Cada vez que empiezo una novela de Mikel Santiago (Portugalete, 1975) sé que voy a perder la noción del tiempo y a dejar de lado otras lecturas que tengo entre manos. Su acción trepidante secuestra mi interés hasta tal punto, que no logro conciliar sus novelas con otra cosa. «El mentiroso» (478 págs.) además, me ha dejado insomne. Menos mal que no había que madrugar. No puede tener más tirón. Se entra en ella y se bebe sin tregua. Distraidísima, amenísima y, sobre todo, me ha mantenido intrigadísima de principio a fin.
Una de las virtudes de «El mentiroso» es la excelente construcción de la estructura narrativa. Es perfecta. No sabe dosificar la intriga y cómo se agradece. Ofrece unas migajas en las primeras líneas y va soltando el resto a puñados, mientras el bulle bulle de giros bañan la trama como un terco chirimiri. El de Portugalete acostumbra a dar un cierre que explique absolutamente todo al lector y bien clarito. Y así es. Una sale de la novela conociendo por qué sucedió lo que sucedió. Hasta ese momento, el suspense es opresivo para los personajes, pero también para el lector. Una descansa cuando acaba la última página de la novela.
El germen de la historia es averiguar lo que le ha sucedido a Álex, un chico de veintisiete años, normal y corriente, que se gana la vida de jardinero y cree haber asesinado a un tipo tras haber sufrido un accidente de coche. Al abrir los ojos, se ve echado en el suelo de una fábrica abandonada y frente a él, un cadáver barbudo le clava su mirada sin piedad. Tiene una herida en la cabeza y una piedra embadurnada de sangre parece haber sido el arma homicida. Él no recuerda nada. Ni sabe por qué está allí. Los médicos le explican que esos son síntomas propios de una amnesia contusional. Su novia le cuenta que se dio un fuerte golpe en la cabeza cuando conducía de madrugada. Su furgoneta se salió de la calzada y colisionó con un pino.
Lo que parece una pesadilla recurrente para Álex se convierte en el hilván que construye la trama. Averiguar la identidad del tipo que está muerto, el orden de los acontecimientos y la razón del asesinato. Dicho en román paladino, averiguar el quién, el cuándo y el porqué. El problema es él se cree el culpable del fallecimiento de ese barbudo que le clava la mirada y ha de averiguar quién es y qué ocurrió por su cuenta, antes de que le detengan. Como el lector es conocedor de que si se padece una amnesia retrógrada postraumática, el recuerdo va llegando poco a poco, de momento, nada tiene sentido. No se puede hacer otra cosa, excepto seguir leyendo. La avidez por saber crece en cada página.
La acción se sitúa en un pueblo costero del país vasco, si bien la localidad, Illumbe, es invención del autor y la sitúa en la comarca de Urdabaibai. Ese marco tiene todo lo que él necesita para sus crímenes literarios. Bosques espesos, sinuosos senderos, peligrosos acantilados, paisajes verdes y torrenciales tormentas. Mikel Santiago sabe servirse de esta paleta y recrea con oficio una atmósfera que nos tiene atada la yugular.
La tensión va creciendo con la maestría de quien conoce bien cómo construir un thriller. Para mí, es su mejor novela. Maneja el ritmo con más soltura que en obras anteriores y los acontecimientos se suceden con velocidad, pero no se precipitan. Escribe de un modo inteligible y claro. Además, aquí trabaja bastante la psicología de los personajes. No solo a Álex, sino también a su abuelo Jon, un pescador que también va perdiendo la memoria. El retrato es más íntimo, más humano. Son personas normales, y precisamente por eso, esconden secretos. Todo es cotidiano, muy cercano al lector, resultando casi familiar. Otro de sus aciertos. En definitiva, un buen libro para quien desee perderse en el bosque de letras de un escritor que se está haciendo muy grande con el tiempo.
Buenas tardes y buenas lecturas.