«La fórmula preferida del profesor» de Yoko Ogawa

profesor.jpg      Hoy recomiendo «La fórmula preferida del profesor» de la japonesa Yoko Ogawa (Okayama, 1962). Me ha resultado una novela preciosa.

     Cuenta lo que le sucede a una mujer soltera, madre de un niño de diez años, que entra como asistenta en casa de un profesor de matemáticas que ya no puede dar clase porque ha perdido la memoria en un accidente.

     El hombre es mayor, vive solo y tiene una manera de ser de lo más peculiar. No ha tenido más amigos que los números —de ellos, los más queridos, los números primos—. Se ha dedicado a ellos, nunca se ha separado de ellos y se diría que su vida sin números carece de sentido. Su vocabulario —esto es lo más llamativo del personaje— son los números, no las palabras. Es la manera que ha ingeniado para comunicarse con los demás, a raíz del accidente.

     Y hablando de raíces, «Root» (raíz cuadrada, en inglés) es el nombre con el que el viejo bautiza al pequeño, por tener la coronilla tan plana como el signo de la raíz cuadrada. Signo —dicho sea de paso— realmente generoso, ya que puede dar refugio dentro de sí a cualquier número sin excepción. Como la ternura que el profesor tiene con el niño, una ternura infinita. Sus brazos extienden todo el cariño necesario para proteger a ese ser débil, inocente e indefenso que acude a su casa por no tener dónde ir. Los ojos del profesor son testigos de los cambios del niño. Ven cómo se afila su silueta y cómo van estirando sus huesos. Él, sin embargo, no advierte que el cambio más importante ocurre dentro de él. En pocos meses, deja de ser un anciano quejumbroso, un académico entregado al pensamiento, y se convierte en el legítimo protector de un pequeño ser.

      A decir verdad, el accidente no le hizo perder del todo la memoria, pues es capaz de retener cualquier cosa, peor solo durante ochenta minutos. Para poner fin a esta limitación, escribe las cosas importantes en notas de papel que sujeta en su ropa con imperdibles. La autora nipona crea así un personaje que nos enamora desde que aparece. Aquellos dedos temblorosos, indecisos y viejos, incapaces de apretar siquiera el botón del microondas hacen salir con soltura ristras de números que dejan encandilado al pequeño. Sus manos son mágicas. Convierten los guarismos en amigos del niño, en notas cargadas de sentido que saltan del papel al corazón del niño. Los números se hacen amigos de Root.

     Me ha resultado un libro extraordinario en fondo y forma. Si el más poderoso aliado de la belleza es la forma, esta novela es un buen ejemplo de ello. Es una delicia ver cómo el profesor trata al niño, cómo lo protege y, naturalmente, cómo le enseña. Yoko Ogawa alcanza un delicado equilibrio entre el tono prudente, comedido y la fuerza educativa de la narración. He disfrutado muchísimo con esta bella historia que, dulcemente, va atando la razón y el corazón de un hombre de sesenta años y un niño de diez.

     Cuando los impulsos del corazón gobiernan nuestras acciones, hasta operaciones intelectuales como las matemáticas pueden convertirse en la forma de relacionarse dos seres humanos tan distintos. 

     Con todo, la geometría algebraica más difícil, la más complicada, no es hallar la solución a problemas matemáticos, sino encontrar cómo transcribir línea tras línea una verdad que solo está escrita en el cuaderno de Dios.

     Buenas tardes y buenas lecturas.

yoko

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