La novela que hoy recomiendo es la más original, extravagante y loca que ha caído en mis manos en los últimos meses. La más desbordante, la que alberga los disparates más encantadores, y también, la de tejido más emotivo. El título es “Esperando a mister Bojangles” y el autor, el francés Olivier Bourdeaut, en quien he descubierto ese humor con carisma que anticipa a un escritor con recursos.
Hay quienes afirman que el humor, como todo lo que empalaga, es bueno darlo a cuentagotas. Pues no. O al menos, no siempre. El autor francés burla aquí esta premisa y no sólo no lo da a cuentagotas, sino que lo vierte a toneladas. Y lo mejor, sale muy bien parado de tan generosa hazaña. Tampoco lo hace con un estilo que case con los cánones tradicionales. Los hechos ocurren de forma caótica y nos los presenta con idéntico caos, simulando una forma de contar las cosas “a la remanguillé”. Pues bien, todo este desfase, todo este desorden, a mí me ha parecido un disfraz imposible de llevar, pues a poco que una aguce la mirada sobre la prosa descubrirá que es de una factura narrativa extraordinaria.
La novela debuta con una frase que parece recuperada de un texto de Ionesco, de un guión de los hermanos Marx o de una comedia de Jardiel Poncela: “Esta es mi verdadera historia, con mentiras a diestra y siniestra, porque así suele ser la vida”. Con este impacto inicial, una queda falsamente noqueada por una frivolidad que se disolverá entre los capítulos, como el azucarillo al entrar en contacto con el agua. Poco a poco, iremos hallando explicación a lo que significa engañar “a diestra y siniestra”.
El francés escribe con trazo humilde, con un realismo desclasado que llega a todos. Realismo, que yo misma voy a rebautizar —como hace el personaje con su mujer dándole un nombre diferente cada día—, como una modesta genialidad. Sí, Olivier Bourdeaut posee esa chifladura cuerda que encierra la realidad y hace de él, ante todo, un escritor muy peculiar. Es difícil describirlo. Es pudorosamente cómico, pudorosamente destartalado, porque participa de igual manera de la alegría y de la tristeza, de la ironía y de la intuición, de la modestia y la genialidad. Un verdadero hallazgo.
Otra forma de llegar al mismo puerto es afirmar que el autor nos miente al revés, y viste el disgusto de los personajes con el oropel del humorismo. Qué pocas novelas, hoy en día, saben glosar la historia con un humor casto, hábil, atrevido y limpio. Y aún son menos las que, además de hacernos reír, consiguen emocionarnos en lo más profundo.
“Esperando a mister Bojangles” es lo que se llama una novela bien contada, simpática y rica en detalles, pero a la que hay que ir adivinando el aliento. Al principio, parece un cuento tonto plagado de destarifos, ya digo. Merece la pena afanarnos en adivinar la auténtica textura de esos hilos que tejen el hermoso tapiz que es la historia.
Los protagonistas son un matrimonio y su hijo, ungidos todos ellos con una fantasía que hunde sus raíces en lo cotidiano. Además, el autor fabula una recua de secundarios que parecen sacados de un hospital psiquiátrico. El Crápula, Doña Superflua, el jinete prusiano, doña Burbuja, Yogur y Sven, etc. A cual más excéntrico. A cual menos cuerdo. No falta nadie.
Está narrada a dos voces: la del hijo y la del padre, quien ha dejado escrita su vida en unos cuadernos, como en una novela. A través del niño asistiremos a los hechos desde el ventanal de la imaginación. Y a través del padre, participaremos del mismo espectáculo desde el balcón del amor sin postigos.
El hombre y la mujer disfrutan de una relación acodada en una máxima que da al matrimonio la armonía perfecta: algunas mentiras siempre son mejores que la verdad. Así es. Las mentiras dulces, esas que llamamos piadosa, nos disuaden de maldiciones con las que, a veces, nos obsequia la vida.
El matrimonio, ajeno a toda convención social, tiene unas costumbres que nos enamoran. Se pasan el día entero bailando. A todas horas. Solos o con amigos. En todos los rincones de la casa. Ella, ataviada con atuendos extravagantes y sin parecer estar nunca en sus cabales. Por su parte, él, con el puro entre los labios, evalúa la vida, se deja contagiar de la música y, sobre todo, de la locura de su mujer, pues una locura como la suya solo puede existir si son dos para llevarla. La pareja, embriagada de amor, baila al son de “Mr. Bojangles” de Nina Simone. Todo el rato.
Ella le pide a él que no trabaje, a cuenta de lo cual ambos disfrutarían de todos los placeres habidos y por haber. Y él, obedeciendo el dictado de sus afectos, le concede ese lujo. Una lee y va tiznándose de ese ambiente festivo tan conseguido, impregnándose de momentos maravillosos en los que participa con una sonrisa. En este punto, he imaginado al escritor tremendamente feliz, al ver gozar al lector con tan ingenua trama. Sin embargo, avanzadas sus páginas, os recomiendo encarecidamente que hagáis lentos vuestros pasos, para escuchar cómo es tocada esa soterrada cuerda de humanidad que tan apacibles ecos va a generar en vuestro espíritu. El francés lo hace con una maestría extraordinaria. Es, sin duda, el mayor logro de la novela, y también, lo que da sentido al texto. Silenciosamente, quedamente, Olivier Bourdeaut rompe con la órbita prevista y nos conduce hacia un final que no puede ser más trágico.
Descubrir al francés Olivier Bourdeaut ha sido encontrar una aguja en un pajar. “Esperando a mister Bojangles” ha llegado a emocionarme. Merece figurar entre esos escritores que nos hacen disfrutar debidamente de la literatura, sencillamente, porque posee una manera de contar como es debido, que no es poco.
Buenas tardes y buenas lecturas.