La reseña de hoy es para «Lincoln en el Bardo» de George Saunders (Amarillo, Texas, 1958), el debut del autor de relato corto en la novela. Se trata de una obra arriesgada, muy original, fraguada mezclando realidad y ficción.
Fue galardonada con el Premio Man Booker en el año 2017, pero vaya por delante que a mí no me ha interesado lo más mínimo. A George Saunders se le ha antojado hacer desaparecer al narrador. No hay narrador, licencia imperdonable porque el narrador —según Vargas Llosa— es la primera y más importante criatura que debe inventar un novelista para que aquello que quiere contar resulte convincente. Sin narrador es muy difícil que la novela tenga peso. Faulkner utilizó este recurso, me diréis. Sí, pero a Saunders aún le queda un largo trecho para ser Faulkner. Tampoco hay personajes, sino más de un centenar de voces que intentan ser las conciencias de personas muertas.
Los críticos alaban su tono experimental, su novedosa aportación, pero la escritura creativa es una cosa y ser un creador es otra bien distinta. Su atrevidísima anarquía formal hacen de ella no una novela experimental, sino algo a lo que no sé poner nombre. Un experimento novelado, no sé.
En lugar de diálogos, la forma de relatar los hechos es a través de extractos de textos —reales o inventados— y citas que recogen lo que sucede en el mundo de los vivos y lo que sucede en el mundo de los muertos. Esta construcción libérrima de contar ha recibido elogios y puede que tenga su mérito, pero donde esté una novela enhebrada respetando el canon del género, que se quite lo demás. El escritor puede tomarse alguna licencia, cambiar alguna cosa, pero siempre con precauciones para que la mudanza no rompa la esencia que la define.
La acción se sitúa en la Casa Blanca, febrero de 1862, en una noche en plena Guerra de Sucesión de los Estados Unidos. El Presidente Abraham Lincoln da una recepción a una multitud de invitados, a cual más variopinto. Mientras estos atacan los suculentos manjares, en el tercer piso de esa misma casa, el pequeño Williams —tercer hijo de los Lincoln— lucha contra una enfermedad que acabará con su vida. Cuando le llega la muerte, Lincoln queda sumido en la más tremenda desolación y el niño, que solo tiene once años, se niega a aceptar la muerte como destino final.
Su cuerpo descansa en una cripta del cementerio y su alma se instala en el Bardo, espacio imaginario donde, según los budistas, habitan las almas que se niegan a aceptar la muerte y desde el cual los seres vivos pueden despedir al ser amado fallecido antes de que se produzca el tránsito eterno. El Bardo es el limbo de los cristianos. En la narración, ese espacio etéreo está habitado por cientos de fantasmas que dialogan entre sí, con perfiles borrosos entre realidad y ficción, pero sin enturbiar una fuerte carga emocional. El padre habla con el niño. El niño habla con el padre y con los cientos de almas que corren la misma suerte que él.
Una forma que puede resultar útil para disfrutar la lectura es pensar que George Saunders habla en tono metafórico del dolor por la pérdida. O que ha inventado una forma de abordar las miserias y grandezas humanas desde el lado de los muertos. El niño representa una parcela de la humanidad, o varias. Vive acechado de peligros y no está de acuerdo con su destino. Muchos hombres viven acechados de peligros y muchísimos no están de acuerdo con su suerte, quisieran una vida distinta de la que tienen.
También es posible que George Saunders, con mucha ingenuidad, haya creado una metáfora vital aún más pretenciosa para expresar esa necesidad general de estar con los seres que amamos.
En realidad, novelar es ficcionar y siempre se ha dicho que no se escriben novelas para contar la vida, sino para transformarla, para añadirle algo. Es un trabajo laborioso. Tampoco está al alcance de todos. En este caso, creo haberme quedado en el Bardo del entendimiento. Y tan bien.
Buenas tardes y buenas lecturas.
George Saunders es un escritor que me llama mucho la atención, he visto varias de sus entrevistas y me parece una persona que sabe comunicar muy bien y puedo deducir que es un gran contador de historias; sin embargo no estoy interesado para nada en esta novela, pero para nada descarto leer sus relatos y otras futuras novelas.
Saludos y muy buena entrada!
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La crítica lo considera un rompedor, pero donde esté una buena novela canónica…ay, la alta literatura. Saludos y gracias por tu aportación.
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