Hoy traigo «La romana», excelente narración de ese maestro de estilo y escritor refinado que fue el italiano Alberto Pincherle, identificado desde su juvenil ingreso en el mundo de las letras con el pseudónimo de Alberto Moravia (1907-1990). El texto resultó polémico en su día y más conocido entre cinéfilos que entre lectores, debido a la estupenda adaptación que en el año 1954 Luigi Zampa hizo para la gran pantalla, con una bellísima Gina Lollobrigida como protagonista.
Por el tema, estamos ante una novela erótica, pero no ante una novela de género. Por contra, es un continuo desafío al género. La protagonista (Adriana) es una prostituta y, lógicamente, la prosa está embebida de sexo. Hay insinuación, diálogos sugerentes e, incluso, momentos de álgida pasión, pero el ropaje descriptivo resulta extraordinariamente pulcro. Moravia viste —y desviste— la narración desprendiéndose del corsé del erotismo literario. Afinando más, se diría que es una fantasía narrativa contada desde el erotismo más blanco. Este es el ángulo desde el que el lector debe entrar en la novela, la perspectiva en la que debe situarse. Tal vez, esto explique por qué, lejos de conducir al tedio más pertinaz o acabar por caer en la monotonía, resulta una lectura tan agradable, impetuosa y amena. Nos encontramos, pues, con un lenguaje decentísimo, pulquérrimo —si tenemos en cuenta lo que da de sí el asunto— y un andar por los peligrosos laberintos del sexo con un estilo de novelar alejado del realismo puro y, desde luego, del realismo sucio. Esto es ficción-ficción.
Entrando en lo que nos cuenta «La romana» es la historia de una chica de pueblo, una ramera feliz de nombre Adriana, convertida en narradora y descrita como un alma inexperta y de buen fondo, que descubre la grisura de la vida desde el crisol que le da su madre. Con ella comparte techo y crece viendo el lado más amargo y duro de las cosas, una visión lindante con el existencialismo más pagano. Este crisol irá auspiciando, y también legitimando, todo tipo de conductas amorales y degradantes, entre ellas, que cualquier cosa vale para conseguir la seguridad y comodidad a la que toda persona aspira.
Adriana representa la belleza física en grado sumo, pero más allá de eso, representa a esa mujer que asoma al mundo y se mezcla con él sin participar de la moral en sentido estricto. Lo suyo es una moral de supervivencia que imprime a sus actos un halo optimista. De hecho, ella se enfrenta a la desdicha de ser pobre ejerciendo la prostitución con el orgullo de quien sabe desafiar a su suerte. Asume esta decisión no como algo doloroso, ni que exige arrepentimiento, sino como su mejor arma de venganza. Esta es la cosa. Digamos que Moravia, a través del personaje de Adriana escoge, con excelente astucia, una forma serena, no desesperada, de expresar el existencialismo italiano de la época y que impregna el relato de principio a fin.
Igual que la bella Adriana, a quien Moravia va desnudando en su más desnudo intimismo, el resto de personajes posan frente al lector para que este descubra sus vergüenzas. Una vez más, el italiano sabe colocarlos en el plano adecuado para que sea sencillo ahondar en ellos. La madre es mujer fría, sin escrúpulos; Sonzogno representa la maldad y vileza del ser humano, el que actúa haciendo daño a los demás; Astarita, al débil de espíritu que guía sus pasos abandonándose a los dictados de la pasión; y Jabobo, de perfil más borroso, atado a horribles contradicciones, es el hombre que despierta la ardiente pasión de Adriana, el ciego deseo. Unos y otros participan de episodios violentos y conversaciones tortuosas que, por audacia del autor, no alcanzan a ser desagradables porque están escritas con la misma asepsia quirúrgica con la que Adriana ejerce su oficio.
Y hasta aquí mi recomendación de una novela amenísima de ese monstruo de las letras italianas que fue Alberto Moravia. Una obra muy bien escrita, que se extiende (más de cuatrocientas páginas) sin afán de largos diálogos, ritmo vertiginoso, personajes que arrastran vidas agitadas y que puede servir para tener una visión de cómo —algunos, naturalmente— se las ingenian para seguir el rastro del complicado laberinto del amor.
Buenas tardes y buenas lecturas.
Qué interesante propuesta. No conocía ni la obra ni la adaptación cinematográfica, y entiendo el revuelo, porque hace unos años hablar de prostitución eran palabras mayores.
Ahora mismo no me apetece, pero lo meto a mi wishlist.
Besos.
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Yo acabo de leerla, la tenemos este mes de lectura en la Tertulia «más que palabras…» . Me ha encantado. Esta tarde noche veré la película porque ya sólo ver a Gina Lollobrigida en el papel de la hermosa Adriana es todo un puntazo.
En mi blog ( «El blog de Juan Carlos» ) hoy o mañana publicaré una reseña. La tuya me ha parecido perfecta pues en ella aparece todo lo que de importancia hay en este relato.
Un fuerte abrazo
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He visitado tu blog. Me gusta mucho ese apartado en el que extraes frases de la obra. Voy a poner el nombre de tu blog en mi página de Recomendados. Un saludo, 🙂
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