
Con las mejores virtudes de una escritura investida de fervor por el celuloide, entusiasmo y fidelidad, Javier Moro (Madrid, 1955) recrea la historia de amor que vivió Conchita Montenegro y Leslie Howard. Apasionante historia de amor. Ella era una mujer inteligente, muy atractiva y dicen que tan excepcional como desconocida. Con apenas diecinueve años, desembarcó en Hollywood y su extraordinaria mirada cautivó a un hombre casado que le doblaba la edad, un galán apocado, discreto, casi tímido, pero muy interesante para las mujeres, que le marcó para siempre. Con este título tan sugerente como inculpatorio, este guionista, productor de cine y escritor madrileño acaba de ser galardonado con el Premio Primavera 2018.
La novela es de una amenidad desbordante, un rapto consentido a nuestras obligaciones (in)aplazables. Nos abandonamos a ella para leerla con fruición, con goce, asidos a la familiaridad que otorga el haber escogido como protagonistas a personajes conocidos, todos reales, todos famosos, y que se nos presentan, además, arrojados al mismo páramo en el que vivieron. En ella, no hay personajes de ficción. Cada vez que enristra la pluma Javier Moro va dejando huella de poseer un talento extraordinario para novelar la historia, para contar qué pasó. Se ha documentado mucho para escribir «Mi pecado» y se nota. Esto no resulta novedoso. Lo novedoso es contar los hechos desde los ojos de una mujer. Pocos —por no decir poquísimos— autores nos han obsequiado con la vida oculta del Hollywood dorado desde la perspectiva femenina.
Javier Moro nos anticipa que no hay tramoya en los acontecimientos que narra y aunque sean muy pocos los que ignoran cómo transcurría la vida en el Hollywood más cosmopolita y decadente, se lee de principio a fin con la misma conmoción con la que se ve una película de estreno. Este es su mayor logro. Una se siente trasplantada a la época y, cogida de la mano de Conchita Montenegro y de Leslie Howard, felizmente extraviada en un laberinto de pasiones. Laberinto que atravesamos tropezando con directores, con productores, con guionistas, y desde luego, con los más afamados actores y con las actrices más encumbradas. Buster Keaton, Chaplin, la Garbo, Stan Laurel y Oliver Hardy, Joan Crawford, Gary Cooper, Jack Cummins, Clark Gable, Norma Shearer, etc. En esta singladura navegaron también españoles que zarparon hacia el nuevo continente persiguiendo el gran sueño americano (Edgar Neville, Jardiel Poncela, Martínez Sierra, entre otros). Con un elenco tan estelar es lógico no solo que deslicemos vorazmente nuestra mirada por los capítulos, sino que cuando cerramos el libro, cuando salimos de él, nos parezca que cae sobre nuestra espalda un pesado fardo de años. Al terminarla, también se me ha hecho cierta esa máxima —creo que de Woody Allen— que afirma que la comedia es la tragedia más tiempo.
Al ir fabulando los escarceos amatorios entre dos personas que conocen bien cuál es el precio de la fama, decora la acción en míticos lugares. Además del Hollywood de los años treinta, asoma el Nueva York lleno de «americanas viajeras y de viajeros sin americana» que diría mi querido Jardiel, las calles de Chicago, estaciones, trenes, maletas repletas de sueños y, sobre todo, un centenar de anécdotas fascinantes. Algunas conocidas, para qué engañarnos, otras olvidadas, y otras jamás escuchadas. Poco importa si llegaron o no a nuestros oídos. Javier Moro consigue que tengamos de todas ellas una mirada más penetrante.
Lo suyo es todo un ejercicio de amenidad y estilo. La naturalidad, el colchón mullido de la historia para apaciguar vivencias que crecieron agitadas. Además de Conchita Montenegro y Leslie Howard, protagonistas del romance que anuda la trama, todos los personajes de la novela besaron, en algún momento, la gloria del séptimo arte. Lo cierto es que por mucho metraje que tuvieran sus vidas, todas esas estrellas no estaban suspendidas en el cielo, sino hechas del mismo barro que cualquiera de nosotros. Idéntica suerte corre el amor, la pasión humana más universal. El suyo estaba construido con el mismo material endeble y frágil que edifica el amor en cualquiera de nosotros. Momentos robados, instantes fugaces que a los amantes les parecen eternos.
Asomarse a una novela con los ojos de quien descubre en la realidad una arcilla para modelar la historia constituye una de las experiencias más atractivas para un lector cualquiera. No digamos ya si ese lector es, además, un devoto del cine y sus mitos.
Buenas tardes y buenas lecturas.
ESta vez no miro porque quiero afrontar su lectura sin tener impresiones previas de otras personas.
No miro, no mirooooo.
Ya comentaremos.
Besitos.
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[…] “Mi pecado” de Javier Moro […]
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