Acabo de terminar «Donde haya tinieblas» de Manuel Ríos San Martín (Madrid, 19659), un thriller que recomiendo por elevar el género y hacernos pasar, a sus amantes, horas estupendas de abstracción y entretenimiento.
El rasgo fundamental de la novela es su frescura, su actualidad. Expresiones recogidas de la calle, giros de moda y algún taco abren la puerta a lectores poco exigentes. Pero la narración tiene premio. Invita a reflexionar sobre el riesgo de exponer nuestras vidas en las redes sociales. Esta recién estrenada forma de comunicación, junto a la madeja de las tradiciones, del arte, de la religión, de las costumbres, urden la trama.
La novela retrata cierta dualidad en la forma de ver el mundo, a través de dos investigadores: el inspector Juan Martínez Gutiérrez y la inspectora Nuria Pieldelobo. Él es un padre cincuentón chapado a la antigua, con matrimonio estable y caótico en su forma de investigar. Y ella, una treinteañera combativa y feminista, cinturón negro de aikido, silueta perfecta escondida en ropa ancha y mente brillante.
Metidos en un mismo coche, recorren España tras alguna pista que les lleve a dar con el asesino de una bellísima modelo rusa de diecisiete años (Karolina), a quien le falta el ombligo y cuyo cadáver aparece tendido sobre el altar de una iglesia. La cuestión que despliega la narración es ¿serán capaces, siendo tan distintos, de trabajar en común y llevar con éxito la investigación?
Con la soltura que da dominar el oficio, el madrileño da respuesta a este interrogante dosificando interesantes hipótesis en breves capítulos. «Donde haya tinieblas» nos conduce a inquietantes escenarios que tienen en común la belleza, la simbología religiosa y el estar apartados del mundanal ruido. En estos lugares se han cometido atroces asesinatos (aparte de la modelo rusa, hay otras muertes). El lector goza al descubrir que estos encantadores rincones están en nuestra península, son todos reales. Ellos se convertirán en el cabo suelto del que tira la investigación hasta descubrir su vínculo con el crimen.
Además de no abandonar la fluidez narrativa en sus más de quinientas páginas, se agradecen los guiños de humor que suavizan la tensión propia de cualquier situación donde asoma la muerte. Manuel Ríos San Martín lo hace con naturalidad y especial habilidad. Humor en respuestas disfrazadas de ironía, humor en el peculiar modo de actuar los personajes, y humor en los motes o apodos creados por ellos para dar nombre a otros personajes. La Bótox, Bigdata (el friki de las redes sociales), el Muñequín, la Pitbull (la jueza malcarada), el Clint Eastwood (el sargento de la Guardia Civil), por citar algunos.
La simbología bíblica es el sustento de una de las dos líneas de investigación. La modelo asesinada posee la peculiaridad de no tener ombligo, como la Eva de la Biblia, lo que hace sospechar que se trata de un crimen religioso. La otra línea de investigación sostiene que se trata de un crimen sexual que trae causa de la faceta de modelo de la víctima. Así pues, o la mafia rusa está detrás de una red de prostitución de lujo o un psicópata religioso pretende enmendar la plana al mismo Dios. Con todo, lo novedoso de esta novela es que nos acerca al pecado como origen del mal. Analiza el problema de la maldad desde un punto de vista poco tocado.
Finalmente, destacar que la convivencia de opuestos en el que se ha convertido la sociedad es trasunto de toda la novela. Vivimos en un mundo de contrastes. Lo efímero (redes sociales) frente a lo eterno (el arte), la vida frente a la muerte, lo correcto frente a lo incorrecto, lo deseado frente a lo odiado, el hombre frente a la mujer, la misericordia frente al castigo. Incluso en los dos personajes religiosos (los sacerdotes Diego y Donsebastián), se da esta dicotomía.
Lectura inquietante, amenísima, distraída, de esas que agradeces como agua bendita en tiempos de triste y larga pandemia. Tras publicar «Círculos» y «La huella del mal», «Donde haya tinieblas» es la tercera obra del autor. Un excelente thriller donde se cocinan varios asesinatos sin ser truculento en ningún momento. La descripción es blanca siempre. El madrileño parece tener el secreto de narrar con magnetismo, teniendo en cuenta nuestra mirada. Y se posiciona en ese ángulo desde el que busca, y logra, atraparnos. Consigue que pasemos unas cuantas horas cerrando los ojos a esas tinieblas que nos atenazan por haber vivido demasiada muerte real.
Buenas tardes y buenas lecturas.