«Siempre hemos vivido en el castillo» de Shirley Jackson

siempre-hemos-vivido-en-el-castillo.jpg     Hoy recomiendo «Siempre hemos vivido en el castillo» de Shirley Jackson (1916-1965), novela maestra de la literatura gótica de suspense, que está entre «Otra vuelta de tuerca» de Henry James y «Jany Eyre» de Charlotte Brönte. Se trata de un cuento de hadas de lo más malvado,  que tiene como escenario Nueva Inglaterra. De arranque pausado, discreto, poco a poco va desflecando un terror calificado de doméstico, y culmina con un final magistral.

     La protagonista central es la siniestra Merricat —Mary Katherine Blackwood—, una adolescente de conducta asalvajada, retraída del trato social, despectiva y con unos rasgos psíquicos fuertemente perturbados, se diría que próximos a los de una bruja. Una bruja que, a veces, se comporta como si fuera retrasada, y otras, parece burlarse del lector porque sabe cosas que nosotros desconocemos. No es fácil trazar su perfil. Junto a ella, vive su hermana Constance —la única capaz de domesticarla—, su gato Jonas y su anciano tío Julian, en silla de ruedas y dedicado a escribir sus memorias. Los cuatro pasan sus horas recluidos voluntariamente en el hogar de los Blackwood, donde el resto de miembros de la familia murieron envenenados, alrededor de una mesa, hace seis años.

     El relato está abonado de un extraordinario ingenio y la autora se sirve de elementos simbólicos como la brujería, para definir el territorio de personajes que son individuos marginales. Su lectura resulta escalofriante, tal vez, porque todo sucede pacientemente dosificado, el gran acierto del texto.

     Las terribles muertes por envenenamiento son el corazón secreto de la novela, del mismo modo que los actos sexuales no explicitados son el corazón de «Otra vuelta de tuerca». El tabú se convierte en el asunto irresistible alrededor del cual gira todo pensamiento, toda acción. Las hermanas están unidas para siempre por la muerte de sus familiares, por un vínculo cuasi espiritual/incestuoso, con el que la una subyuga a la otra. Y ya he dicho demasiado.

     Shirley Jackson se sirve de la siempre compleja amalgama de la psicología de los seres humanos. Los personajes están pintados como locos y cuerdos, pero aquí no todo es blanco o negro. La turbada imaginación —locura— de Merricat da hospedaje a fantasías que tienen un poco de todo. Son infantiles, porque están lejos de ser propias de una chica de su edad, y además, están cargadas de mucha angustia, de mucho odio, de mucho rencor y de claras intenciones asesinas («les pondré veneno en la comida y observaré cómo mueren»). El resto de personajes también son complejos, algunos mentalmente muy complejos. En definitiva, estamos delante de una familia maldita, a la que el pueblo no quiere y no sabemos exactamente por qué.

     A los Blackwood les sobreviene un cambio radical provocado, irónicamente, por Merricat (la hermana mala). Contra todo pronóstico, este hecho supone la expulsión de los dos hermanas del mundo de la gente normal. Constance (la hermana buena), con graves heridas psicológicas, tampoco puede sobrevivir en el mundo de los normales.  El pueblo, tras la crueldad de este cuento de terror, les lleva comida. Siento no poder ser más explícita.

     Lectura aterradora que nos aproxima a esta escritora mítica de la narrativa estadounidense del siglo pasado. Que ustedes la disfruten este 1 de noviembre, día en que tradicionalmente se rinde culto a los muertos, lo único cierto que todos seremos.

     Buenos días y buenas lecturas.

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