«La muerte de la mariposa» de Pietro Citati

lamariposa.jpg      Hoy impelo a leer «La muerte de la mariposa», brillantísimo texto con el que el conocido crítico literario Pietro Citati (Florencia, 1930), escritor y ensayista de inmensa erudición, consigue dar una vuelta de tuerca al género biográfico, al convertir al biografiado en el personaje de la obra. En este caso, el personaje es una de las parejas más exitosas del Hollywood de los treinta: el escritor Francis Scott Fitzgerald y su esposa Zelda Sayre.

     Pocas páginas son suficientes para hacer de Fitzgerald y Zelda los personajes de una de las narraciones más bellas que han venido a mí en los últimos meses. «La muerte de la mariposa» tiene la concisión poética y el deslumbrante estilo de un autor de primerísima fila. Escritor de escritores, Citati se identifica con sus creadores admirados, se pone en su lugar, consiguiendo que el lector borre siglos y épocas. Como apuntaba Rubén Darío, te hace creer que «las palabras son seres vivos que se relacionan amistosamente entre ellas», a lo que añado: y que se unen unas con otras con lazos imposibles de desatar ni con la muerte, que tantas cosas desata.

     La narración se centra en el esplendor y caída del matrimonio ahondando en su intimidad desde el plano más humano. Scott no es el escritor aclamado, sino un hombre en cuyo camino se cruzó una mujer y, como dos mariposas que alcanzan el apogeo de su belleza, llegaron juntos a la fascinante cima del amor. Compartieron una vida con demasiadas luces y demasiadas sombras. Una vida que acabó siendo, valga el oxímoron, fatalmente apoteósica. Zelda y Fitzgerald eran demasiado afines, tan afines como raramente son los seres humanos, y el exceso de afinidad entre ellos abrasó sus corazones y sus vidas. Cómplices en lo profesional y en lo personal. Él copiaba las cartas y diarios de ella, y los incorporaba a escondidas a sus libros. Probablemente, eran la misma persona con dos corazones y dos cabezas; dos corazones y dos cabezas malditos y afortunados que se volvían apasionadamente el uno hacia el otro, el uno contra el otro, hasta arder en una única hoguera.

     Zelda padeció esquizofrenia y vivió encerrada en una locura que enmarañaba ciegamente sus emociones. Scott, no pudiendo ayudarla a salir de esta enfermedad monstruosa y fatal, bebía y bebía, convencido de que el alcohol le ayudaba a escribir. Y aunque resulta muy poco creíble que borracheras de tres días en hoteles avivaran su inspiración, no fue capaz de escribir sin una botella a su lado.

     A pesar de lo perdidamente enamorados que estuvieron el uno del otro, su vida de desenfreno acabó con el amor y, casi, con sus vidas. Pelea tras pelea, copa tras copa, derroche tras derroche, Zelda y Fitzgerald perdieron la paz y la salud. Abusaron de su amor hasta herirlo de muerte antes, incluso, de que la locura les arrollara. Y no comprendieron la razón. Ni siquiera él, que reflejó esa pérdida en sus libros, porque sus libros entendieron lo que él no entendió nunca.

     Es posible que de joven Fitzgerald fuese una mariposa alegre con las alas cubiertas de polvo iridiscente, pero la literatura jamás estuvo unida a la decencia ni al decoro. Él violó este punto divulgando en su obra los desastres de su propia vida. Estuvo unido a Zelda, a la hija que tuvo con ella y a la literatura, pero insisto, los reveses de los años y la enfermedad de su mujer convirtieron esa mariposa feliz de alas iridiscentes en un escritor absolutamente alcoholizado. Se aferró al alcohol para seguir en la literatura y para salvarse. Escribía porque trabajar era, para él, la única salvación, incluso, aunque no hubiese absolutamente nada —en la tierra o en el cielo— por lo que valiese la vida trabajar.

     Es cierto que Fitzgerald se negó con obstinación a dejar su oficio, desafiando la llama intensa de su vocación cuando por todos los frentes se auspiciaba su declive. Contra viento y marea, escribió hasta el final. Nos dejó el valioso legado de su obra y otro mucho más esencial, luchar por las ilusiones, esa especie de grandeza épica que solo algunas personas poseen. Tal vez, porque estuvo convencido de que las ilusiones «proporcionan tal color al mundo que te da igual si las cosas son verdaderas o falsas, mientras reflejen algo de ese mágico esplendor».

     Buenos días y buenas lecturas.

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Un comentario en “«La muerte de la mariposa» de Pietro Citati

  1. ME gustó mucho esta lectura. Fue fascinante el viaje hacia el descubrimiento de ciertas cosas íntimas de la pareja, aunque novelado, es una narración muy respetuosa y atractiva, que además, al no tener un ritmo constante se puede intercalar con otras lecturas.
    Besos.

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