La novela de hoy es «Una mala noche la tiene cualquiera», de Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948), divertidísima como todas las del autor y algo más corta que la mayoría. En este relato el sanluqueño deja constancia de la riqueza expresiva del habla coloquial, y más en concreto, del habla andaluza. Porque somos como hablamos, o hablamos como somos, cuando el oficio es ser escritor, también se es como se escribe. Mendicutti nos obsequia otra vez con esa virtud suya de convertir el habla gaditana en un prodigio de creatividad.
Empezamos a andar por la novela la fatídica noche del 23 F, cuando Manuel García Rebollo —o lo que es lo mismo, La Madelón—, natural de Sanlúcar de Barrameda y residente en la capital, escucha por Radio Nacional que la Guardia Civil ha irrumpido en el Congreso de los Diputados y tiene a todos secuestrados. A él —a ella—, que es un tipo extraviado —extraviadísimo—, está a punto de darle un ataque y se encierra en los cincuenta metros de libertad de su apartamento. Ante la posibilidad de que un golpe de estado le haga volver a instalarse en la acera de la que huye y restrinja el derecho a vivir a su aire, cuenta sus miedos, sus peripecias de aquella noche y sus ocurrencias y recuerdos de otros tiempos. La Madelón tiene una amiga del alma —La Begum, Pedro Romero Torres en el carnet de identidad—, tan extraviada y loca como ella, pero esta va por la vida de exquisita y maravillosa. Los diálogos y descripciones no tienen desperdicio, no he podido dejar de reír. Jocosa y vibrante, la obra es una fervorosa declaración de amor a la libertad desde el oficio de narrar como lo hacen los escritores de primera línea.
El ejercicio literario asoma en el habla de los personajes. Como andaluces, cuando se expresan lo hacen de forma coloquial, natural, con esa picardía y desenfado tan propio. La palabras inglesas las escribe como suenan (ritajeiguor, Jolibú, Burlan Caster, etc). Mendicutti estira el lenguaje donde no llegan otros. Qué barbaridad. Además, encarnan la tragedia y el drama de vidas atravesadas por una crisis de identidad. La historia, con todo lo humorística que es, con todo lo cruel y contrastada, tiene su miga.
Decía que Mendicutti traslada al papel el habla natural de los personajes. Sin embargo, no reproduce este lenguaje coloquial de una forma ordinaria o común, sino que al reproducirlo, lo convierte en literatura. Esa es la magia. El lenguaje coloquial andaluz no queda reducido a expresiones graciosas de ir por casa, sino convertido —transformado, como la identidad de los personajes— en lenguaje literario verosímil.
Otro rasgo de «Una mala noche la tiene cualquiera», constante en el autor, es narrar una historia de lo gay —de lo transexual, en este caso— con personajes que se alejan de lo políticamente correcto. Porque si algo tiene Mendicutti de peculiarísimo es que deconstruye el canon desde su anatomía más íntima. Así, La Madelón y La Begum son travestis y viven como mujeres en un mundo que las señala, pero siguen padeciendo los mismos miedos que antes de mudar de identidad. Esta humanización de los personajes es un ejercicio de mostrar la diversidad del colectivo desde lo privado, no desde lo que se ve desde fuera. Mendicutti es nuestro mejor cronista de la intimidad del colectivo gay y lo hace, como digo, sin refugiarse en lo políticamente correcto. Tal vez, por eso, o tal vez, además de eso, Mendicutti es el escritor que realiza el retrato del colectivo gay más diverso que podemos encontrar en la narrativa española actual y, desde luego, con el que más me divierto. Lo que me interesa de Mendicutti, lo que aporta, es que narra un espacio no contado antes. Esa es la pepita de oro. Sus personajes irrumpen con historias que no han sido contadas antes en nuestra literatura de ese modo.
Parafraseando a Luis García Montero, la hondura de las narraciones del sanluqueño se debe a su capacidad de unir la risa con la experiencia humana, la simpatía con el dolor. Y también —añado yo— a la esperanza de lograr la felicidad con la marginación social. Porque lo de Mendicutti es una crónica marginal. Sus personajes viven en un mundo oscuro.
En definitiva, obrita muy recomendable que demuestra que sexualidad, identidad afectiva y creación literaria pueden ir de la mano, escapar de los prejuicios establecidos y, sobre todo, convertir la creación literaria en un acto de libertad extraordinario. Ahí es nada.
Buenas tardes y buenas lecturas.