«El cuaderno prohibido» de Alba de Céspedes

  • cuadernoprohibido.jpg      El texto que hoy recomiendo es un feliz descubrimiento. Se trata de «El cuaderno prohibido» de la escritora ítalo-cubana Alba de Céspedes (1911-1997), un ejercicio de escritura refinada que muestra, en tono poético, la caricia rugosa de la vida.

     Parafraseando un pellizco de La Celestina, ese que dice: «Mundo es, pase, ande su rueda, rodee sus alcaduces, unos llenos, otros vacíos…», diría que todo diario encierra un mundo, una vida. «El cuaderno prohibido» encierra la vida de Valeria Cossati, una madre de familia de 43 años que se entrega a la escritura de sus secretos casi de casualidad.

     Todo empezó una mañana de noviembre que todavía parecía de verano cuando, al entrar en un estanco a por tabaco para su marido, compró un cuaderno de tapas negras que vio en el escaparate. Ceder al impulso irrefrenable de llevarse el cuaderno a casa fue el pistoletazo de salida a siete meses de mudos coloquios sobre el papel, siete meses de volcar en él, tras cada paso dado, la mirada penetrante de Valeria. Su pasión amorosa. Su rebeldía. Su verdad doliente. En el cuaderno prohibido asoma la intimidad de Valeria, polizón que embarca clandestinamente en cada reflexión, en cada párrafo.

     Su debut con el cuaderno es un simple tomar nota de acontecimientos cotidianos. Las páginas blancas le atraen y, al mismo tiempo, le desalientan. A escondidas, va escribiendo en él con atención amorosa, como si acumulase un patrimonio para su vejez.

     En la familia, conviene fingir que a una nunca le pasa nada, que no se da cuenta de lo que ocurre o, sencillamente, no se pregunta por el sentido de lo que sucede. La presencia del cuaderno da un nuevo sabor a la vida de Valeria, pero no le sirve para hacerla más feliz. Aquí está el busilis. Lo suyo es una catarsis emocional con la que no alcanza cura ni redención a sus males.

     Excelente testimonio del deseo de liberación de su hija Mirella, que a los diecinueve años se enamora de un abogado de treinta y cuatro —Sandro Cantoni— de quien dicen que es hombre de bien; de lo que le sucede a su hijo universitario —Riccardo— ennoviado con la joven Marina; y finalmente, de la relación con Michele, su marido, a quien imagina espía de los cajones donde ella esconde el cuaderno. Michele es sencillo, enamorado, de carácter conciliador, con quien resulta fácil la vida familiar, un empleado de banco que, aunque ha pasado muchos años cerca del dinero, no ha sabido enriquecerse.

     El cuaderno de Valeria se va haciendo poco a poco, en Roma, a mediados del siglo veinte y, como la vida, se va haciendo solo. Lo que sacamos en claro al leerlo no son gloriosas epopeyas —ni de ella ni de su familia—, sino el registro a vuelapluma de unas vidas que están sucediendo al instante. Es literario porque el trazo que recoge la melancolía de Valeria, que absorbe la crianza de sus hijos, que atrae y retiene su vida familiar, es de estilo depurado. La pulcritud intelectual de Alba de Céspedes es precisa y hermosa. No está vinculada a ningún estilo canónico, excepto al estilo de contar bien las cosas desde la introspección más auténtica. Me ha conquistado la fragancia de su verbo pulido. El aroma de su elegancia, de su naturalidad, de su pureza.

     Magníficamente editado por Contraseña, «El cuaderno prohibido» no es libro del momento, sino que puede leerse en cualquier momento y, lo más importante, endereza el barco de la literatura, tan escorado por vientos ajenos a la maestría en el oficio. El filtro embellecedor del tiempo ha hecho su labor.

     Buenas tardes y buenas lecturas.

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