«Metafísica de los tubos» de Amélie Nothomb

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     Amélie Nothomb (Kobe, 1967) ha escrito una novela penetrante. “Metafísica de los tubos” no es biografía, ni ensayo, ni siquiera una novela al uso. Es una creación muy original, en la que esta nipona medio belga combina filosofía y fontanería en una alquimia de metáforas que sirven para dar rienda suelta a sus obsesiones.

     La protagonista es una niña superdotada que, no conforme con su entorno, adopta la forma de tubo como condición existencial. Opta por vegetar al principio, y autoproclamarse un ser divino más adelante, hasta que descubre el sentido de su vida en una barrita de chocolate.

     Con su peculiarísimo estilo, una lee y se siente absorbida como una aspiradora por la hondura de las reflexiones de la pequeña. Habla de la vida, de la muerte, de la maldad, de lo accidental y de lo esencial, del descubrimiento de las cosas, de placeres intelectuales, de la identidad, de las trincheras del alma y, sobre todo, de la metamorfosis que experimenta el espíritu de los seres humanos en este recorrido que es andar por la vida. En tan amplio abanico, indaga y explora el mundo, a través del catalejo de una niña que piensa, eso sí, con más imaginación que el resto de niñas.

     Lo de Amélie Nothomb es un narrar con el acento puesto en la expresión creativa. Su prosa es rebelde, arriesgada, libérrima. Con un barniz de humor que lustra o escuece. Se diría que lleva dentro una manera de contar lo cotidiano sacando brillo al lenguaje. Mira las cosas de un modo literario, esa es la cuestión. El texto podría haberse titulado de cualquier otro modo. Más llano, más de ir por casa. Es lo de menos. No desvelaría nada. Ni falta que le hace. Seguiría siendo un antifaz que jamás puede estar a la altura de su literatura. Tan de verdad.

     Sus libros, éste y todos los que he leído de ella, se escriben como diarios. No me refiero a la forma, sino al fondo. Ella no necesita mentir. En sus novelas hay mucho de su vida, pero lo cierto es que se alejan de su vida en la medida en que debe alejarse un escritor. Para darle más veracidad. Así consigue que lo que escribe sea siempre una verdad literaria de tomo y lomo. Sobra añadir que la verdad en una novela no hay que buscarla en lo real, sino en el pulso de cada letra, de cada palabra.

     Nothomb dota a los personajes de intensa carga humana. De razón y de emoción. Ahí es nada. No habla de la muerte, sino de muertos. No habla de la vida, sino de vivos. De sus pensamientos, de sus emociones, de sus sentimientos. Así que sus reflexiones, que tienen aquí el afán de ser metafísicas, son tan palpables como la misma tierra que pisamos.

     Hay párrafos literariamente perfectos. Muy bellos. Por ejemplo, cuando habla de la utilización inofensiva que podemos darle a nuestras frases. Ahí está el efecto metafísico de la novela. Como una niña con una pistola de agua en la mano, nos advierte de cosas importantes que, al mismo tiempo, son tan ciertas como si la munición que la carga fuese la razón de un adulto. Así que cuidado con Nothomb. No es tan inofensiva como creemos. Todas las cosas sobre las que fantasea son verdades que pueden alumbrar nuestras conciencias, y de qué manera.

     Como sucede con los escritores de primera línea, lo que retrata es lo de menos. Aquí fabula sobre su infancia en Japón. Pero lo que hace valioso su retrato no es si esos trozos de vida fueron así o no, ni siquiera si la protagonista se asemeja o no a la niña que fue Nothomb. Lo que hace valioso su retrato es la manera de mirarlo, de juzgarlo, de recordarlo. La viveza y el tono de su trazo.

     Cuando leo a esta autora experimento algo similar a una hibernación interior. El alivio de atravesar la membrana de la realidad y participar de un festín fabulativo tapizado de imágenes, que son tentadoras y terribles al mismo tiempo. Así que lo de menos es lo que nos cuenta. Leer a Amélie Nothomb me hace gozar de una literatura diferente, próxima a esa literatura en estado puro con la que cuesta tanto tropezarse. Además, no se parece a nadie. O no sé decir a quién. Tiene algo que está dentro del libro, que no puede extraerse de sus entrañas porque pierde su esencia. “Metafísica de los tubos” es pues, para aquellos que amamos la palabra sin preocuparnos demasiado por la anécdota, esos cuantos que quedamos a quienes no nos importa lo que pasa, sino cómo se nos cuenta.

     Buenas tardes y buenas lecturas.

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