Acabo de terminar «La isla de las últimas voces», la última novela de Mikel Santiago (Portugalete, 1975), ese narrador audaz que escribe en el coto del thriller con la certeza asumida de que sus presas vamos a deglutir sus páginas con voracidad y premura.
Como es habitual en la fabulación de Mikel Santiago, el relato está presidido por un ambiente inquietante que, a fuerza de no menguar, acaba siendo asfixiante.
El asunto se desgrana en una pequeña isla de Escocia, cuando los pescadores de una comunidad denominada St. Kilda avistan, a unas millas de la costa, una caja de acero blindado muy pesada, que se desplaza a la deriva hasta ellos. La caja misteriosa se ha desprendido de un avión que ha sido tragado por el océano. Un hombre (Dave Dupree), vestido de hielo y unos pulmones llenándose de muerte, es el único superviviente. Herido, conmocionado y extenuado por el desgaste físico de haber salido con vida del amerizaje, consigue llegar a la costa a nado y pisar tierra firme. Se da la circunstancia de que Dave es también el único pasajero que conoce el trasunto de esa enorme caja sin dueño, protagonista central de la narración.
La caja es muy extraña. Se diría que es un contenedor refrigerado con un par de flotadores a los lados, y una cerradura de alta seguridad cuya apertura exige conocer una combinación de muchos dígitos. Los lugareños de St. Kilda comienzan a especular sobre su contenido. Un tesoro, obras de arte, toneladas de cocaína, diamantes, oro, dinero, o tal vez armas, explosivos o algún tipo de gas mortífero. Nadie conoce la mercancía secreta.
St. Kilda no pasa por un momento glorioso. Su economía rota propicia que el número de residentes en la isla mengüe por días y es probable que la llegada de la caja suponga una tabla de salvación para el bolsillo de sus habitantes. Desde su aparición fantasmal —por el enigma que la envuelve—, todo ha ido experimentando una oscura mutación, una suerte de contagio hacia la degradación de la que no se libra ni el apuntador. Tormentas, cortes de electricidad y fortísimos vientos. Mikel Santiago, en su inconfesada ambición por ser el Stephen King español, sale muy bien parado con el disfraz del rey del thriller y se consagra aquí como maestro rotundo en la descripción de ambientes desolados.
Su mayor destreza es acariciar la imaginación del lector para que se abandone, sin oponer resistencia, a una atmósfera en la que se respira algo sobrenatural. Sin ser muy consciente de entrar en las aguas pantanosas del relato, una va remando por las turbias aguas de la intriga y se va filtrando por acantilados narrativos azotados por el miedo. Conocedor del oficio, el autor es tremendamente hábil para enroscarnos cual boa constrictor en una senda de misterio de la que no podemos huir. En este frondoso bosque, he reconocido al Mikel Santiago de «La última noche en Tremore Beach». No solo por la afinidad del título —allí, la última noche, y aquí, las últimas voces—, sino por echar mano de algunos tics de veta paranormal que ya asomaron en Tremore Beach: pesadillas, voces, el mundo onírico y la desbordante imaginación de los personajes.
Además del misterio de La Caja (traspasado el meridiano de la novela se gana el galón de escribirse con mayúscula), el hilo argumental va soltando más madeja del núcleo temático del relato. La soledad. Intuida al principio y muy firme después. Esa lepra del alma, tatuada en todos los personajes, se hace más visible en tres de ellos. Dos mujeres viudas (Carmen y Amelia) que regentan el hotel Kirkwall, y un joven de pelo rojo y sonrisa cautivadora que acaba de dar carpetazo a su novia (Charlie) y se hospeda en una habitación del Kirkwall.
En definitiva, «La isla de las últimas voces» es una novela de misterio muy lograda, de fina intriga, de ficción fantástica, que sigue la estela de «La última noche en Tremore Beach» con la que pasar un fin de semana de inmersión lectora muy entretenido, pero eso sí, muy desapacible.
Buenos días y buenas lecturas.
Hola reina.
¡Qué guay leerte de nuevo!
No he leído todavía esta nueva novela de Santiago. Siempre digo que no leeré el siguiente y siempre acabo cayendo. Me resultan entretenidas sus obras aunque a veces haya algunos clichés que me repateen. Todo proviene de un par de veces en las que hemos coincidido y no me ha gustado el trato… sin más… cosas mías.
En cualquier caso, gracias por tu opinión. Lo leeré, seguramente el año próximo cuando ya nadie recuerde las novedades y entonces yo, menos saturada de tanto verla, me ponga con ella con la mente despejada.
Besitos.
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