«Última noche de amor, primera noche de guerra» de Camil Petrescu

petrescu      Última noche de amor, primera noche de guerra de Camil Petrescu (1894-1957) es una autobiografía, de altísima calidad literaria, considerada como la obra con la que se inicia la novela moderna en Rumanía.

     El lector tiene ante sí un texto penetrante. Introspectivo, ambicioso, rico y bastante complejo. Se podría considerar como una valiosa caja de resonancia, en la que se escuchan, a partes iguales, cercanos ecos de amor y alientos de guerra, pues hibrida bien la experiencia del autor en la Gran Guerra con una fascinante historia de amor y de celos. Narración intensa, gozosa, pero íntimamente convulsa. No podía ser de otra forma, pues el amor exaltado y la participación en un conflicto bélico son experiencias que colocan al individuo en una situación límite. Ambas construyen (o destruyen) al ser humano y, sobre todo, definen qué es y cómo es.

     La narración se divide en dos partes bien definidas. En una se habla de amor, en otra de guerra. Cada parte ocupa, en extensión, casi el mismo número de páginas. Es como si el autor hubiese querido fragmentar su vida en estas dos mitades.

     En la primera de ellas, el texto se impregna de la pasión más tormentosa que podamos imaginar. Ésa que impide ver las cosas con cierta distancia. La que inunda todo cuando uno es atravesado por el anzuelo fulminante del amor. Los deseos más febriles de Camil Petrescu, en boca de su narrador Stefan Gheorghidiu, están fuertemente constreñidos por el dogal amoroso. A medida que se avanza en la historia, los afectos van a ir perdiendo fuelle, marchitándose, hasta quedar mustios como un clavel en el ojal. Es entonces cuando se inicia la segunda parte, en la que se alza como protagonista exclusiva la guerra. Potentes resonancias bélicas bañan absolutamente todas las páginas, hasta el punto de dar la impresión de que no existe otra cosa. El protagonista ha de elegir entre vivir o morir y en cada diálogo, en cada escena, en cada capítulo, ha de librarse la batalla. El resto, es decir, todo lo que no tenga que ver con la guerra, no tiene cabida en esta segunda parte. Los afectos ya se vieron en la primera parte. Aquí no se les atiende.

     La novela profundiza en temas que han sido siempre los de las grandes novelas: la fidelidad, el egoísmo, el orgullo, la culpa, la bondad del hombre, la pena de muerte, etc. Unas veces, nacen de conversaciones corteses y pláticas ordenadas. Otras, son fruto de reflexiones litigiosas entre los personajes.

     Es interesante el trato diferencial que se concede al lenguaje. Frente a la prosa común del vulgo, se erige la expresión soberana de los héroes y también la del propio narrador, quienes hacen del verbo instrumento de reflexión de la mayor excelencia.

     El nudo argumental amoroso arranca cuando nuestro protagonista se cree engañado por su esposa. Para esta infidelidad planea una venganza sangrienta, que no consumará debido a circunstancias que trae consigo la propia guerra. La ruptura definitiva con su mujer será, finalmente, lo que le apartará para siempre del caos en el que anda sumergido y le hará recuperar, si bien no del todo, su malherida integridad anímica.

     Camil Petrescu fue un pensador insobornable. De este perfil participa también Stefan Gheorghidiu, para quien la existencia es una contradicción en sí misma. La razón y la pasión, el sentimiento y el intelecto, como bisagras que articulan el cauce de nuestras vidas, jamás coinciden. Se hallan en perpetuo enfrentamiento. La única vía que el hombre dispone para resolver este duelo es la introspección. Ejercicio de análisis interior que explica, no siempre, por qué suceden las cosas, pero sí la mayoría de las ocasiones, qué es lo que sucede.

     Y no digo más. Ésta es el alma de la novela. Obra trepidante, que invita a una lectura huracanada de emociones,  y proporciona ese placer mental, intransitivo y cierto, que como tizón amoroso, despliega la palabra bien tallada. Obsequio propio de las grandes obras.

     Algunos críticos han hallado similitudes de estilo entre la pluma de Camil Petrescu y la de autores coetáneos de novela psicológica como Stefan Zweig, Sándor Márai, o Joseph Roth. Otros, afirman que el rumano trae reminiscencias de algún otro monstruo intelectual no coetáneo, como Mircea Eliade (celebérrimo historiador en el campo de la religión). Los más osados, han llegado a bautizar a Petrescu como «el Proust rumano». Desde luego, el lector queda seducido por este cortejo de honor, pues son todos ellos autores de gran penetración y hondura, pero yo a Proust no le puedo hacer compartir su peana. Lo que sí podría decir es que Petrescu es un buen discípulo de Proust. Que ya es bastante.

      Buenas tardes y buenas lecturas.

     «El amor es más bien un proceso de autosugestión… Necesita tiempo y complicidad para que se forme. La mayor parte de las veces, al principio, no suele gustarnos la mujer sin la cual, más tarde, ya no podemos vivir. Primero, amamos por lástima, por obligación, por ternura, amamos porque sabemos que eso la hace feliz, nos repetimos que no es leal herirla, engañar tanta confianza. Luego, nos hacemos a su sonrisa y a su voz igual que uno se hace a un paisaje. Y, poco a poco, vamos necesitando su presencia diaria» (págs. 24-25).

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